La calidad de vida el viejo continente, envidiado por los extranjeros por su arte de vivir está perdiendo brillo a medida que los europeos pierden poder adquisitivo.
Hoy en día, los franceses comen menos foie gras y beben menos vino. Los españoles escatiman aceite de oliva. A los finlandeses se les insta a utilizar la sauna en los días de mucho viento, cuando la energía es más barata. En Alemania, el consumo de carne y leche ha caído a su nivel más bajo en tres décadas y el mercado de alimentos ecológicos, antaño en auge, se ha hundido. El Ministro de Desarrollo Económico italiano, Adolfo Urso, convocó durante el 2023 una reunión de crisis sobre los precios de la pasta, el alimento básico favorito del país, después de que subieran más del doble que la tasa de inflación nacional.
Con el gasto en consumo en caída libre, Europa entró en recesión a principios de año, reforzando una sensación de relativo declive económico, político y militar que inició a principios del siglo XXI.
La situación actual de Europa lleva mucho tiempo realizándose. El envejecimiento de su población, que prefiere el tiempo libre y la seguridad laboral al emprendimiento, dio paso a años de escaso crecimiento económico y de la productividad. Luego vinieron la pandemia y la guerra en Ucrania. Al alterar las cadenas de suministro mundiales y disparar los precios de la energía y los alimentos, las crisis agravaron dolencias que llevaban décadas acumulándose.
Las respuestas de los gobiernos a estas dificultades no hicieron sino agravar el problema. Para preservar empleos, dirigieron sus subvenciones principalmente a los empresarios y a las grandes empresas dejando a los consumidores sin un colchón de efectivo cuando llegó la crisis de los precios. Los estadounidenses, al contrario, se beneficiaron de una energía barata y de ayudas públicas dirigidas principalmente a los ciudadanos para que su nivel de consumo no disminuyese.
En el pasado, la formidable industria exportadora del viejo continente podría haber acudido al rescate. Sin embargo, la lenta recuperación de China, un mercado fundamental para Europa, socavó aquel pilar del crecimiento. Los elevados costes de la energía y una inflación galopante que no se veían desde los años setenta están reduciendo la ventaja de precios de los fabricantes en los mercados internacionales y destrozando las antaño armoniosas relaciones laborales del continente. Al enfriarse el comercio mundial, la fuerte dependencia europea de las exportaciones -que representan alrededor del 50% del PIB de la eurozona, frente al 10% de EE UU – se está convirtiendo en un punto débil.
El consumo privado ha disminuido alrededor del 1% en la eurozona de 20 naciones desde finales de 2019 después de ajustar la inflación, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, un club con sede en París de países principalmente ricos. En Estados Unidos, donde los hogares disfrutan de un mercado laboral sólido y de ingresos crecientes, ha aumentado casi un 9%. La Unión Europea representa ahora cerca del 18% de todo el gasto mundial en consumo, frente al 28% de Estados Unidos. Hace quince años, la UE y EE.UU. representaban cada uno una cuarta parte de ese total.
Ajustados a la inflación y al poder adquisitivo, los salarios han bajado alrededor de un 3% desde 2019 en Alemania, un 3,5% en Italia y España y un 6% en Grecia. Los salarios reales en Estados Unidos han aumentado alrededor de un 6% en el mismo periodo, según datos de la OCDE.
El dolor llega hasta las clases medias. En Bruselas, una de las ciudades más ricas de Europa, profesores y enfermeras hacían cola una tarde reciente para recoger alimentos a mitad de precio de la parte trasera de un camión. El proveedor, Happy Hours Market, recoge alimentos próximos a su fecha de caducidad de los supermercados y los anuncia a través de una aplicación. Los clientes pueden hacer sus pedidos a primera hora de la tarde y recoger los alimentos a precio reducido por la noche.
Karim Bouazza, un enfermero de 33 años que estaba haciendo acopio de carne y pescado a mitad de precio para su mujer y sus dos hijos, se quejó de que la inflación hace que “casi tengas que tener un segundo trabajo para pagarlo todo”.
En toda la región han surgido servicios similares, que se promocionan como una forma de reducir el desperdicio de alimentos y ahorrar dinero. TooGoodToGo, una empresa fundada en Dinamarca en 2015 que vende restos de comida de minoristas y restaurantes, tiene 76 millones de usuarios registrados en toda Europa, aproximadamente el triple que a finales de 2020.
El gasto en comestibles de gama alta se ha desplomado. Los alemanes consumieron 52 kilos de carne por persona en 2022, alrededor de un 8% menos que el año anterior y el nivel más bajo desde que comenzaron los cálculos en 1989. Aunque parte de este descenso refleja la preocupación de la sociedad por una alimentación sana y el bienestar de los animales, los expertos afirman que la tendencia se ha visto acelerada por los precios de la carne, que han aumentado hasta un 30% en los últimos meses. Según el Centro Federal de Información Agrícola, los alemanes también están sustituyendo carnes como la ternera y el buey por otras menos caras, como las aves de corral.
La debilidad del gasto y las malas perspectivas demográficas están haciendo que Europa resulte menos atractiva para empresas que van desde el gigante de los bienes de consumo Procter & Gamble hasta el imperio del lujo LVMH, que realizan una parte cada vez mayor de sus ventas en Norteamérica. “El consumidor estadounidense es más resistente que el europeo”, afirmó en abril Graeme Pitkethly, Director Financiero de Unilever.
