“Segundo piso de la Cuarta Transformación”. Esa es la frase que se leía en el podio y en el templete al que subió Luisa María Alcalde para pronunciar su primer discurso como líder nacional de Morena. La secretaria de Gobernación de Andrés Manuel López Obrador llega a un partido convertido en una maquinaria electoral: con la presidencia, la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y el Senado, 24 gubernaturas y 27 de los 32 Congresos locales, así como una controvertida reforma que permitirá al movimiento reconfigurar el Poder Judicial. Asume también la dirigencia en un momento crítico para la formación, a días de que el presidente se retire de la política y de que Claudia Sheinbaum rinda protesta como la primera presidenta de México.
Sin López Obrador a la vista y bajo el liderazgo de Sheinbaum, Alcalde, de 37 años, recibe la encomienda de consolidar la hegemonía política y el proyecto político oficialista, apuntalar el relevo generacional y llevar las riendas de un movimiento que encierra en sí mismo su principal oposición y mayores desafíos políticos.
“No les voy a fallar, porque conozco los hechos, las luchas, los riesgos, las tristezas y las alegrías del movimiento de regeneración nacional desde su fundación”, prometió Alcalde, después de ser nombrada por unanimidad. Identificada con el llamado grupo político de los puros y con un perfil más acorde a la base militante que su predecesor, Mario Delgado, la nueva dirigente asume el cargo tras un ascenso meteórico de la mano de López Obrador, que la designó al frente de dos carteras durante su mandato: la Secretaría del Trabajo (2018-2023) y la Secretaría de Gobernación (2023-2024), el equivalente al Ministerio del Interior en otros países y el brazo de interlocución política más importante del presidente en México. Fue la más joven en asumir ese puesto.
“¿Cómo mantenernos leales a nuestros principios? ¿Cómo no alejarnos del pueblo ni perder la mística, ni caer presas de la soberbia? ¿Cómo aprovechar nuestra diversidad para construir unidad y no sectarismo? ¿Cómo aseguramos que nuestros Gobiernos sepan qué significa, en el sentido más profundo, ser parte de Morena?”, cuestionó Alcalde en su discurso de agradecimiento, sobre los desafíos que enfrenta el partido tras un ascenso “vertiginoso”. “La esencia de Morena está en sus raíces”, dijo para contestar a las preguntas retóricas y para “pensar en el Morena de la siguiente elección y de la siguiente generación”.
Alcalde es también fundadora del partido y fue diputada por Movimiento Ciudadano, ahora en la oposición, cuando la formación estaba en proceso de obtener su registro político. Su madre, la contadora Bertha Luján, es una de la funcionarias de mayor confianza de López Obrador. Formó parte de su Gobierno en Ciudad de México, fue secretaria general del partido de 2012 a 2015 y secretaria del Consejo Político de 2015 a 2022. Su padre, Arturo Alcalde, es un conocido abogado laboralista, labrado en la lucha sindical. Su hermana, Bertha Alcalde, estuvo en la baraja del presidente para ser consejera del Instituto Nacional Electoral (INE) y para ser ministra de la Suprema Corte, pero su llegada a ambos organismos se frustró.
Muchas de las dudas que rodean a Alcalde son las mismas que planean sobre Sheinbaum, la primera mujer en llegar al poder. El oficialismo ha imaginado durante años su futuro sin López Obrador, líder moral del movimiento y la figura donde terminan todas las divergencias y los conflictos internos. Sheinbaum será la presidenta más poderosa en décadas en México: ninguno de sus predecesores llegó con una supermayoría en ambas Cámaras al poder y sus críticos y detractores advierten de un giro autoritario por la concentración de poder y la actual distribución de fuerzas en México.
El presidente se ha abocado a capitalizar cada día que le queda hasta el cambio en la presidencia, el próximo 1 de octubre, y ha impulsado una batería de 18 propuestas de reformas constitucionales para marcar la ruta que espera que siga. El estrecho equilibro del oficialismo en México se zanja bajo el lema “continuidad con cambio”: seguir con el proyecto lopezobradorista, pero bajo un nuevo liderazgo y un nuevo estilo político.
Su nombramiento al frente del Morena recibió tantos reflectores como la llegada de Andrés López Beltrán, uno de los cuatro hijos del presidente, a la Secretaría partidista de Organización, clave para definir la estrategia electoral de la formación. Andy, como se le conoce, es politólogo y ha sido un importante operador político dentro del movimiento, pero da el salto en su carrera partidista irremediablemente bajo la sombra de su padre, una figura omnipresente en la política mexicana y el mandatario con mayores niveles de aprobación de la era democrática, por encima del 70%.
