Cuando el resultado de la prueba dio positivo, Carmen pensó que era su sentencia de muerte. “Lo primero que le pregunté a la enfermera fue cuánto me quedaba de vida. Mi mayor miedo era que se lo hubiera transmitido a mis niñas”, recuerda esta mexicana de 23 años del día que supo que tenía VIH. “Jamás me imaginé que me podía pasar a mí. Pensaba que eso era más cosa de algunos señores”.
En el mundo hay más mujeres con VIH que hombres, como recoge el último informe de ONUSIDA. Pero esa realidad se concentra en los países de África subsahariana, donde las adolescentes y jóvenes de 15 a 24 años tienen tres veces más probabilidades de adquirir el VIH que los varones homólogos.
“A excepción de la región caribeña, en América Latina, la prevalencia de la infección es mucho mayor en los colectivos focos: hombres que tienen sexo con hombres, trabajadoras sexuales, usuarios de drogas inyectables y mujeres transgénero”, señala Brenda Crabtree, infectóloga e investigadora de VIH del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán de Ciudad de México. “Sin embargo, las mujeres conforman el grupo que más se ha visto afectado por el incremento de infecciones”, añade.
América Latina es una de las regiones que en la últimas décadas ha experimentado un aumento. De las 340.000 personas que se estima vivían con la patología en México en 2019, casi el 20% del total de casos reportados correspondían a mujeres y niñas, según datos del Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH/SIDA (Censida).
Gran parte de la población femenina que vive con el virus no lo sabe “porque las mujeres no forman parte de las políticas públicas de detección y control”, asegura Crabtree. Esta realidad ha sido documentada por la psicóloga especialista en Género, Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, Ana Amuchastegui.
Según la experta, “las mujeres no son parte de los sectores clave en las campañas de prevención y tratamiento, pero cuando se analiza a las que viven con VIH resaltan elementos como la violencia de género y la escasa información sobre salud sexual y reproductiva que hay disponible”.
Como Carmen, que nunca pensó que el VIH le podía pasar a ella. “Un día empecé con síntomas de gripe muy fuertes. Acudí con mi pareja al hospital, entonces supimos que teníamos VIH, él me lo había transmitido y los dos estábamos ya en fase sida”. El estadio final y más grave de la infección. Cuando el virus ha destruido el sistema inmunitario y el cuerpo ya no puede luchar contra las infecciones oportunistas.
Las víctimas de violencia machista tienen hasta 1,5 veces más probabilidades de adquirir VIH
La falta de acceso a la educación, la inequidad de género y la violencia sexual son tres condicionantes que han hecho aumentar el número de mujeres con VIH en América Latina. “Que las niñas no vayan a la secundaria o que sufran maltrato en el hogar son factores de riesgo determinantes para contraer la infección”, afirma Crabtree.
De acuerdo con Censida, en México, las víctimas de violencia machista tienen hasta 1,5 veces más probabilidades de adquirir VIH. El mayor número de casos de la infección en el país se concentra en aquellas entidades con los índices más altos de violencia ligada a la pobreza, como Guerrero, Veracruz, Oaxaca y Chiapas. “En este Estado, la incidencia por poblaciones del VIH se parece a la de países africanos”, matiza la investigadora.
La situación epidemiológica en Chiapas refleja la relación entre las condiciones sociales de las mujeres y la vulnerabilidad a contraer el virus, como señaló una investigación realizada a finales de 2020 con el objetivo de describir la dinámica de las desigualdades de las mujeres afectadas. De las más de 200 chiapanecas de entre 18 y 44 años con VIH encuestadas, 4 de cada 10 habían sufrido algún tipo de violencia, también la asociada al diagnóstico de VIH en algunos servicios y en las comunidades.
“Las mujeres no suelen ser diagnosticadas cuando acuden a atención médica por síntomas que sugieren una infección de este tipo”, expone Amuchástegui, autora de diversos estudios que así lo señalan. “El propio sistema de salud las excluye: si a un consultorio llega una mujer indígena con los mismos síntomas que un hombre gay, sólo al segundo le harán la prueba del VIH”, matiza Crabtree.
“Más de la mitad de las mexicanas se dan cuenta de que son positivas una vez embarazadas”, explica Angélica Pedraza, pediatra e infectóloga en el Instituto Nacional de Perinatología, especializada en VIH. La norma oficial para la prevención y el control de la infección por virus establece hacer la prueba de forma obligatoria durante el embarazo. “Pero en nuestro país no hay una buena cobertura del escrutinio prenatal”, apunta la especialista, acostumbrada a recibir en consulta a futuras madres víctimas de violencia sexual que salen positivas a la prueba vírica. “Entre ellas, muchas adolescentes que sufren agresiones dentro de la familia cercana, del padre, de un tío”, explica. “También llegan otras derivadas de centros donde les hicieron la prueba rápida cuando estaban a punto de dar a luz y salieron positivas a la infección”.
Pero, según advierte Crabtree, las que más se escapan a los controles son aquellas que ya no están en edad fértil. Por eso, dice que “falta mucha sensibilización”.
La importancia de la paridad de género en los equipos que investigan el VIH
La invisibilización que sufren las mujeres en torno al VIH se extrapola al ámbito científico. “Aunque a nivel mundial la mayoría de la población que vive con la infección la constituyen las mujeres, su inclusión en los ensayos clínicos es todavía minoritaria”, denuncia la infectóloga. “Para ello es muy importante la propia equidad de género en los equipos científicos: la integración de mujeres a la hora de diseñar los ensayos impactan en que se estudien más y mejor los problemas de salud que afectan a las mujeres”, sostiene.
Como exponen las estadísticas, las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en los ámbitos relacionados con la investigación y la innovación, representando a nivel mundial menos del 30% de las autorías.
“En América Latina, este porcentaje es muy desproporcionado, a pesar de que se ha demostrado que incluir investigadoras en los ensayos clínicos mejora los estudios”, destaca la infectóloga. Diversos estudios han evidenciado cómo una composición proporcionada entre ellos y ellas en los equipos de investigación da mejores resultados, no sólo aumentando el impacto y las citas del trabajo, sino teniendo en cuenta los factores diferenciales, como el sexo, en los ensayos. “Por eso necesitamos más iniciativas afirmativas con perspectiva de género. La realidad es que los temas que afectan a las mujeres sólo nos preocupan a nosotras, como expone a la perfección la lucha contra el VIH”, concluye.