Cuando Almudena Fernández miró el resultado final de los números que había estado calculando, se echó para atrás asombrada. La economista jefe de América Latina y el Caribe del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (UNDP, por su sigla en inglés) calculó la volatilidad económica de distintas regiones del mundo para ver cómo figuraba la suya.
“No nos sorprendió que fuéramos la más volátil del mundo”, dice la especialista, “pero la verdad es que a mí sí me sorprendió la magnitud”. La desviación estándar de la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) promedio, una manera de medir la volatilidad económica, es de 7,2 para Latinoamérica en el periodo de entre 2020 y 2022. En comparación, la del mundo es de 4 y la de economías avanzadas es de 5.
La falta de estabilidad en las economías latinoamericanas y la liga que los vaivenes políticos tienen con el ciclo de materias primas globales está ya documentado y los especialistas han advertido durante años de las posibles consecuencias negativas. Los hallazgos de Fernández, quien se dio a la tarea de cuantificar esta realidad, son consistentes en otros periodos desde 2000. “Me sorprendió sobre todo el último periodo que medimos”, cuenta la economista, “porque la región sale 1.5 veces más alta que la variación que se vio en el mundo. Esto nos dice que es una región realmente mucho más volátil”.
Si bien los ciclos económicos globales se viven en todos lados, las alzas y bajas se viven de manera más intensa en América Latina y tiene un impacto en el largo plazo en el crecimiento. Hace que haya menos consumo, hace que haya menos ahorro, menos inversión, y eso eventualmente tiene impactos en la productividad de la región, que ya de por sí es bastante baja. Al final, explica Fernández, todo esto impacta de manera negativa al crecimiento como si fuera un círculo vicioso. Latinoamérica creció 1,3% en promedio los últimos diez años, una tasa insuficiente para elevar de la pobreza a quienes viven en condiciones vulnerables.
“La otra razón por la que esto nos importa y nos debe importar es porque tiene un impacto real en la acumulación de capital humano”, dice Fernández. “Con esto me refiero al desarrollo. Hay mucha literatura que habla de cómo los choques tan fuertes y tan seguidos tienen un impacto en la pobreza, en mayores caídas en el PIB, que terminan afectando la nutrición, la mortalidad infantil, es decir, si tomas cualquier indicador de desarrollo, ves que estos shocks hacen que sea que haya un impacto negativo”.
Uno de los ejemplos más claros y recientes que destaca el UNDP es la pandemia y el impacto que tuvo en la deserción escolar, lo cual dificultará la capacidad para que esos niños, de adultos, puedan tener acceso a un trabajo bien pagado que requiere ciertos conocimientos y habilidades. La súbita pérdida del empleo en un hogar impacta la nutrición de los miembros de la familia, y cuando uno de ellos está en edad temprana, esto pduiera tener secuelas y consecuencias en su desarrollo.
Además de los choques en sí, la constante volatilidad afecta la planeación de los empresarios, quienes ya anticipan una crisis por el simple hecho de que las viven constantemente en sus países. “Nuestras economías en América Latina son básicamente economías de pequeñas empresas de menos de cinco empleados”, asegura Fernández, “una empresa pequeña que sabe que la economía fluctúa a estos niveles, que nunca sabe cuándo viene el siguiente shock va a pensar dos veces antes de adquirir activos productivos por ejemplo. Eso limita entonces la capacidad de estas empresas de crecer y en el agregado eso impacta que la economía no crezca”.
A manera de mitigación de los choques, multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han propuesto mantener instituciones autónomas fuertes, como los bancos centrales. Por su parte, la UNDP considera que la diversificación económica, la capacidad para implementar políticas públicas contra-cíclicas y la calidad de la gobernanza definirán en gran medida qué tan profundo será el golpe para un país.