En un reciente texto, Viridiana Ríos lanzó una serie de acusaciones en contra de Marcelo Ebrard. La diatriba de Ríos no es trivial pues, entre la ráfaga de epítetos, acusa al secretario de ser un títere. Nada menos que un político ingenuo que se ha prestado para ser el centro de una cortina de humo orquestada desde Palacio Nacional por el presidente López Obrador. Solo en su imaginación podría ser presidente.
Menos imaginarias son las encuestas que, por varios años y de forma consistente, colocan a Marcelo Ebrard como uno de los políticos más reconocidos a nivel nacional. La crítica de Viridiana ignora casi por completo sus cuatro décadas de experiencia política. Con Manuel Camacho Solís, su profesor de El Colegio de México, Ebrard pasó por la Secretaría de Gobierno del Distrito Federal y la Subsecretaría de Relaciones Exteriores; participó en la construcción de la paz del levantamiento zapatista en 1994; fue legislador, secretario de Seguridad Pública, de Desarrollo Social y alcalde de la Ciudad de México. Sobrevivió al asedio de dos presidentes, Vicente Fox y Enrique Peña Nieto. Desde diciembre de 2018 es el canciller de México. La imagen que traza Ríos es muy corta de miras. Un juicio tan categórico debería, como mínimo, pasar revista a su biografía política.
La ausencia de una lectura histórica más exhaustiva produce otro error, aún más grave y central en la tesis de su artículo, sobre la ética del canciller. Marcelo Ebrard cuenta con probada capacidad de ejecución, además de coordenadas ideológicas ancladas en una izquierda progresista. En ese sentido, cumple con la definición clásica de Max Weber sobre el quehacer político. En enero de 1919, Weber ofreció una cátedra, posteriormente publicada bajo el título La política como vocación (Politik als Beruf), frente a un grupo de estudiantes alemanes. Entonces, Weber señaló que un político debe congeniar simultáneamente dos tipos de ética, la de la convicción (o fines últimos) y la de la responsabilidad.
Para Weber, un político debe encontrar el equilibrio entre dos puntos aparentemente en conflicto. Por un lado, debe ser efectivo y eficiente en la arena política; encauzar movimientos y circunstancias inconexas hacia una dirección específica. Debe saber llevar el barco a buen puerto, especialmente en tiempos de tormenta. Esta es la ética de la responsabilidad. Por otro lado, bajo la ética de la convicción, el político debe guiarse a partir de una brújula moral clara. Las victorias y las derrotas políticas deben obedecer a una causa mayor; un ideal. El político weberiano conjuga de manera exitosa los dos tipos de ética, no como opuestos sino como fuerzas complementarias.
En este sentido, Ebrard es un político weberiano. Entre sus resultados como canciller destacan el asilo a Evo Morales, tras el golpe de Estado en Bolivia; la negociación internacional para el diseño de uno de los portafolios más diversos de vacunas contra covid-19, con seis tipos distintos y el arribo de cerca de ochenta millones de dosis, así como la negociación con el sector médico privado para la atención de pacientes. Evitó lo que muchos auguraban, una colisión inminente con Donald Trump, y ahora construye una agenda exitosa con Joe Biden y Kamala Harris. Además, negoció la extradición del general Cienfuegos desde Estados Unidos, un hito en la historia de la relación bilateral por el músculo exhibido de la diplomacia mexicana. El canciller ha impulsado oficialmente una política exterior feminista y ha instruido que los matrimonios del mismo sexo sean reconocidos en todas las embajadas y consulados de México en el mundo.
En 2010, la Fundación City Mayors lo nombró el mejor alcalde del mundo por su liderazgo como “reformista liberal y pragmatista, quien no ha temido enfrentarse a la ortodoxia de México, ya que ha defendido los derechos de la mujer y de las minorías y se ha convertido en un defensor de asuntos en materia ambiental internacionalmente reconocido”. La efectividad del entonces jefe de Gobierno permitió que la Ciudad de México se convirtiera en una capital latinoamericana progresista, al despenalizar el aborto en abril de 2007 y aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo, en diciembre de 2009. Con Ebrard al timón, el choque con el Gobierno federal, la Iglesia católica y el enraizado conservadurismo mexicano no inhibieron la institucionalización de una agenda progresista en la capital de México.
Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador son figuras complementarias. Juntos tienen un recorrido histórico en la política mexicana: Ebrard declinó en favor del presidente tanto en el 2000, hacia la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, como en el 2012, hacia la Presidencia. Esto es muestra de lealtad, en efecto, pero también del pragmatismo necesario para unificar las izquierdas en México. “Si la izquierda llega al poder hay que impulsar la agenda de la izquierda”, ha dicho el canciller. Ese es el objetivo central: no más pero tampoco menos.