Antes de las elecciones de Brasil el mes pasado, Neymar, el delantero estrella de la selección brasileña de fútbol masculino, se comprometió a dedicar su primer gol en la Copa del Mundo al presidente de extrema derecha de Brasil, Jair Bolsonaro.
El día de las elecciones, Bolsonaro llevó un chaleco de protección en caso de un atentado. Encima se puso la icónica camiseta amarilla de la selección.
Y en los días posteriores a la derrota de Bolsonaro, cientos de miles de sus partidarios se reunieron frente a las bases militares y pidieron a las fuerzas armadas que tomaran el control del gobierno. Desde arriba, los manifestantes eran un mar de amarillo, hecho de miles de personas que vestían camisetas de la selección nacional.
Pocos países han vinculado tan estrechamente su identidad nacional con su selección de fútbol como Brasil, el país más laureado de la historia de la Copa del Mundo, que busca su sexto título este mes en Catar. Y ahora hay pocos países que tengan una relación tan complicada con su equipo nacional.
La camiseta se ha convertido en una declaración política. La máxima estrella se ha pronunciado sobre asuntos políticos. Algunos aficionados llaman comunista al entrenador. Y muchos otros se han alejado de un equipo que ha sido durante mucho tiempo una fuente de orgullo nacional.
“Estamos divididos”, dijo Jorge El Assad, que desde hace 40 años tiene una tienda de camisetas en el centro de Río de Janeiro. Dijo que las ventas bajaron alrededor de un 20 por ciento desde el último Mundial masculino, el torneo de Rusia en 2018. “Mucha gente que viene aquí ni siquiera quiere la camiseta número 10 de Neymar, porque apoyó a Bolsonaro”, dijo. “Eso nunca ha ocurrido. Nunca”.
Sin embargo, al mismo tiempo, la famosa Seleção de Brasil —la escuadra que los apostadores creen que ganará la Copa del Mundo de este año— es también quizás la única institución brasileña que puede unir a este país profundamente dividido.
Eso, por supuesto, si gana.
El rápido arranque de Brasil, con dos victorias consecutivas en la fase de grupos, ha sido una señal prometedora. Después del primer partido, contra Serbia, el país quedó embelesado con el delantero de 25 años Richarlison, que marcó los dos goles de Brasil, incluyendo una volea electrizante que ha sido una de las anotaciones más sensacionales del torneo.
Sin embargo, después del partido, una parte de las conversaciones sobre Richarlison se centró en sus inclinaciones de izquierda, así como en su abierto apoyo a las vacunas contra la COVID-19. (Bolsonaro criticó la vacuna y aún no ha dicho si se la puso).
Celso Unzelte, un historiador del deporte brasileño, dijo que esta no era la primera vez que la política se había colado en la discusión en torno a la selección nacional.
En 1970, cuando Pelé llevó a Brasil a la victoria en el Mundial, algunas élites del país temían que el título reforzara la brutal dictadura militar que gobernaba en aquel momento. Y en 1984, el centrocampista estrella de la selección, Sócrates, recibió apoyos y críticas por ser un abierto opositor a la dictadura.
El enorme protagonismo de la selección nacional en Brasil la ha enfrascado en la política en algunas ocasiones, dijo Unzelte, pero nunca así.
“Si nuestro país tiene un rostro, ese rostro es la selección brasileña de fútbol”, dijo. “Ha habido momentos similares a los que estamos viviendo ahora, pero la propia camiseta de la selección brasileña nunca había sido apropiada como lo ha sido recientemente”.
La politización de la selección este año se ha visto amplificada por la llegada del Mundial justo después de las elecciones. El torneo suele celebrarse en junio y julio, pero se ha trasladado a un momento posterior del año debido al intenso calor del verano en Catar.
Como resultado, la política ha estado presente en Brasil durante meses, y la selección nacional se ha visto arrastrada al debate.
Eso, en gran medida, fue porque la camiseta del equipo se convirtió en el uniforme de facto de los partidarios de Bolsonaro. Los votantes de la derecha han adoptado la camiseta, la bandera de Brasil y el himno nacional del país como símbolos patrióticos de su movimiento nacionalista.
Los mítines de Bolsonaro estuvieron llenos de estas camisetas. Bolsonaro animó a sus seguidores a llevarlas a las urnas. Y cuando perdió las elecciones, sus partidarios bloquearon carreteras y protestaron frente a las bases militares, muchos de ellos vistiendo el brillante amarillo de la selección nacional.
