Se ha traducido recientemente al español el ensayo DesConectados, donde Steve Taylor habla de cómo en los centros de poder —político, empresarial o de otro tipo— abundan las personas narcisistas o psicópatas. El libro de este profesor de Psicología de la Leeds Beckett University utiliza el término patocracia para describir a personas trastornadas que están al mando de países o de organizaciones, con poca o ninguna empatía por el sufrimiento que provocan sus decisiones.
Taylor considera su crueldad como resultado de su desconexión de la humanidad, en el polo opuesto de la compasión que nos permite conectarnos con el sufrimiento de los demás. Esta clase de líderes mandan de forma patriarcal y jerárquica, además de responder con belicosidad contra quienes no piensan igual. A todo el mundo se le ocurrirá más de un ejemplo —alguno de dolorosa actualidad— que encaja con este modelo.
En su libro La sabiduría de los psicópatas, publicado hace tres años en, el doctor en psicología Kevin Dutton sostiene que los rasgos psicopáticos son muy comunes en los líderes exitosos, ya que su propio trastorno les ayuda a medrar.
Veamos, según este investigador de Oxford y Cambridge, ocho características de quienes ejercen su poder desde la patocracia:
Influencia social: El narcisista y la mayoría de psicópatas aman los focos. Se manejan bien frente al público, que los percibe como seres carismáticos.
Intrepidez: Lo que el ciudadano de a pie no se atrevería a decir, el líder trastornado lo expresará con naturalidad, y lo mismo sucede con sus acciones, motivo por el que esta clase de líderes suelen emprender aventuras arriesgadas.
Inmunidad al estrés: Las dificultades, las protestas e incluso la bronca le ponen, le gusta nadar contra corriente. En medio del conflicto se siente en casa. Una ventaja competitiva frente a oponentes más blandos.
Egocentrismo maquiavélico: Quien dirige desde la patocracia busca su lugar en la historia, sin importar el precio que tengan que pagar las víctimas, que serán consideradas efectos colaterales de un bien mayor.
Inconformidad rebelde: Como el protagonista de la biografía Limónov, donde Emmanuel Carrère describe su peligrosa despreocupación con respecto al resultado de sus acciones. El intento de invasión de Rusia por parte de Napoleón o de Hitler serían otros dos ejemplos sobradamente conocidos.
Frialdad: Steve Taylor lo llama desconexión para explicar la falta de sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, algo que también experimenta en su piel quien es víctima de acoso laboral.
Curiosamente, muchas personas tienden a relacionar los perfiles empáticos con la ineficacia. Tal vez por eso, las encuestas en EE UU valoran negativamente la labor de presidentes considerados “discretos” como Jimmy Carter o Gerald Ford, mientras que quienes poseen los atributos que hemos visto previamente son percibidos con autoridad para resolver problemas.
Volviendo a los psicópatas, Taylor señala que muchos de ellos tuvieron una infancia traumática, fuera por desatención de los padres o por ser testigos o víctimas de episodios de violencia. Una vez han desarrollado un comportamiento psicopático, muchos terapeutas consideran que es casi imposible sanarlos, justamente porque no creen que estén equivocados, y mucho menos enfermos. El autor de DesConectados recomienda la meditación como posible remedio para sanar. Sin embargo, la persona debe ser capaz de hacer una pausa, olvidar al enemigo exterior y dirigir la mirada hacia uno mucho más difícil y terrible: el que vive en su interior.
Otra vía a la transformación es el contacto directo con quien ha sufrido sus actos, como ha sucedido en encuentros entre terroristas y familiares de víctimas. En estos casos, la parte agresora ya no puede escudarse en una idea, porque tiene ante sí a un ser humano que podría ser su hermano, su hija o uno mismo, lo que facilita el milagro de la conexión.
Las cartas de Gandhi a Hitler
—¿Se puede conmover el corazón de un representante de la patocracia? La historia parece negarlo. Una prueba de ello fue lo sucedido en 1939, cuando Gandhi decidió escribir a Hitler tras saber de la invasión de Checoslovaquia. Encabezaba la carta con un empático: “Querido amigo”, y le decía: “¿Tendrá a bien escuchar la petición de alguien que ha evitado de forma deliberada el método de la guerra alcanzando un considerable éxito?”.
—No sabemos si la carta llegó a manos de Hitler, que nunca contestó, pero un año más tarde Gandhi lo intentó de nuevo con una segunda carta, en la que suplicaba que “detuviese la guerra” apelando a su sentido de la humanidad.
—Ambas tentativas fueron un fracaso, lo cual confirma que no es fácil intentar hacer reflexionar a esta clase de perfil.