Se llama Hassan Emilio Kabande Laija y por sus venas corren sangre libanesa y sinaloense. Le dicen Peso Pluma o La Doble P. Viene de una familia próspera, nació en Zapopan, Jalisco, tiene 23 años, y, con sus canciones, ha desbancado de los números uno de singles a monstruos del pop como Miley Cirus o Bad Bunny. No solo eso, sino que cuenta con seis piezas entre las cien más escuchadas en los Estados Unidos justo ahora. Confirmó su estrellato apareciendo en el cartel del festival Coachella y, la semana pasada, en el famoso y casi consagratorio Tonight Show de Jimmy Fallon.
Uno pensaría que ese ascenso repentino despertaría una admiración incuestionable por Peso Pluma en su país de origen. Finalmente, con menos gasolina que esa se nos venden a los mexicanos muchos “casos de éxito” y no existen entre nosotros tantos jóvenes (de su edad, al menos) que sean figuras mundiales en su misma escala. Vaya: otros jaliscienses que acaparan encabezados y reflectores en el orbe son ya mayores: Canelo Álvarez tiene 32 años, igual que Sergio Checo Pérez; Chicharito Hernández, 34; el director de cine Guillermo del Toro, ganador de dos premios Oscar ya cumplió los 58.
Solo que esta historia no tiene nada de reverencias incondicionales y, como hemos visto en otros casos, el éxito no suele ser sinónimo de unanimidad. Porque La Doble P no es, al menos si tenemos que deducirlo de sus letras y su estética, un baladista romántico o un reguetonero que cante sobre amor y sexo con más o menos desparpajo. Lo suyo (y lo de su grupo de acompañamiento, en el que estuvieron involucrados desde el principio algunos de sus primos) son los “corridos tumbados”, un género de reciente aparición, que combina la llamada “música regional mexicana” con producción, recursos y sonidos que nada tienen de tradicionales, sino que vienen de la “música urbana”: el trap, el reguetón y hasta el hip-hop.
Y aquí es donde se produce la controversia, porque las letras del género (y, desde luego, las de Peso Pluma) están cuajadas de referencias al narcotráfico, las drogas, los cárteles y los capos. También su imagen. Y en sus videos, además de las consabidas alhajas, autos y modelos curvilíneas, desbordan también armas de asalto, pasamontañas y chalecos blindados. No hay un gramo de ironía en esa elección temática y visual: es totalmente orgánica y sincera. Peso Pluma canta sobre lo que le interesa y sus millones de oyentes lo celebran. Si a sus críticos eso les parece apología del delito, a él le da exactamente lo mismo. La diferencia fundamental entre La Doble P y los cientos o miles de cantantes de “música regional” que hacen lo mismo quizá estribe solamente en que, por su imagen o por lo que sea, el gusto por Peso Pluma ha arraigado también entre los jóvenes de clase media y en las áreas urbanas del país.
Quizá, a estas alturas, no resulte tan difícil explicarse que el narco sea el tema en torno al cual gire la vida de millones de jóvenes en un país en el que más de ciento cincuenta mil personas han sido asesinadas y miles más “desaparecidas” en el sexenio por crímenes relacionados con la actividad de los cárteles, que, a su vez, emplean a multitudes de chamacos en su cadena de operaciones. Calidad artística aparte, en un país en que el narco es uno de los pocos medios de ascenso social, Peso Pluma le ha tomado el pulso a la actualidad mejor que ninguno de sus colegas. Y, quizá, también que muchos de sus críticos.