México es el segundo país con más acuerdos de libre comercio en el mundo. Sus doce pactos han servido de poco

La Unión Europea y México han llegado a un pacto para modernizar y ensanchar el tratado comercial que tienen vigente desde 2000. Este pacto, similar a otros como el alcanzado con Chile en 2023, pretende impulsar intercambios que ascienden a 82.000 millones de euros.

El marco ha necesitado casi ocho años de negociación y, precisamente, se ha cerrado a tres días de que vuelva al poder Donald Trump, que ha amenazado a las dos partes de este tratado con elevarles los aranceles en sus exportaciones a Estados Unidos.

Entre los planes de contingencia que ha diseñado Bruselas para aliviar el daño que una posible subida de aranceles por parte de la nueva administración estadounidense causaría a la anémica economía de la UE, estancada desde hace un par de años, estaba la firma de nuevos tratados comerciales.

Además, este pacto llega apenas un mes después de que la Comisión Europea firmara el tratado comercial con Mercosur, un paso que muchos han interpretado en esa misma línea, a pesar de la resistencia de varios Estados miembros, con Francia a la cabeza.

Para que el acuerdo alcanzado este viernes entre en vigor, es todavía necesario que ambas partes lo ratifiquen, recuerda el comunicado de la Comisión Europea.

Ese mismo texto expone que México es segundo socio comercial de la UE en América Latina, después de Brasil y que con la actualización pactada se ayuda a que las exportaciones europeas crezcan en el área de los servicios financieros, el transporte, el comercio electrónico y las telecomunicaciones. También se “fortalece la cadena de valor con las materias primas críticas, que mejoran la competitividad de la industria europea”.

Además, expone el Ejecutivo comunitario, hay un capítulo para las exportaciones agroalimentarias, tan sensibles en la Unión: se eliminan aranceles que alcanzaban el 100% en productos como el queso, el cerdo, la pasta, las manzanas, el chocolate o el vino; se logra la protección de 568 denominaciones de origen europeas; y se agilizan los procedimientos administrativos.

Uno de los apartados del acuerdo que puede más favorecer al país es el que busca estimular la inversión europea en México. Durante la Cumbre UE-Celac, mantenida en julio del año pasado en Bruselas, esta era la principal demanda de los países que componen la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Aunque a aquella cita no acudió el entonces presidente de México Andrés Manuel López Obrador.

Ha sido en los primeros meses de Gobierno de su sucesora, Claudia Sheinbaum, cuando se ha alcanzado un pacto de modernización que empezó a negociarse en mayo de 2016.

“Es un paso muy importante para fortalecer nuestros lazos económicos e impulsar nuestra cooperación en áreas como la acción climática, los derechos humanos o el desarrollo sostenible”, especialmente en un “momento de creciente incertidumbre política”, ha destacado en las redes sociales el presidente del Consejo Europeo, António Costa, que ha recordado que los Estados miembros deben ahora evaluar el acuerdo antes de tomar una decisión.

Lo que queda claro, ha acotado la jefa de la diplomacia europea, Kaja Kallas, tras hablar con el ministro de Exteriores mexicano, Juan Ramón de la Fuente, es que a la UE y México les une el “compromiso compartido con la democracia, los derechos humanos, la igualdad de género, la acción climática y el orden internacional basado en normas”. “Europa y México están dando un gran paso adelante en su alianza”, ha celebrado desde Berlín también la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

También ha aplaudido el acuerdo el presidente de la comisión de Comercio en el Parlamento Europeo, Bernd Lange: “El anuncio supone una señal positiva en tiempos de creciente proteccionismo y amenazas al sistema comercial internacional”. Más allá de los beneficios en materia de “estabilidad” de las relaciones económicas bilaterales, el acuerdo tiene una fuerte connotación “simbólica”, ha subrayado el veterano socialdemócrata alemán: “Le demuestra al mundo que, pese a crecientes amenazas arancelarias, México y la UE refuerzan su compromiso con un comercio abierto, justo y basado en reglas”. El acuerdo modernizado le permitirá a las dos partes contar con una “plataforma de coordinación renovada ante futuros desafíos”, algo especialmente importante, ha recordado, cuando tanto la UE como México están “en el fuego cruzado de las amenazas arancelarias de Trump”.

Sin embargo, cantidad no siempre se traduce en efectividad. Con 12 tratados de libre comercio, México es el segundo país del mundo que más ha apostado en las tres últimas décadas por la diversificación de su matriz exportadora. Al menos sobre el papel. Solo una economía tan abierta y pequeña como la de Singapur está por delante en ese rubro. Sin embargo, los resultados no han acompañado a este envite en favor del comercio internacional. Más bien al contrario, dejan mucho que desear: pese al entramado de pactos, que incluye a 46 países de todo el globo —entre ellos algunos de los más avanzados—, ocho de cada 10 dólares que el país recibe cada año por exportaciones siguen dependiendo hoy de un solo socio: EEUU. Y el 90% de solo siete naciones, todas ellas norteamericanas y europeas.

Tras la elección de Donald Trump y a medida que la diversificación comercial se convertía en un recurso habitual a la hora de proponer soluciones, esta pléyade de acuerdos comerciales ha pasado a primera línea de interés informativo. ¿Han servido realmente para algo? ¿Se podrían haber exprimido más en favor de México? ¿Qué ha fallado? “México no ha utilizado los tratados comerciales firmados tanto como podría, sin duda podría haberles sacado más partido”, reflexiona Ignacio Bartesaghi, director del Departamento de Negocios Internacionales e Integración de la Universidad Católica de Uruguay.

Aunque ve la relación comercial entre México y EEUU “irrompible”, Bartesaghi subraya la “necesidad” de revertir la elevada dependencia actual. “Para lograrlo, dos países son vitales: Brasil y Argentina. México tiene un grado de complementariedad muy alto con ambos y la potencialidad de la relación es altísima”, apunta. “Es el país de Latinoamérica con mayor tejido industrial, y lo tiene todo para liderar la región en ese ámbito en las próximas décadas”.

Los tratados comerciales no estorban, pero su incidencia real suele distar mucho de las cifras y palabras grandilocuentes que las autoridades emplean en las ceremonias de firma. “En el caso de México, salvo en el caso del TLC, su impacto ha sido marginal”, apunta Horacio Sobarzo, de El Colegio de México. El motivo: los costes de transporte o la complementariedad entre economías, en la práctica, mucho más que la ausencia de aranceles. “Enviar un producto mexicano a Europa o Asia es muy caro y los puertos y las aduanas no están preparadas”, subraya el investigador.

Pero si algo lastra las exportaciones mexicanas hacia mercados distintos de EEUU y Canadá es un intangible: los estándares y la normativa comercial. La producción de bienes en el país está tan enfocada a los requerimientos de Washington y, en menor medida, a los de Ottawa, que es incompatible con mercados como el europeo. Y los costes de cambio son elevados. Ignacio Martínez, coordinador del ‎Laboratorio de Análisis en Comercio Exterior de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), lo ejemplifica con el caso de las mermeladas de mango. “Solo cambiar la etiqueta supone un coste de siete dólares por tarro para el mercado europeo. Y eso, sin ni tener en cuenta el transporte”, relata. “Además, las empresas mexicanas exportadoras son pocas: apenas 37.000 de cinco millones”, añade.