Todo el mundo habla de fentanilo. De un tiempo a esta parte, el opioide domina la conversación pública —o, por lo menos, la agenda política—. La potente droga causa estragos en Estados Unidos y tensiones diplomáticas con México, acusado de ser uno de los mayores productores, y China, en pleno contexto de una nueva Guerra Fría que amenaza con calentarse semana a semana. Del estupefaciente se dicen muchas cosas. Unas ciertas; otras, no tanto. México Pragmático reunió a tres expertos que han estudiado desde la farmacología, la antropología o la medicina el funcionamiento del fentanilo: las implicaciones médicas y sociales de la adicción, la tortura que supone el síndrome de abstinencia, la facilidad de conseguir una dosis más en unas calles inundadas por la ley de la oferta y la demanda, la alta probabilidad de una sobredosis o la criminalización que supone para los consumidores.
El fentanilo, una droga 50 veces más potente que la heroína
“Toma el mejor orgasmo que hayas tenido, multiplícalo por 1.000 y ni siquiera andarás cerca”, proclamaba en Trainspotting(1996) un Ewan McGregor de pupilas dilatadas mientras relataba las desventuras de un grupo de adictos a la heroína en un Edimburgo gris y sin futuro. La frase encuentra ecos casi tres décadas después en una afirmación repetida hasta la saciedad: el fentanilo es 50 veces más potente que la heroína. ¿Significa esto que su efecto es 50 veces superior al de la droga que arrasó generaciones enteras en los 80 y los 90? La respuesta es no: “Cuando decimos que el fentanilo es 50 veces más potente que la heroína, estamos diciendo que necesitas 50 veces menos. Tiene el mismo efecto que la heroína en términos de euforia, pero con 50 veces menos cantidad”, aclara la farmacóloga Silvia Cruz, coautora del libro Lo que hay que saber de drogas.
“En farmacología se confunden mucho potencia y eficacia. Eficacia es la capacidad de hacer algo: cuánto dolor puede quitar un analgésico. La potencia es la cantidad que necesitas para lograrlo”, continúa. En el caso del fentanilo, que con 50 veces menos cantidad se logre un efecto similar al de la heroína se convierte en uno de sus principales riesgos: “Muy fácilmente buscando una dosis euforizante llegas a la dosis leal”. En números: “Necesitas 10 miligramos de morfina para quitar el dolor más intenso en una persona de 70 kilos y solo 0,1 miligramos de fentanilo. El cálculo que yo hago es que con un kilo de fentanilo te alcanza para medio millón de dosis mortales”, abunda Cruz.
Fernando Montero, antropólogo médico con más de 10 años de experiencia en investigaciones sobre consumidores y vendedores de droga, matiza: “Se dice que es más potente que la heroína, pero es una manera muy pobre de describirlo. El fentanilo es una sustancia más débil que la heroína: se adhiere a los receptores opioides del cuerpo de manera más fácil y más fuerte, causa una mayor depresión del sistema nervioso central, pero también se metaboliza más rápido, el efecto dura mucho menos y, lo que es aún más importante, los síntomas de abstinencia aparecen más rápido”. Por ello, explica, a menudo se mezcla con otras sustancias como la xilacina, un tranquilizante para caballos, para prolongar el efecto.
Cuál es el efecto
Los expertos describen el efecto del fentanilo como una especie de euforia pacífica, relajada. “Los opioides dan sensación de bienestar, cualquier dolor lo quitan, es una sensación como de estar flotando sin dolor, aislado del medio externo”, explica Guillermo Domínguez, médico intensivista y anestesiólogo del Instituto Nacional de la Nutrición. “El opioide más usado alrededor del mundo en anestesia es el fentanilo”, señala el doctor. Por eso no debe criminalizarse su uso como medicamento legal, apuntan los especialistas.
“La heroína siempre se describió como una substancia que te abraza completamente, de cuerpo completo, muy placentera. Cuando es pura, el efecto puede durar de 10 a 12 horas. La experiencia del fentanilo es más localizada en el cuello, la cara. Se consigue un efecto similar pero por muy poco tiempo. El rush [subidón] inicial del fentanilo, la euforia de los primeros 10, 15, 30 segundos, sí es más fuerte que el de la heroína, pero después el resto de la experiencia dura muchísimo menos”, reitera Montero.
Cómo se consume
El fentanilo puede inyectarse, inhalarse, fumarse o tragarse en pastillas, aunque si algo tiene la adicción es que las formas de consumo son creativas y se adaptan al entorno constantemente. “En la calle han encontrado desde polvo, cosas que parecen terrones de azúcar, pastillas azules [llamadas M30] y de colores, y seguramente ya están saliendo otras porque es como cualquier mercado, hay más oferta”, señala Cruz. El polvo y las pastillas, según la experta, son la forma más común de consumir. En el caso de las pastillas se trituran, luego el polvo se quema sobre papel de aluminio, de la misma manera que la heroína, y se aspira el humo.