En un episodio destacado, un simpatizante de Bolsonaro que bloqueaba una carretera trató de impedir el paso de un camión de plataforma y se aferró a la parte delantera del vehículo mientras este avanzaba a toda velocidad por la carretera, con su camiseta amarilla contrastando con la parrilla blanca y plateada del vehículo. La imagen rápidamente se hizo viral.
Luego, la propia selección nacional se vio envuelta en el proceso electoral. Justo antes de las elecciones, varios jugadores, entre ellos Neymar, se pronunciaron a favor de Bolsonaro. Neymar publicó un video bailando una especie de himno para la campaña de Bolsonaro, y luego fue entrevistado por el presidente en una transmisión en directo.
“La importancia de esta elección es que está en juego nuestro Brasil: nuestra patria, nuestra libertad, nuestras familias”, le dijo al presidente. “Dios tiene un plan muy grande para nosotros”.
Esto convirtió rápidamente a la mayor estrella del fútbol brasileño en un paria de la izquierda, y llevó a algunos brasileños a hacer lo impensable: declarar que no apoyarían a su selección nacional de fútbol.
“No voy a hacer barra contra la selección, pero de hoy en adelante, no le haré barra cuando Neymar esté en el campo”, dijo Walter Casagrande, comentarista deportivo y delantero de la selección de 1986. “¿Saben por qué? Porque yo amo a mi país”.
El presidente electo Luiz Inácio Lula da Silva, el candidato de izquierda que ganó las elecciones de este año, afirmó entonces, sin pruebas, que Neymar respaldó a Bolsonaro porque este había accedido a no enjuiciarlo por evasión de impuestos, algo de lo que ha sido acusado durante años. “Él tiene miedo de que si gano las elecciones voy a saber cuánto le perdonó Bolsonaro de la deuda de sus impuestos a la renta”, dijo Lula en un pódcast.
Después de que Lula ganó, los partidarios en su mitin de victoria corearon: “¡Oye, Neymar! ¡Vas a tener que declarar!”.
En la derecha brasileña, los aficionados tienen su propio villano en el equipo: el entrenador, Tite. Él ha criticado la cooptación de la camiseta amarilla como símbolo político, y ha dicho que no acudirá al palacio presidencial en caso de ganar el Mundial, independientemente de quién sea el presidente.
“Tite es de izquierda, así que no queríamos apoyar al equipo por él”, dijo José de Carvalho, de 62 años, un joyero vestido con la camiseta amarilla a la salida de un bar en el barrio playero de Copacabana, tras la primera victoria del equipo la semana pasada.
Antes del Mundial, Lula animó a sus seguidores y a otros brasileños a usar la camiseta amarilla y a reclamarla como símbolo de orgullo nacional en lugar de partidismo.
Muchos brasileños siguen sintiéndose incómodos con la camiseta. Durante el fin de semana de la inauguración del Mundial, un bar del centro de Río organizó una velada para que la gente de izquierda se pusiera la camiseta amarilla y bailara. Hubo una gran asistencia. Pocos llevaban el amarillo. Y muchos de ellos tenían “Lula” garabateado en la espalda.
En su lugar, lo que se ha convertido en algo mucho más común en las calles de Río es la camiseta azul alternativa del equipo, que se usa en los partidos con poca frecuencia. El Assad dijo que decidió vender la camiseta azul por primera vez este año, y que se agotó antes del primer partido.
“Espero que podamos volver a usar la verdeamarela”, dijo Josi Lima, de 46 años, que estaba comprando camisetas azules para ella y su hija. “Pero hoy es más de la azul”.
La política brasileña también ha llegado a Catar. El hijo de Bolsonaro, Eduardo, un diputado, dijo en un video que también había ido allá para distribuir memorias USB con información en inglés sobre lo que ha calificado como una elección injusta. Y los videos han mostrado a aficionados brasileños en los partidos de la Copa del Mundo coreando que Lula es un criminal.
Sin embargo, en Río, incluso personas que decían estar muy involucradas en la elección esperaban que los brasileños pudieran frenar el partidismo una vez que sonara el silbato. “Voy a hacer barra por mi país, por la felicidad de mi pueblo”, dijo Mar Olimpio, de 22 años, una estudiante de biología marina con una camiseta azul, que estaba viendo el primer partido de Brasil fuera de un bar de Río.
Dijo que era una ferviente partidaria de Lula y que no le gustaba Neymar, pero que, sin embargo, estaba gritando al televisor. “¿Política?”, dijo. “Hombre, el fútbol no debería tener nada que ver”.