¿Hubo terceros que metieron mano para que Marcelo Ebrard, Enrique Alfaro o Samuel García no fueran candidatos presidenciales y el designado sea el desangelado Jorge Álvarez Máynez? ¿o simplemente obedece a la capacidad autodestructiva de una organización política que fue incapaz de aprovechar la enorme oportunidad que le ofrecía la coyuntura electoral?
Ahora, la candidatura presidencial de Álvarez Máynez, con apenas un 5% de preferencia de voto, se enfrenta al escándalo por los pagos millonarios del Gobierno de Nuevo León a la empresa del gobernador del Estado norteño, uno de sus bastiones.
Este escándalo distrae a Samuel García, el principal activo de MC para obtener el 3% de votos que necesita para conservar su registro como partido nacional. En tanto, la ruptura con Alfaro parece no tener retorno, con la pérdida de capital político y financiero que eso supone. El llamado de Álvarez Máynez al diálogo y a la unidad no ha tenido eco en el jalisciense, cada vez más alejado del partido al que le dio su primera gubernatura.
Pareciera que Movimiento Ciudadano (MC) ha desperdiciado un momento extraordinario que quizá no regrese. La polarización entre dos grandes fuerzas, Morena con la mitad del electorado a su favor y la alianza opositora con casi un tercio, ofrecía la posibilidad de consolidar una tercera vía de cara al futuro.
Hay muchos mexicanos fatigados por la confrontación, desinteresados en la política, escépticos de las opciones actuales. Hombres y mujeres en desacuerdo con el gobierno de la 4T, pero dudosos de que la alternativa sea volver a votar por el PRI o el PAN. Con un buen candidato MC podría haber captado entre 12% y 15% de la votación (esos eran los sondeos que arrojaban las opciones de Ebrard y Samuel antes aun de las campañas).
Con un buen desempeño en los debates, incluso podría haber aspirado a rondar un 20%. Con eso se habría convertido en una fuerza nacional real y, más importante, habría conseguido un peso determinante en el Congreso para definir en las Cámaras las votaciones sobre presupuestos, leyes y proyectos de país. Vamos, el verdadero fiel de la balanza de la vida pública.
En lugar de eso, el candidato al que recurrieron arranca con 5% de intención de voto. Un porcentaje que incluso el Partido Verde consiguió en otros momentos y no le dio para otra cosa que convertirse en un partido palero.
¿Cómo y por qué se dio ese desplome? La anatomía de esa caída resulta relativamente fácil, los verdaderos motivos están en otro lado. La incapacidad para postular a Marcelo Ebrard constituye un primer fracaso político. Dante Delgado, el mandamás de la organización, deshojó la margarita demasiado tiempo y aceptó durante meses convertirse en plato de segunda mesa para un Marcelo nervioso y titubeante, aferrado a la imposible candidatura de Morena.
Muy probablemente faltó claridad en la propuesta de Dante, que en el fondo no podía ser otra que tendencialmente heredarle el liderazgo del partido a Ebrard. En todo caso, tendría que haber precipitado un sí o un no, desde el primer momento.
En lugar de eso, MC mantuvo en vilo su decisión durante demasiado tiempo y optó por un Samuel García, gobernador de Nuevo León, como un Plan B lanzado con excesiva premura. No se previeron los necesarios amarres políticos ni se revisaron las opciones jurídicas y sus vericuetos.
Por no hablar de la ausencia de preparación del presunto candidato que habría tenido que desarrollar un perfil y un discurso mínimamente presidenciables. No dudo que la fosfomanía genere algunos votos, pero difícilmente construye la noción de una tercera vía para atender los problemas del país.
En fin, lo que vimos fue una salida en falso, parches y correcciones de último momento, solo para terminar en el mismo punto: sin candidato. Lo de Marcelo Ebrard fue leído como un desdén, lo de Samuel García como un ridículo.
Todavía MC pudo haber optado por alguna candidatura ciudadana novedosa, original o con relativo impacto entre los sectores a los que apela. No digo que hubiera sido fácil, pero tenía la posibilidad de sorprendernos a todos. Tampoco lo hizo. Optó por un funcionario de partido, relativamente desconocido; joven sí, de 38 años, pero ya con todas las etiquetas y hechuras de ser un cuadro político más, de los tantos que engrosan las filas de un gremio tan desprestigiado.
Su destape como candidato, entre cervezas y vulgaridades en el marco de un partido de fútbol en compañía de Samuel García, no es casual sino sintomático. Una actitud “relajada” que intentan vender como frescura, como un rasgo de identificación con el resto de los ciudadanos, cuando en realidad es una muestra de frivolidad, de incapacidad de entender la responsabilidad que entraña ser actor en la vida pública de un país tan complejo como el nuestro.
Aunado a una candidatura presidencial relativamente pobre, la lista de nominaciones para otros cargos tampoco entusiasma. Sandra Cuevas, Claudia Ruiz Massieu, Roberto Palazuelos o Alejandra Barrales, entre otros, difícilmente pueden ser percibidos como portadores de la promesa de un México mejor o diferente. Después de todo el resto de los partidos transita con la abolladura de candidatos impresentables en su momento que, si bien podían ofrecer alguna popularidad redituable en urnas, constituían pésimos perfiles para ser gobernantes o legisladores.
La Tigresa, Carmen Salinas y, más recientemente, Cuauhtémoc Blanco me vienen a la mente. Pero de alguna manera fueron candidaturas que cubrían huecos dentro de una larga lista de propuestas identificadas, mal que bien, con sus respectivos partidos. Acá se trata de primeros sitios, candidaturas emblemáticas, que terminan reflejando lo que MC no es: un movimiento de ciudadanos.
Esa es la descripción del desplome. Quizá no de una realidad, pero sí de una posibilidad. MC había logrado triunfos inesperados en Jalisco y Nuevo León gracias a coyunturas muy puntuales, circunstanciales: en Jalisco, las luchas internas del PAN; en Nuevo León, la súbita caída de la candidata de Morena, favorita en su momento.
Fueron éxitos nacidos de la oportunidad, pero demasiado regionalizados para convertir a MC en una fuerza nacional. Una ocasión que ahora se presentaba. Con todo lo descrito, está claro que esta vez no será.
Y al final, obedece a un problema de fondo. Dante Delgado y el grupo directivo persiguen una combinación imposible, lo mejor de dos mundos que en realidad son incompatibles: una opción abierta a los ciudadanos, por un lado, y mantener un férreo control, por otro. Venció lo segundo.
MC aspira a ser algo más que el PT o el PVEM, pero para conseguirlo tendrá que dejar de ser patrimonio personal para quienes lo regentean: un negocio político de Dante y los suyos.