La economía de la eurozona creció en torno al 6% durante los últimos 15 años, medida en dólares, frente al 82% de Estados Unidos, según datos del Fondo Monetario Internacional.
Según otro informe del Centro Europeo de Economía Política Internacional, un grupo de reflexión independiente con sede en Bruselas, el promedio de los países de la Unión Europea es más pobre per cápita que la de todos los estados de EE.UU., salvo Idaho y Mississippi. De mantenerse la tendencia actual, en 2035 la diferencia entre la producción económica per cápita de EE.UU. y la UE será tan grande como la que existe hoy entre Japón y Ecuador, afirma el informe.
En la isla mediterránea de Mallorca, las empresas presionan a aerolíneas para que estas inauguren más vuelos a Estados Unidos con el fin de aumentar el número de turistas norteamericanos que tienden a gastar más, afirmó María Frontera, presidenta de la comisión de turismo de la Cámara de Comercio de Mallorca. Los estadounidenses gastan de media unos 260 euros (292 dólares) al día en hoteles, frente a los menos de 180 euros (202 dólares) de los europeos.
“Este año hemos visto un gran cambio en el comportamiento de los europeos debido a la situación económica que estamos atravesando”, afirmó Frontera, que viajó recientemente a Miami para aprender a atender mejor a los clientes estadounidenses.
El débil crecimiento y la subida de los tipos de interés están poniendo a prueba los generosos estados del bienestar europeos, que proporcionan servicios sanitarios y pensiones populares. Los gobiernos europeos se encuentran con que las viejas recetas para solucionar el problema se están volviendo inasequibles o han dejado de funcionar. Tres cuartas partes de un billón de euros en subvenciones, exenciones fiscales y otras formas de ayuda se han destinado a consumidores y empresas para compensar el aumento del coste de la energía, algo que, según afirman los economistas, está alimentando la inflación, anulando el propósito de las subvenciones.
Ante la necesidad de los gobiernos europeos de aumentar el gasto en defensa y los crecientes costes del endeudamiento, los economistas prevén un aumento de los impuestos, lo que añadirá presión sobre los consumidores. Los impuestos en Europa ya son elevados en relación con los de otros países ricos, equivalentes a alrededor del 40-45% del PIB, frente al 27% en EE.UU. Los trabajadores estadounidenses se llevan a casa casi tres cuartas partes de sus nóminas, incluidos los impuestos sobre la renta y la Seguridad Social, mientras que los franceses y alemanes sólo se quedan con la mitad.
La pauperización de Europa ha reforzado las filas de los sindicatos, que están ganando decenas de miles de afiliados en todo el continente, invirtiendo un declive que duraba décadas.
Sin embargo, el aumento de la sindicación puede no traducirse en un aumento de los ingresos de los afiliados. Esto se debe a que muchos prefieren que los trabajadores dispongan de más tiempo libre en lugar de un salario más alto, incluso en un mundo en el que la escasez de mano de obra cualificada es cada vez mayor.
IG Metall, el mayor sindicato de Alemania, pide una semana laboral de cuatro días con los salarios actuales, en lugar de un aumento salarial para los trabajadores del metal del país, antes de las negociaciones del convenio colectivo de noviembre. Los responsables afirman que una semana más corta mejoraría la salud y la calidad de vida de los trabajadores, al tiempo que haría más atractivo el sector para los trabajadores más jóvenes.
Casi la mitad de los empleados del sector sanitario alemán optan por trabajar unas 30 horas semanales en lugar de jornada completa, lo que refleja las duras condiciones de trabajo, afirmó Frank Werneke, Presidente del Sindicato de Servicios Unidos del país, que ha incorporado unos 110.000 nuevos afiliados en los últimos meses, el mayor aumento en 22 años.
Kristian Kallio, desarrollador de juegos en el norte de Finlandia, decidió recientemente reducir su semana laboral en una quinta parte, hasta 30 horas, a cambio de un recorte salarial del 10%. Ahora realiza unos 2.500 euros al mes. “¿Quién no querría trabajar menos horas?”. afirmó Kallio. Alrededor de un tercio de sus compañeros aceptaron el mismo trato, aunque los líderes trabajan a jornada completa, afirmó el jefe de Kallio, Jaakko Kylmäoja.
Kallio trabaja ahora de 10 de la mañana a 4.30 de la tarde. Utiliza su tiempo libre extra para sus aficiones, para realizar buenas comidas y dar largos paseos en bicicleta. “No veo una realidad en la que volvería a tener un horario de trabajo normal”, afirma.
Igor Chaykovskiy, informático de 34 años que trabaja en París, se afilió a un sindicato a principios de año para reclamar mejores condiciones salariales. Hace poco recibió un aumento salarial del 3,5%, aproximadamente la mitad de la inflación. Cree que el sindicato dará a los trabajadores mayor influencia para presionar a los directivos. Pero no se trata sólo de salarios. “A lo mejor te afirman que no tienes un aumento de sueldo, sino clases gratuitas de deporte o música”, dijo.
En la fábrica de automóviles Stellantis de Melfi, en el sur de Italia, los empleados llevan años trabajando menos horas debido a la dificultad de conseguir materias primas y a los altos costes de la energía, afirmó Marco Lomio, sindicalista del Sindicato Italiano de Trabajadores del Metal. Las horas trabajadas se han reducido recientemente en torno a un 30% y los salarios han disminuido proporcionalmente.
“Entre la alta inflación y el aumento de los costes energéticos para los trabajadores”, afirmó Lomio, “es difícil hacer frente a todos los gastos familiares”.