¿Y si, ante amenazas no tan lejanas como una gran guerra o un desastre ambiental sin precedentes, tuviéramos que encontrar una manera de guardar la memoria de la humanidad y de preservar de alguna forma el registro de lo que hoy somos como especie?
Si el almacenamiento digital fuera inviable por su volumen, su requerimiento energético y los costos para el medio ambiente, entonces ¿dónde y cómo se guardaría ese archivo? Estas preguntas están lejos de ser hipotéticas, lejos de ser improbables. De hecho, Gobiernos como el de México, India, Noruega llevan años haciéndoselas y tomando acciones al respecto.
En el Océano Ártico, a medio camino entre Noruega y el Polo Norte, en el archipiélago de Svalbard, hay una montaña que a 300 metros de su superficie alberga una vieja mina en donde el aire es gélido, seco y en donde no entra un rayo de luz. Ahí, en el centro del permafrost, en lo que muchos reconocen como el lugar más seguro del planeta, está guardado desde 2017 el modelo original de la bandera mexicana. También el Acta de la Independencia y todas las constituciones que este país ha tenido entre 1814 y 1917. Yacen además, una serie de códices creados durante la conquista española y 492 expedientes históricos de 200 años de memoria del poder judicial mexicano. Todas ellas en formato digital.
“No es la primera vez que el archivo nacional se resguarda en una cueva bajo tierra”, explica Gustavo Villanueva Bazán, historiador mexicano y experto en administración de archivos de la Universidad de Andalucía. “Es bien sabido que, durante la intervención francesa, Benito Juárez anduvo recorriendo el país, trayendo consigo el archivo nacional. Finalmente, de septiembre de 1864 a mayo de 1867 se escondió, con custodios que daban su vida por cuidarlo, en una cueva llamada Del Tabaco, en el municipio de Matamoros de La Laguna, Coahuila. Una vez que se restableció la República, los documentos fueron recuperados”.
Sin embargo, el archivo que ha depositado el Gobierno mexicano en 2017 y junio de 2023 en el Artic World Archive, como se le conoce a esta mina de almacenamiento en una de las zonas más septentrionales del planeta, desmilitarizada y casi inaccesible, obedece a otras razones diferentes a las que recuerda el historiador Villanueva Bazán o, al menos, a otras amenazas. Ya no es la inminente presión de otro estado la que alienta a preservar el legado mexicano, sino la búsqueda de que los archivos puedan mantenerse vigentes por miles de años, que no puedan ser vulnerados o hackeados al ser digitales y que no representen una huella de carbono inconfesable.
“En la época del restablecimiento de la República o en la época actual, la preservación de los archivos ha sido un tema fundamental, porque los documentos nos permiten no repetir los errores que se cometieron y son fundamentales para la identidad social y nacional. Porque, ¿qué somos? Somos los que hemos sido como colectivo, lo que nos han narrado, somos el producto de lo que muchos han pensado y hecho. Los documentos que recientemente se guardaron en este archivo son, por ejemplo, el reflejo de lo que cotidianamente se hace en una sociedad, ese constante administrar, legislar, moverse, relacionarse”, explica el experto en archivística.