Los libros de texto gratuito (LTG) se han convertido en la munición que esta semana alimenta la interminable batalla de descalificaciones entre el obradorismo y la oposición. Como siempre, una disputa a tumba abierta, entre buenos y villanos, según el cristal con que se mire. Para muchos ciudadanos y padres de familia esto no es un problema. Basta creer la versión categórica y estridente que coincida con la nuestra, y asunto resuelto.
Pero quien, al margen de insultos y descalificaciones, intente hacerse una opinión sobre el acierto o desacierto de los libros de texto gratuitos enfrenta un complicado desafío. Primero, porque son 70 títulos dedicados a las distintas materias, desde primaria a secundaria; algo que impediría a la mayoría de los lectores (y me incluyo), revisar un buen número de ellos y confirmar, por ejemplo, si inculcan o no el marxismo, como afirman sus detractores y rechazan sus defensores. Y, por otro lado, es evidente que valorar algunas críticas de fondo que se han divulgado, requiere un mínimo de conocimientos pedagógicos. Esto no ha sido mella para que muchos de mis colegas dedicados al análisis político hayan decidido, de una vez y para siempre, que son instrumentos perversos de adoctrinamiento y condenan al atraso a las futuras generaciones.
Los responsables de los LTG, por otro lado, defienden su obra argumentando, entre otras cosas, que se ha intentado contextualizar los materiales con el mundo que realmente vive la mayoría de la población y de promover valores de solidaridad y conciencia social en nuestra infancia. Unos reclaman la pérdida de contenidos matemáticos y el daño que eso provocará; otros responden que están las matemáticas que se necesitan, pero ahora vinculadas a una noción de los otros y no exclusivamente a una concepción tecnócrata e individualista.
¿Cómo hacerse de una idea a partir de la información tan sesgada que se ha difundido por parte de unos y otros? Los medios masivos han hecho una selección de ejemplos de aquello que podría ilustrar sesgos ideológicos o inconsistencias pedagógicas. Por su parte, Marx Arriaga, responsable del equipo generador de los libros, exalta la participación de los expertos y los años invertidos en su preparación. ¿Las citas publicadas fuera de contexto de los opositores justifican un juicio concluyente respecto de una obra de más de 20 mil páginas? O, del otro lado, ¿debemos asumir como buena la defensa que hace de su trabajo la parte interesada?
En teoría, tendríamos que recurrir a especialistas en la materia para saber qué está pasando y no dejarlo a la lectura de las columnas políticas, a los conductores y comentaristas de radio y, desde luego, mucho menos a políticos y militantes interesados en la mutua descalificación.
Por desgracia, encontré poco provecho en la exploración de las versiones difundidas por la mayor parte de los pedagogos que han entrado al debate. La polarización les ha alcanzado. En parte, el problema procede de los propios medios de comunicación: resulta que hay expertos para el color que a cada cual acomode. Medios opositores buscan a pedagogos contrarios a las corrientes predominantes en los LTG; medios oficialistas, por el contrario, consultan y citan a los especialistas favorables a su escuela de pensamiento. Ambos justifican su respectivo análisis con argumentos y términos que trascienden al lector común.
Por desgracia, no encontré, no digo que no existan, intentos relativamente independientes que hayan hecho el esfuerzo de analizar las fortalezas y debilidades de la propuesta actual, tanto en sí misma como con respecto a los LTG anteriores. Y digo esto último (valorarlo con respecto a lo que se tenía antes), porque la exclusiva caza de defectos de cualquier versión, actual o anterior, concluiría con una inevitable condena.
Mientras tanto, puedo entender que los pedagogos, más allá de sus pasiones políticas, tengan razones para estar divididos, incluso los que intentan ser relativamente objetivos. La mexicana es una sociedad compleja y plural que alberga visiones contrastantes, entre otras cosas, sobre la naturaleza de los problemas y de cómo resolverlos. Es comprensible que tengamos también diversas aproximaciones al tipo de valores y las prioridades que queramos inculcar en nuestros hijos. Por mencionar uno de los muchos dilemas que esto entraña: ¿Propiciar una cultura del éxito o enfatizar una identidad comunitaria? ¿Una mezcla? ¿Pero en qué proporción?
Desde luego los contenidos de estos textos tienen implicaciones pedagógicas; la ciencia del aprendizaje, por así decirlo, tiene lógicas que no siempre son evidentes, de allí la necesidad de pedagogos y un magisterio profesional. Es decir, al margen de los énfasis ideológicos, los libros de enseñanza tienen que estar “pedagógicamente” bien hechos. En ese sentido, en lo personal, seguiría esperando la exposición de mentes educadas en este campo, capaces de hacer un esfuerzo para analizar los alcances y límites de esta propuesta, más allá del interés de defenderla o atacarla.
Mientras tanto, sin embargo, me quedo con la noción de que al optar por una alternativa de cambio como la obradorista, las mayorías favorecieron con su voto, y siguen haciéndolo, el intento de construcción de un país menos subordinado al mercado y una vida pública más sana de cara a los que menos tienen. Que los contenidos educativos de este proyecto reflejen estos énfasis no debería extrañar a nadie. La oposición rechaza de antemano a los nuevos LTG porque entrañan una concepción ideológica, como si las versiones anteriores no contuviesen también una propuesta ideológica. Frente al bombardeo de la sociedad de mercado y la publicidad comercial a la que ningún niño escapa, me parece que una compensación en la escuela que enfatice otros valores constituye una suerte de equilibrio. Una opinión de neófito, asumo de antemano.
El tema es otro. Por un lado, el respeto a los aspectos técnicos del aprendizaje que deben respetarse, sin importar el énfasis ideológico. Por otro, el reconocimiento de que somos una sociedad diversa, y consecuentemente el respeto que debe existir a las otras visiones por parte de los responsables de una propuesta que afecta a todos. Más allá de su capacidad, habría que preguntarse si era necesario dejar como vocero y dirigente de esta delicada tarea a un militante como Marx Arriaga, algo que, a mi juicio, sobre politizó innecesariamente la divulgación de los contenidos; tampoco ayuda la decisión de reservar durante cinco años la información de cómo se hicieron los libros; y mucho menos la inclusión de pasajes como los denunciados por la prensa de oposición, según los cuales fue retención y no intento de secuestro el de Eugenio Garza Sada, líder empresarial regiomontano, y su muerte una pérdida de la vida y no un asesinato por la Liga Comunista 23 de Septiembre. Algo que parece más una provocación absurda y gratuita. Sigo pensando que los nuevos libros de texto gratuito merecen un análisis más profundo y mesurado de lo que hasta ahora hemos escuchado.