Las aseguradoras llevan años alertando sobre los riesgos del cambio climático, pero ahora ese riesgo se ha convertido en una tormenta financiera real. En 2023, las pérdidas globales por desastres naturales ligados al clima superaron los 100 mil millones de dólares, casi igualando las primas que estas empresas ganan asegurando proyectos de combustibles fósiles, según Bloomberg. Un escenario que las deja atrapadas en una paradoja cada vez más insostenible: siguen ganando dinero del problema que, al mismo tiempo, amenaza con derrumbar sus negocios.
El panorama es global, pero en México ya lo vivimos. El huracán Otis, que en octubre destruyó Acapulco con vientos de categoría 5, fue un aviso brutal. Según datos de la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS), las aseguradoras han pagado 6,894 millones de pesos solo en pólizas de vivienda, y esta cifra apenas representa una fracción del total de daños. Otis evidenció que los fenómenos extremos no son un problema del futuro: están aquí, son más frecuentes y más devastadores.
En Alemania, Munich Re, una de las reaseguradoras más grandes del mundo, advirtió que los desastres climáticos están aumentando a un ritmo del 5% anual, una tendencia que amenaza con borrar los márgenes de ganancia más rápido de lo que las primas pueden compensar. En México, el 25% de la población vive en zonas de alto riesgo climático, y los daños asegurados por desastres naturales en 2022 sumaron 2,800 millones de dólares, de los cuales el 85% estuvieron ligados a eventos climáticos extremos, según la AMIS.
El problema es simple pero aterrador: las aseguradoras siguen financiando y asegurando proyectos de combustibles fósiles, al mismo tiempo que pagan por los incendios, huracanes y sequías que esos mismos combustibles intensifican. Es como asegurar el incendio mientras avivan las llamas. Pero esto no es solo una cuestión de responsabilidad ambiental; es un problema de pragmatismo económico.
La gran pregunta es: ¿cuánto tiempo podrán ignorar lo evidente? Si su modelo de negocio depende de un planeta estable, el cambio climático no es solo un riesgo: es una amenaza existencial. Algunas compañías han comenzado a retirarse de proyectos de carbón y petróleo, pero la acción no es ni suficientemente rápida ni contundente.
En México, la urgencia es palpable. Un país golpeado por huracanes cada vez más violentos, sequías prolongadas y un altísimo riesgo climático no puede seguir en la inacción. Si las aseguradoras no presionan por cambios en la política energética y no adaptan su modelo de negocio, no solo perderán dinero: se quedarán sin planeta qué asegurar. Porque, al final del día, no hay primas lo suficientemente altas para cubrir el costo de un planeta que se desmorona.