La designación de ambos no está exenta de polémica, bajo la idea de que estaba naciendo una nueva “dinastía” en el seno del partido gobernante, en medio de una contienda interna sin oposición ni competencia y un nuevo ascenso decretado desde el Palacio Nacional, la sede del Gobierno. Las designaciones fueron un secreto a voces desde hace dos meses y no provocaron mayores sorpresas.
Algunos analistas interpretan el nombramiento de Alcalde, un alfil del actual Gobierno, como un movimiento más de López Obrador para encorsetar a Sheinbaum y condicionar sus primeros pasos como presidenta. Se habla de un deslizamiento a la izquierda para que la sucesora, con un perfil más moderado y técnico en el papel, mantenga el curso. Lo cierto es que los intereses de la nueva mandataria y su predecesor se encuentran, de momento, alineados. Desde Morena insisten que es el mismo proyecto arquitectónico: López Obrador sentó las bases, Sheinbaum construirá el segundo piso. Y más importante: Sheinbaum no ha empezado su mandato. Nadie puede afirmar con certeza cuánto será continuidad y cuánto, cambio.
Un par de horas antes del nombramiento, Sheinbaum pronunció su último discurso dirigido a la militancia de Morena para delinear la hoja de ruta de la próxima dirigencia con un decálogo de principios. La presidenta electa adelantó que seguirán algunas directrices ya trazadas por López Obrador. El partido seguirá utilizando las encuestas como método de selección de candidatos y las “tómbolas” para sortear candidaturas plurinominales, que permiten a los beneficiados llegar a cargos sin aparecer en la boleta ni hacer campaña. Mantendrá también al “pueblo” como la figura central de su proyecto, bajo el eslogan “primero los pobres”, y el principio de “austeridad republicana”, con el argumento de que “no puede haber Gobierno rico, con pueblo pobre”.
Pero no todo fue continuismo. Sheinbaum dejó claro que era ella quien tenía ahora el bastón de mando. Anunció, por ejemplo, que la dirigencia no debe pecar de “pragmatismo”, el sello de la casa durante la gestión de Mario Delgado, quien cerró alianzas con varios políticos del “viejo régimen” para incrementar la lista de triunfos electorales del partido y aumentar la coalición del bloque gobernante para tener mayor gobernanza.
La presidenta electa pidió también “no ser un partido de Estado” ni caer en el “burocratismo”, consciente de que los partidos tradicionales están en la lona y en respuesta a quienes anticipan no sólo un cambio de gobierno, sino también un nuevo régimen. Habló, además, de machismo, de impulsar la ciencia, de abrir espacios para la educación, de expandir la política social: las promesas de cambio. Y hubo una palabra que estuvo en la parte más alta de su decálogo: “unidad”. Sheinbaum deja entrever que una parte clave para el éxito o naufragio de su presidencia es evitar fracturas o disidencias internas que mermen la hegemonía que se ha construido en los últimos años. Como parte de la sucesión que ideó López Obrador, todos sus rivales a la candidatura presidencial obtuvieron “premios de consolación”: Marcelo Ebrard será secretario de Economía, Adán Augusto López es el coordinador en el Senado, Gerardo Fernández Noroña asumió como presidente de la Cámara Alta y Ricardo Monreal se convirtió en líder de los diputados oficialistas. Mario Delgado y Citlalli Hernandez, la actual secretaria general, se integrarán al Gabinete de Sheinbaum.
Esos son los frentes abiertos también para Alcalde, que tendrá a Carolina Rangel, una excandidata a diputada poco conocida en la escena nacional, como segunda de a bordo. Andy, además de consolidarse como un operador clave, está también llamado a ser un enlace entre Sheinbaum y López Obrador. “Concluye la primera etapa de la Cuarta Transformación”, decretó la nueva dirigente, con el mismo tono sentido con el que entregó el último informe de Gobierno y se dirigió por última vez a la Cámara de Diputados para celebrar, en sus palabras, “al mejor presidente de la historia”.
“El pueblo decidió por la continuidad y por el tiempo de mujeres, se decidió por Claudia Sheinbaum y en Morena no podemos fallarle”, prometió. Alcalde dijo que su primera tarea será definir el programa de lo que viene: engrosar las filas partidistas, impulsar una declaración de principios para la militancia y los gobernantes, salvaguardar la unidad, deliberar sobre el futuro. Será una mezcla entre los principios que dejó López Obrador y el decálogo que dictó Sheinbaum, según dijo. La nueva dirigente se presentó como una guardiana de la continuidad y la disciplina partidista, como las bases esperan que lo sea Sheinbaum y como los críticos esperan que no lo sea. Después de años de elucubraciones, Morena afrontará un largamente anticipado futuro sin López Obrador, con dos mujeres tras las riendas y bajo la promesa de un cambio de era.