Montero, al contrario, asegura que la opción más extendida para consumir fentanilo es la inyectada, como herencia de la heroína: Durante décadas, en Estados Unidos había dos monopolios: en el este, la heroína en polvo blanco procedente de Colombia; en el oeste, heroína sólida y negra procedente de México. “En el este el fentanilo entró camuflado por parecerse a la heroína. En el oeste no se podía inhalar porque lo que se vendía era una goma negra, entonces la gente la inyectaba. Se puede fumar, pero no se considera una manera eficiente de consumir, se pierde mucho de la sustancia. La inyección entre la gente con la que trabajo, que vive en la calle, es por mucho la manera más común de consumir”.
La adicción y la abstinencia
La euforia de la primera dosis se disipa en la segunda. Aún más en la tercera. El cuerpo genera rápidamente tolerancia a la droga, lo que provoca que para recuperar la misma paz de la primera vez, se consuma con más frecuencia o en mayor proporción. “Llega el momento en que los usuarios están aumentando tanto las dosis que no da tiempo de poder ir graduando y son letales cuando se acumulan”, apunta Domínguez. “Se desarrolla tolerancia al efecto eufórico y analgésico, pero no a la depresión respiratoria que el fentanilo provoca. Buscando el efecto euforizante se llega a la dosis letal”, amplía Cruz.
Y cuando no se consiguen las suficientes dosis para mantener el efecto, aparece rápidamente la abstinencia. “Es una experiencia de tortura que no le deseas ni a tu peor enemigo”, dice Montero. El fentanilo inhibe las células. Cuando desaparece el inhibidor, estas se hiperexcitan. “Cualquier cosa hace que esas neuronas se activen en todo el sistema nervioso”. Lo primero que aparece es la hiperalgesia, lo opuesto a un efecto analgésico. “Duele lo que no debería doler”, explica Cruz. Empieza como una gripe, el cuerpo produce lágrimas y mocos, dolor en las articulaciones, diarrea, vómito, escalofríos, calambres intestinales, contracciones, movimientos incontrolables en las piernas… “Alcanza su máximo a las 72 horas, y se siente muy mal durante una semana físicamente. Si pueden conseguir el opioide lo van a conseguir, para ellos es estar enfermo y curarse”.
Sobredosis
Alrededor de 70.000 personas murieron de sobredosis por culpa del fentanilo solo en 2021; o lo que es lo mismo, casi 200 personas al día, un aumento del 94% respecto a dos años antes, según un estudio del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE UU (CDC, por sus siglas en inglés). Tomar una sobredosis letal, explican los expertos, es fácil. “El fentanilo tiene, a diferencia de la heroína y la morfina, una enorme capacidad por su estructura química de atravesar barreras biológicas y llegar rápidamente al sistema nervioso central. Llega tan rápido que una persona se puede morir con la jeringa puesta”, ilustra Cruz.
El fentanilo actúa como un depresor del sistema nervioso central e inhibe a las neuronas que controlan la respiración, las que hacen que inspires y espires de manera automática. Es decir: el cuerpo se olvida de respirar y mueres. Montero, sin embargo, aporta otra visión: “Hay un millón de personas usando fentanilo, lo que significa que no es el veneno que todo el mundo cree, es posible tener una adicción y no morirse, la gran mayoría de personas están en esa condición”. Sin embargo, las sobredosis con el fentanilo son más probable que con la heroína, señala el antropólogo. La sustancia se corta y mezcla con otras, y un error que suministre una dosis mayor de fentanilo —algo fácil, porque el porcentaje que se puede consumir del opioide es ínfimo— puede ser letal. En muestras estudiadas en EE UU se descubrió que muchas de las dosis llevaban un 2-10% de fentanilo y el resto de xilacina, el tranquilizante para caballos.
“El mercado no está regulado y hay ciertos vendedores que cometen un error y ponen mucho fentanilo en la sustancia. En Filadelfia, donde hay un mercado bastante estructurado, vemos que eso no sucede mucho. Los mayoristas saben lo que están haciendo porque no quieren matar a los consumidores, dependen de ellos para seguir vendiendo, además de que si se mueren muchos atraen el control de la policía, entonces hay un control de calidad, pero los mecanismos que tienen son muy rudimentarios”.
El principal antídoto para una sobredosis de fentanilo es la naloxona, que se adhiere a los mismos lugares que el fentanilo, pero al tener mayor afinidad con el cuerpo desplaza al opiode. No causa adicción ni genera un efecto de euforia, pero sí síndrome de abstinencia, advierte Cruz. “Nada que ver con la metadona, que hace que la gente se sienta bien y mantiene calladas a las neuronas. Lo ideal es tener naloxona para las sobredosis y metadona para que los usuarios no pasen por el proceso de desintoxicación a la buena de dios y sufriendo muchísimo”, sostiene la experta.
Venta
Montero vivió durante años en una calle del barrio de Kensington, Filadelfia, donde sus vecinos eran dealers. “El vendedor a nivel callejero no tiene ningún rol en la sustancia, ya viene empacada tres niveles por encima de ellos en la cadena de suministro. Hay mayoristas que viven en los suburbios, ellos la están mezclando y no reciben ninguna atención ni de la policía ni de la salud pública ni del periodismo. En EE UU están tan obsesionados con lo punitivo que responsabilizan al vendedor callejero sin saber cómo funcionan los mercados, simplemente suponen que el dealer es malévelo y criminal, que quiere envenenar a sus consumidores”, reflexiona.