El cambio de gobierno nunca es sencillo, sin importar la afinidad política o la voluntad de cooperación. Claudia Sheinbaum, ahora presidenta, enfrenta uno de los desafíos más grandes de su carrera política. Aunque las expectativas son altas, la realidad es que no se puede resolver la totalidad de los problemas del país en apenas unas semanas. Los primeros días de su mandato han sido un termómetro de lo que podría venir en los próximos seis años: su administración y el partido que controla el Congreso de la Unión ya enfrentan desafíos de tal magnitud que hacen sentir a la población como si hubiera pasado mucho más tiempo.
Durante su gestión como jefa de gobierno de la Ciudad de México, Sheinbaum se enfrentó a crisis profundas, desde la pandemia hasta las protestas por la inseguridad y los derechos de las mujeres. Pero esos desafíos locales ahora parecen pequeños en comparación con lo que representa liderar a todo el país. El hecho de ser la primera presidenta de México no solo conlleva una carga simbólica importante, sino también el peso de expectativas sociales que exigen soluciones inmediatas y profundas.
Uno de los retos principales para el gobierno en turno es demostrar que su mandato no estará definido únicamente por su cercanía con el expresidente López Obrador A pesar de haber sido una de sus aliadas más cercanas, la doctora Claudia debe convencer al país de que su liderazgo es independiente y que puede trazar su propio rumbo. Sin embargo, su constante referencia a la continuidad del legado de AMLO en casi todas sus apariciones públicas sugiere lo contrario. Existe un riesgo latente de que se perciba a su gobierno como una simple extensión del anterior, en lugar de una administración con una visión propia. Si no logra diferenciarse claramente, corre el riesgo de quedar atrapada bajo la sombra de su predecesor.
En el ámbito económico, la presidenta enfrenta una situación delicada. Los mercados financieros, tanto nacionales como internacionales, están inquietos. La falta de confianza en el gobierno y la incertidumbre sobre la dirección que tomará la política económica han generado dudas entre los inversionistas. Sheinbaum sabe que uno de sus primeros pasos debe ser calmar los mercados y reafirmar el compromiso de México con los tratados internacionales, como el TLCAN, que son vitales para mantener la competitividad del país. Aprovechar el fenómeno del nearshoring es una prioridad, pero también lo es encontrar el equilibrio adecuado entre la intervención del gobierno y la confianza de los inversionistas.
Es aquí donde surge una crítica importante: la tendencia del gobierno de Morena a centralizar el poder y aumentar la injerencia estatal en sectores clave ha generado desconfianza. Las señales de intervencionismo excesivo en el sector privado han asustado a los inversores, y la realidad es que cualquier intento de impulsar reformas económicas que vayan en contra de los tratados internacionales solo profundizará esa incertidumbre. México no puede permitirse perder capital extranjero en un momento en que necesita crecer y atraer inversiones para generar empleo y mejorar las condiciones de vida.
Combatir la corrupción no solo implica destituir a figuras públicas corruptas; requiere una reforma estructural profunda que ataque la raíz del problema y transforme la cultura política del país. Es crucial que su gobierno respete las instituciones, refuerce su independencia y evite la tentación de utilizarlas con fines políticos. La autonomía de las instituciones es vital para garantizar que las reformas contra la corrupción sean efectivas y duraderas, y no simples gestos simbólicos.
Por último, el tema de la inseguridad sigue siendo el talón de Aquiles de México. A pesar de los esfuerzos por militarizar las calles y fortalecer la Guardia Nacional, los índices de violencia relacionados con el narcotráfico y el crimen organizado siguen siendo alarmantes. Sheinbaum ha hablado de un enfoque integral, que no solo se base en la fuerza, sino que también aborde las causas estructurales de la violencia: la pobreza, la falta de oportunidades y la impunidad. Sin embargo, sus propuestas hasta el momento no parecen diferir mucho de las de sus predecesores, y el escepticismo público sigue siendo alto. Si no se abordan las causas profundas de la inseguridad, cualquier medida superficial será solo un parche temporal.
A pesar de los desafíos inmediatos, el verdadero reto de Sheinbaum será demostrar que su gobierno no solo puede ofrecer soluciones rápidas, sino que también puede respetar y fortalecer las instituciones democráticas. En los últimos años, hemos visto cómo el gobierno federal ha intentado concentrar el poder y debilitar a organismos independientes. Es fundamental que la presidenta, en lugar de continuar con esta tendencia, reafirme la independencia de las instituciones y permita que jueguen su papel como contrapesos en una democracia sana.