ANUNCIO
ANUNCIO

Perú escogerá a su próximo presidente entre dos opciones polarizadas que no convencen al electorado

Siguiendo con la ocupada agenda electoral en el continente, Perú realizó  sus elecciones generales el pasado 11 de abril. 18 candidatos se postularon con intenciones de gobernar a un país extremadamente afectado por la  pandemia de Covid-19 y viviendo una severa crisis política llena de escándalos por corrupción. En línea con esta turbulenta situación política,  el vencedor de la primera vuelta resultó una sorpresa; Pedro Castillo del  partido Perú Libre se llevó la victoria con el 19% de votos, desafiando los  pronósticos tras una campaña que parecía no generar tracción hasta los últimos días previos a los comicios. 

Pedro Castillo, ex docente de 51 años, llegó a votar la tarde del domingo 11  de abril sobre el dorso de un caballo abriéndose paso entre las multitudes 

expectantes. Castillo recién ganó notoriedad pública tras encabezar una  huelga de maestros en el 2017 exigiendo sueldos más altos. Sin cuenta de  twitter ni sitio web, su campaña parecía la de un político de los 90 en la era equivocada. Algunas de sus propuestas también recuerdan tiempos pasados, sus planes de nacionalizar las industrias más importantes de Perú como la minería, gas, petróleo y transporte son acompañados de un  discurso belicoso denunciando los peligros del neoliberalismo, colonialismo  e intervención de Estados Unidos y la OEA en el país peruano. Su intención es rechazar cualquier tipo de interacción e injerencia  extranjera y aumentar exponencialmente el tamaño del Estado, incluso  controlar fuertemente a los medios de comunicación.  

El que un candidato de la especie de Castillo en los tiempos actuales tenga  las posibilidades más grandes para llegar a la presidencia es otro ejemplo  del resurgimiento de la ola del populismo nacionalista que barre al  continente.  

Sus planes de alterar los actuales acuerdos comerciales y contratos estatales  han causado nerviosismo en algunos sectores. Desde su ideología autodenominada como izquierda marxista, Castillo propone una nueva Constitución con mayor intervención del Estado, apoya la mano dura  policial en temas de seguridad, mayores ingresos para la agricultura y  educación. Sin embargo, alejándose de su tendencia teóricamente  progresista, esta en contra del aborto y el matrimonio homosexual; probando que su verdadera ideología es aquella del populismo que maximiza oportunidades adaptando sus propuestas a las masas. 

Su oponente en la segunda vuelta será Keiko Fujimori, hija del expresidente  Alberto Fujimori quien se encuentra encarcelado por violaciones a los  derechos humanos y delitos de corrupción. 

Es la tercera vez que Keiko Fujimori disputa una segunda vuelta electoral  buscando la presidencia. Esta vez llega con sus propias investigaciones por  presuntos millonarios sobornos recibidos de la empresa Odebrecht que destinó para financiar ilegalmente sus campañas. Fujimori defiende la Constitución actual redactada por el gobierno de su padre, y representa a la derecha peruana. Al igual que su oponente, Keiko hace un rol de  equilibrista mediante propuestas contradictorias en un desesperado intento de alcanzar por cualquier medio la atención de los votantes. Promete una “demodura” que según ella significa una democracia… pero con mano dura  de inclinación autoritaria, se pronuncia en contra del aborto… a menos que la vida de la madre corra peligro, y acepta la unión homosexual… pero sin  ser un matrimonio oficial. 

Fujimori declara que su oponente no es Castillo sino la izquierda extremista  que él representa, buscando así unificar los votos del resto de candidatos de  derecha – quienes ocuparon el 3er y 4to lugar respectivamente. A pesar de esto, sus investigaciones por corrupción y el hecho que el 55% de los  encuestados aseguran que nunca votarían por ella, hacen una eventual  presidencia de Castillo mucho más probable. 

Los tres presidentes que ha tenido Perú en los últimos seis meses, el gran  número de expresidentes que se encuentran bajo investigaciones por  corrupción, el Congreso disputándose el poder de manera constante con el  ejecutivo, y los casos de corrupción en plena pandemia han sido los factores  que desataron el descontento de los peruanos con la clase política. Tal descontento e ira pública fue demostrado en los resultados de las  elecciones. Más del 17% del electorado votaron en blanco, nulo o de forma inválida en modo de protesta; a pesar de la obligatoriedad del voto, casi un  tercio de la población se abstuvo de ir a las urnas y hubo más votos en  blanco o inválidos que aquellos apoyando a Castillo, vencedor de la primera  vuelta, obteniendo menos de un cuarto de los votos. 

Lo impredecible de los resultados en Perú, junto al reciente caso  ecuatoriano – donde el candidato vencedor remontó 13 puntos en la etapa  final y también hubo 12% de votos en forma de rechazo – hacen muy visible  el enojo regional frente a una clase política que ha fallado  monumentalmente. 

Perú ahora se encuentra con la melancólica decisión a tomar el 6 de junio entre el populismo outsider de izquierda representado por Castillo y una  derecha con fuertes implicaciones corruptas liderada por Fujimori. Perú es quizás el país más afectado del continente por la pandemia; su  contracción económica es la peor de la región con el 11%, la tasa de mortalidad por coronavirus es la mayor de Latinoamérica, las flagrantes desigualdades sociales y lo negligente de los servicios públicos han quedado a flor de piel. Quien sea el candidato ganador en la segunda vuelta se enfrentará con él casi imposible desafío que significa lograr una recuperación del país bajo  estas condiciones con el Congreso fragmentado.