Son muchas las razones que han generado el escepticismo sobre la posibilidad de que el ex jefe del Banco Central Europeo se convierta en primer ministro de Italia. Pero si alguien puede arreglar Roma, es él.
Ahora, el presidente de Italia, Sergio Matarella, ha convocado a Mario Draghi para pedirle que dirija el país, una tarea pletórica en un momento sumamente complicado.
Hay muchas razones para ser escépticos: La nación está en medio de una crisis sanitaria y económica. También lo están la mayoría de los lugares en este momento, sin embargo, Italia es uno de los miembros más frágiles de la Unión Europea debido a su escaso crecimiento y a su vertiginosa deuda pública. Los partidos políticos en el Parlamento han vuelto a demostrar su incapacidad para liderar en una crisis, y cualquier primer ministro tendría dificultades para doblegarlos. Draghi será el nombramiento tecnocrático por excelencia, y este tipo de administraciones tienen un historial irregular en Roma, ya que a menudo no consiguen el suficiente apoyo para una reforma duradera y significativa.
Sin embargo, si hay un hombre que podría sacar a Italia de su desorden, ese es Draghi. El ex presidente del Banco Central Europeo tiene un historial inigualable en la gestión de crisis, ya que ha guiado a Italia y a la zona del euro a través de algunas de las peores turbulencias de las últimas tres décadas.
A principios de la década de 1990, como director general del Tesoro italiano, sorteó la crisis del Mecanismo de Tipos de Cambio de Europa, rescató a Roma de un probable impago y encabezó un amplio programa de privatizaciones, todo ello mientras el escándalo de sobornos de “Manos Limpias” en Italia arrastraba a una generación de políticos.
Veinte años más tarde, rescató al euro de un posible colapso al decir a los mercados financieros que el BCE estaba dispuesto a hacer “lo que fuera necesario” para proteger su integridad. Para ello, tuvo que desprenderse del tradicional conservadurismo del BCE, ganarse el apoyo político de Alemania y, sobre todo, ganarse la confianza de los inversionistas, que dejaron de apostar contra la moneda única sin que el banco central tuviera que comprar un solo bono del Estado.
Estos episodios demuestran que Draghi tiene una combinación de dones de la que carecen otros tecnócratas italianos: un profundo conocimiento de los problemas económicos de su país y de la zona euro, así como coraje e inteligencia política. Puede que esto no sea suficiente para arreglar Italia, pero no se encontrará un candidato más cualificado, aunque no sea elegido.
La crisis de Italia es estructural, no cíclica. La pandemia ha expuesto brutalmente los fallos de los gobiernos de todo el mundo occidental, y Roma no ha sido una excepción. Italia ha tenido que afrontar la peor emergencia de la posguerra con una clase política profundamente dividida y poco preparada. Giuseppe Conte, el primer ministro saliente, era un académico sin experiencia previa de gobierno antes de liderar una improbable sucesión de coaliciones revueltas.
La economía necesita urgentemente un cambio. Italia tiene que reorganizar su burocracia, reformar su sistema judicial, recortar el despilfarro de subvenciones e invertir más en infraestructuras, investigación y educación. Injustificadamente, los partidos políticos sólo se han limitado a hablar de boquilla para abordar estos profundos problemas. Italia será el mayor beneficiario bruto del fondo conjunto de la UE para la pandemia, dotado con 750.000 millones de euros (903.000 millones de dólares), pero ha tenido dificultades para diseñar un plan sobre cómo gastar ese dinero y cómo realizar las reformas correspondientes.
Como mente económica preeminente de Italia, Draghi conoce muy bien estos problemas. La cuestión es si podrá hacer mucho al respecto. Al aceptar la oferta del presidente Sergio Mattarella, su tarea inmediata será reunir una coalición estable para una administración tecnocrática.
El populista Movimiento Cinco Estrellas, el mayor partido parlamentario de Italia, parece dispuesto a oponerse a un gobierno de Draghi, aunque su tambaleante unidad será puesta a prueba. El Partido Democrático, de centroizquierda, y el centrista Italia Viva apoyarán probablemente el nombramiento, por lo que mucho dependerá de lo que decida hacer la derecha. La Liga y los Hermanos de Italia, de extrema derecha, deben decidir si impulsan nuevas elecciones o aceptan un gobierno de transición. Matteo Salvini, el líder de la Liga, mantiene su puerta abierta.
El reto de gobernar será aún más desalentador. Mattarella ha insinuado que quiere una administración totalmente tecnocrática, para dejar que Draghi elija de entre los mejores talentos. Sin embargo, cualquier primer ministro necesita aprobar leyes en el parlamento, lo que será muy difícil sin el apoyo de los partidos. A medida que se acercan las próximas elecciones nacionales, previstas para 2023, los políticos querrán apuntar a cualquier gobierno para posicionarse ante los votantes. Mario Monti, el primer ministro tecnócrata que dirigió a Italia durante la crisis de la deuda soberana, comenzó con un fuerte apoyo parlamentario que se desmoronó al intentar aprobar una impopular reforma del mercado laboral.
Draghi conoce muy bien estos límites. Pero su carrera ha sido un ejercicio de abordar los fallos de los políticos. Por el bien de Italia, hay que esperar que pueda repetir esta hazaña una vez más.