El machismo, esa arraigada ideología que ha permeado durante siglos en la sociedad mexicana, sigue siendo un tema candente en el debate contemporáneo sobre la igualdad de género y los derechos de las mujeres. Para comprender su compleja red de raíces, es imperativo retroceder en el tiempo y explorar los orígenes históricos y culturales que han moldeado esta mentalidad dominante
Desde tiempos precolombinos, las sociedades mesoamericanas ya exhibían patrones de comportamiento que favorecían la supremacía masculina. La estructura patriarcal se entrelazaba con las prácticas religiosas y políticas, otorgando a los hombres un poder y autoridad innegables sobre las mujeres.
La llegada de los españoles durante la conquista trajo consigo una dinámica adicional: la unión de españoles con indígenas, en su mayoría hombres españoles con mujeres indígenas. Sin embargo, estas uniones casi nunca eran reconocidas formalmente por la Iglesia. Muchas veces, estas relaciones culminaban en hijos mestizos, quienes no eran reconocidos por sus padres españoles. Como resultado, estos hijos mestizos crecían con un cierto rencor hacia el padre y, a menudo, un desprecio hacia la madre, que también era maltratada por el padre español.
El legado colonial también dejó una profunda huella en las mentalidades y creencias de la población. La idea de la “mujer sumisa” y el “hombre fuerte” se convirtió en un ideal aspiracional, reforzado por las instituciones religiosas y educativas. La influencia de la Iglesia Católica en particular contribuyó a la perpetuación de estos roles de género, con su énfasis en la obediencia y la sumisión femenina.
El siglo XIX trajo consigo cambios políticos y sociales que, si bien impulsaron la lucha por la independencia y la abolición de la esclavitud, no lograron cuestionar seriamente la estructura patriarcal. La Revolución Mexicana del siglo XX trajo consigo una retórica de igualdad y justicia social, pero nuevamente, las mujeres quedaron en gran medida marginadas de la agenda política y social. Este movimiento sociopolítico con fines igualitarios excluyó a las mujeres de su discurso, enfocándose exclusivamente en las clases bajas del sector agrícola.
Durante mediados del siglo XX, el Siglo de Oro mexicano tuvo su auge, con la mayor parte de su audiencia en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. El Cine de Oro reflejaba actitudes y comportamientos del periodo revolucionario en el que el hombre era representado como una figura superior, en un ambiente donde predominaban los vicios como el alcohol, peleas de gallos, y apuestas. Además, los hombres eran, en su mayoría, acompañados por más de una mujer, minimizando la infidelidad siempre y cuando esta haya sido ejecutada de él hacia ella, pues en caso contrario, la infidelidad era razón para iniciar una separación marital.
El Cine de Oro ayudó a perpetuar la idea del “macho mexicano” en la consciencia de la población. En más de una película, el hombre era digno de admiración y respeto, mientras que la mujer constantemente necesitaba ayuda y salvación, siempre del hombre.
El advenimiento del siglo XXI ha sido testigo de un despertar gradual pero persistente en la conciencia colectiva sobre las desigualdades de género. Las mujeres mexicanas han alzado sus voces contra el machismo arraigado, exigiendo un cambio profundo en las estructuras sociales y culturales que lo perpetúan. Movimientos como el #NiUnaMenos y #MeToo han resonado en todo el país, exponiendo la realidad cruda de la violencia de género y la discriminación.
Sin embargo, erradicar el machismo no es tarea fácil. Requiere un compromiso colectivo de desmantelar las normas de género restrictivas, promover la educación y conciencia de género desde una edad temprana, y garantizar la aplicación efectiva de leyes que protejan los derechos de las mujeres. Además, es crucial fomentar una masculinidad más inclusiva y no violenta, que rechace la idea de la superioridad masculina y abrace la igualdad de género como un valor fundamental.
En última instancia, el camino hacia una sociedad libre de machismo es largo y arduo, pero no imposible. Requiere un cambio cultural profundo y un compromiso inquebrantable con la igualdad y la justicia para todas las personas, independientemente de su género. Solo a través de un esfuerzo colectivo y continuo podemos construir un México donde todas las personas puedan vivir libres de discriminación y violencia de género. Es hora de romper con los viejos paradigmas y construir un futuro más equitativo y justo para las generaciones venideras.