En la actual discusión en torno a la gentrificación, Ciudad de México debe de ser sin duda uno de los campos de batalla más ‘encarnizados’ del mundo.
La rápida transformación de algunos de sus barrios más tradicionales —Condesa, Roma y Juárez, principalmente— tiene en vilo a sus habitantes, activistas y cronistas. Quejarse de la proliferación de cafés de moda y de los altos precios de los alquileres se ha convertido en el pasatiempo favorito de este microcosmos ensimismado. ¿Y quiénes son los villanos favoritos de esta historia, por encima incluso de los tan odiados promotores inmobiliarios? Los estadounidenses.
Según este argumento, la pandemia trajo consigo una invasión de nómadas digitales procedentes de EU., gente que descubrió que podía vivir en una gran ciudad a un mucho menor costo, a pocas horas de vuelo de casa, evitando los duros inviernos y disfrutando de una de las mejores escenas culinarias del mundo. Los estadounidenses aprovechan los visados de turista de hasta seis meses para trabajar desde México y muchos prolongan esa estancia simplemente saliendo y volviendo a entrar, al tiempo que alquilan sus propios apartamentos en EU para financiar la aventura. ¿Qué más se puede pedir?
Desde hace tiempo, es imposible pasear por cualquiera de estos barrios sin oír hablar inglés. Puedes toparte con estrellas mundiales como Dua Lipa en la pintoresca plaza de Río de Janeiro u Owen Wilson en una galería de arte, como me ocurrió hace poco. Los restaurantes se han modernizado para satisfacer a comensales más exigentes y con mayor poder adquisitivo. La oferta de los bares y discotecas es de última tendencia y en una elegante mansión barroca de la colonia Juárez se acaba de abrir la primera Soho House de Latinoamérica. Los alquileres, otrora baratos, han subido de precio, no solo para los locales, sino también para los extranjeros.
El ingrediente especial en este caso es la históricamente tórrida relación entre EU y México. Para algunos mexicanos, la afluencia actual añade sal a heridas aún abiertas: Son testigos los afiches callejeros que gritan “Gringo: regresa a tu país” o “México es para los mexicanos vete”.
Resulta revelador que los estadounidenses que se mudaron a México hace muchos años estén ahora molestos porque sus compatriotas están arruinando su “pequeño secreto”. Incluso hay quienes intentan jugar a las batallas culturales, como esta tiktokera que hace la incendiaria afirmación de que las taquerías dejaron de hacer las salsas picantes porque a los clientes estadounidenses no les gustan. (Esto es totalmente falso: puedo decir con confianza que nunca me ha hecho falta la salsa picante para mis tacos. Pero por si acaso, también consulté con una de las mayores cadenas de tacos del país y me confirmaron que sus recetas no han cambiado).
¿Los ‘gringos’ son los únicos culpables?
Bueno, sospecho que el papel de los estadounidenses en el aburguesamiento de Ciudad de México ha sido muy exagerado y que algunas de estas críticas son injustas. Para empezar, extranjeros de muchas nacionalidades han vivido en estas zonas durante mucho tiempo. Ahora hay muchos viajeros estadounidenses, sí, pero buena parte de ellos son turistas que disfrutan de una ciudad que está de moda. Algunos se quedan unos meses para vivir una experiencia corta antes de regresar a sus ciudades de origen.
Las medidas represivas de las empresas contra el trabajo remoto y la fortaleza del ‘superpeso’ también se están convirtiendo en elementos disuasorios para quien busca reubicarse en Ciudad de México; no me sorprendería que la tendencia de los últimos años empezara a desvanecerse. Las estadísticas no son concluyentes: El número de permisos de residencia temporal o permanente otorgados a estadounidenses en Ciudad de México creció 40 por ciento en 2022-2023 en comparación con los dos años anteriores a la pandemia, pero eso sigue siendo solo alrededor de 5 400 mil personas (o menos de 10 pór ciento de los permisos otorgados a todos los extranjeros).
De hecho, el auge inmobiliario que registran estas zonas lleva décadas produciéndose tras la destrucción que dejó el mortal terremoto de 1985 y que afectó particularmente a estos barrios. Desde entonces, los promotores han apostado por la zona por su suelo más barato; su atractivo histórico, y la demanda de las clases medias y altas aspirantes. La pandemia puede haber acelerado un proceso que ya estaba en proceso.
¿La gentrificación es mala para la CDMX?
Es más, lo que llamamos gentrificación puede no ser tan perjudicial en el caso de Ciudad de México como algunos sostienen. Como todo en la vida, hay pros y contras. Para una visión negativa del proceso en las ciudades estadounidenses, recomiendo How to Kill a City, de Peter Moskowitz. Como contribuyente no mexicano que lleva ocho años viviendo en la zona, también veo los aspectos positivos. Y esta tendencia es casi inevitable de todos modos en una economía abierta como la mexicana, que se integra rápidamente con EU por mucho que el Gobierno de la Ciudad de México intente ahora detenerla.
Quizá el argumento más sólido contra el pánico a la gentrificación sea que la Ciudad de México es una metrópoli enorme, compleja y dinámica en la que solo una pequeña parte de sus 9.2 millones de habitantes (o casi 22 millones si consideramos la zona metropolitana) vive en estos distritos. En el pequeño mundo de la Roma Norte, la gentrificación debe parecer un gran problema, pero la realidad es que cuestiones como la escasez de agua, la contaminación, la falta de vivienda social, la deficiencia del transporte público y las larguísimas distancias de desplazamiento de los trabajadores tienen un impacto mucho mayor en la vida de los chilangos —el término utilizado para referirse a quienes habitan esta gran urbe. Por algo el aburguesamiento no es un tema de campaña para los tres aspirantes a la jefatura de Gobierno de Ciudad de México en las elecciones generales del 2 de junio.
Aun así, si mis amigos estadounidenses que visitan Ciudad de México quieren hacer frente a estas tensiones, o al menos evitar agravarlas, permítanme ofrecerles un consejo gratuito: intenten aprender algo de español, les ayudará en su experiencia y contribuirá a su bagaje cultural; salgan de las zonas prominentes, hay mucho que ver en otros lugares. Y por favor, por favor, no salgan nunca en sandalias flip-flop por la Condesa, ¡esto no es Cancún!