¿Puede México construir un capitalismo que beneficie a todos?

Los orígenes del capitalismo se remontan a la Revolución Industrial, cuando el filósofo escocés Adam Smith publicó su influyente obra La Riqueza de las Naciones. Este libro estableció muchos de los principios que hoy en día gobiernan la economía de los países capitalistas.

En su obra, Smith presenta conceptos clave como la autonomía del mercado, que se regula a través de la oferta y la demanda; la división del trabajo en busca de la eficiencia; la generación de riqueza que, a medida que el mercado crece, debería distribuirse desde las esferas más altas hasta las más bajas; y un gobierno cuya función principal es mantener el orden y la estructura, sin intervenir directamente en el mercado. Este sistema, en teoría, suena bastante bien, pero en la práctica ha tenido múltiples variantes y aplicaciones en todo el mundo.

La pregunta que surge es: ¿Ha demostrado la historia que un país con crecimiento económico sostenido puede reducir la brecha entre ricos y pobres, o al menos mejorar su calidad de vida?

En teoría, un capitalismo bien aplicado debería generar riqueza a través de las empresas para el beneficio de la sociedad en su conjunto. Sin embargo, el caso de México ofrece un contraste interesante. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, México ocupa el 12o lugar entre las economías más grandes del mundo en términos de PIB. Este dato es prometedor, pero cuando evaluamos el PIB per cápita, el país cae al puesto 66.

¿Qué nos dice esto? Entre otras cosas, nos indica que, aunque México es un país económicamente próspero, la riqueza generada no se distribuye equitativamente. El dinero existe, pero se concentra en pocas manos.

Se pensaba que la automatización de los procesos, iniciada durante la Revolución Industrial y continuada con la llegada del internet y, más recientemente, con el surgimiento de la inteligencia artificial, permitiría al ser humano enfocarse en cuestiones más trascendentales. Sin embargo, en México, un trabajador promedio dedica 2,226 horas al año al trabajo, ubicándolo entre los países que más trabajan en el mundo. Esto plantea la pregunta: si seguimos los planteamientos de Adam Smith sobre productividad y generación de riqueza, ¿no debería haber una brecha más estrecha entre ricos y pobres en México? Y otra pregunta sería: ¿Por qué, a pesar de los avances tecnológicos, se sigue trabajando tantas horas?

Parte de la respuesta podría encontrarse en la distorsión de la idea original de Adam Smith, que concebía una sociedad que trabajaba por el bien común y se preocupaba por el prójimo. Hoy en día, hemos pasado a una sociedad más individualista, donde cada uno busca su propio beneficio. Este cambio, muchas veces inconsciente, ha sido impulsado por un sistema basado en el miedo, que activa los instintos más profundos de supervivencia (acumulación para que nunca falte). Un sistema que estimula el deseo de pertenencia y se aprovecha de una tendencia consumista que, a su vez, impulsa la economía. Hoy en día, tenemos más necesidades creadas que en cualquier generación anterior: automóviles, celulares, computadoras, ropa, todo evoluciona constantemente. Como seres sociales, queremos pertenecer, y la globalización y conectividad nos exponen a estímulos que nos incitan, consciente o inconscientemente, a consumir.

Otro tema relevante es la búsqueda desmedida de crecimiento por parte de las empresas, cuyo objetivo principal es generar rentabilidad para los accionistas a toda costa. Parece que no hay límites para el crecimiento; cada año se imponen metas más exigentes. Pero, ¿es esto sostenible? ¿En un mundo de recursos finitos, es posible crecer indefinidamente? ¿Debería ser esta la razón de ser de las empresas?

El mundo ya ha comenzado a pagar las consecuencias de esta búsqueda irracional de crecimiento. La explotación de recursos ha llevado al calentamiento global, la extinción de especies, la escasez de agua, y la misma explotación humana se refleja en una polarización mundial entre izquierda y derecha. Hoy en día, la izquierda con tintes socialistas está ganando fuerza en muchas partes del mundo.

Entonces, ¿es el capitalismo un enemigo?

No necesariamente. Creo que el capitalismo es, hasta ahora, la mejor versión de sistema económico que tenemos. Sin embargo, es necesario replantear los principios sobre los que se basa. El capitalismo fue creado por el hombre para el servicio del hombre, no para su explotación. Su objetivo principal no debería ser la mera generación de riqueza ni el crecimiento económico, sino la mejora de la calidad de vida de las personas, con un enfoque en el bienestar común y el cuidado del mundo en el que vivimos. El capitalismo actual, tal como se vive en muchos países, puede ser una trampa donde se priorizan cosas que no son realmente valiosas sobre aquellas que sí lo son, como la dignidad humana.

Ninguna riqueza individual puede superar el valor de una sociedad donde todos viven dignamente.