¿Qué quiere López Obrador?

A 40 días de salir del cargo, el presidente sigue abriendo frentes de batallas que él no habrá de librar. ¿Por qué lo hace?

A 40 días de salir López Obrador sigue abriendo frentes de batallas que él no habrá de librar. ¿Por qué? Veamos primero los incendios que ha puesto en marcha. Hizo lo necesario para que la aprobación de la reforma judicial fuera pedregosa, al grado de que hoy el país enfrenta un paro de los trabajadores y funcionarios del sector. Un paro que habría sido evitable con un poco de mano izquierda y la tolerancia política que el presidente ha desplegado en tantos otros conflictos.

Recordemos que días después de los comicios, cuando se encendieron las alarmas por el anuncio de López Obrador de que la nueva mayoría constitucional se estrenaría en septiembre con la reforma judicial, Claudia Sheinbaum intentó tranquilizar las aguas. Propuso una serie de encuentros con jueces y ministros, consultas con las barras de abogados, los trabajadores del sector, académicos y expertos. De allí saldrían los ajustes necesarios para evitar una confrontación abierta o, por lo menos, para minimizarla. Unas horas más tarde, los coordinadores de Morena en las cámaras mataron la propuesta de Sheinbaum, al afirmar que en todo caso serían reuniones meramente informativas, porque ellos no cambiarían el proyecto del mandatario. Sobra decir que una desautorización de tal magnitud a la presidenta electa solo podía proceder de Palacio Nacional.

Desde ese momento la ruta de la confrontación estaba garantizada. También el resultado: Morena y aliados terminarán aprobándola de manera unilateral y el presidente se habrá dado el gusto de propinar una derrota a ministros que terminó viendo como rivales personales. ¿Es eso o hay algo más?

Podría atribuirse esta belicosa determinación a una cuestión personal, producto de la frustración por las resistencias y boicots a la 4T, realizada a través de amparos y determinaciones judiciales. La llamada lowfare o guerra política por vía jurídica.

López Obrador puede estar convencido de que ningún proceso de cambio real será posible mientras exista una estructura con el poder de ser utilizada por los intereses del sistema, que buscan detener un cambio de régimen en favor de las causas populares. Bajo esa tesis, el presidente preferiría ir a fondo, “sanear” el problema en su propio turno, liberar a Sheinbaum de este dolor de cabeza sin que ella se vea obligada a tan ruda tarea o a padecer esta “pesadilla”. Jugar al policía malo, por así decirlo.

Se puede estar de acuerdo o no con la caracterización anterior sobre el poder judicial, pero podríamos asumir que es muy cercana a la que concibe López Obrador. En tal caso, hay una lógica política en lo que está haciendo, congruente con su perspectiva. Se afirma que el célebre “error de diciembre”, la devaluación y consiguiente crisis que enfrentó Ernesto Zedillo en el primer mes de su Gobierno, fue producto de la irresponsabilidad de su predecesor, Carlos Salinas, quien no quiso devaluar el peso para no ver abollada su imagen. López Obrador, habría asumido esa lección y estaría vacunando a Sheinbaum contra la peor afección que padeció él mismo durante su sexenio. Una reforma de fondo, sin tibiezas.

Sin embargo, eso no explica del todo lo que ha estado haciendo el presidente en otros frentes. En los últimos días ha elevado la tensión en la relación con Estados Unidos por dos vías: los reclamos sobre la información respecto a la aprehensión de Mayo Zambada y, sobre todo, las acusaciones de intervencionismo de ese país al financiar a través de una agencia de tercer orden a Mexicanos Contra la Corrupción, pluma de vomitar del mandatario. Lo de Zambada podría entenderse por el carácter coyuntural, aunque el tono parecería fuera de lugar a cinco semanas de dejar el poder. Lo de MCC, en cambio, no parece venir al caso por tratarse de un tema viejo, salvo para sacarse una espina y hacer un pronunciamiento nacionalista con un reclamo directo a Biden.

Igualmente gratuita parecería la dura respuesta del presidente a la carta del Consejo Coordinador Empresarial respecto el debatido tema de la sobrerrepresentación. Se entiende que López Obrador se vea a sí mismo como el principal activo de la 4T en la batalla por la opinión pública frente a la oposición. La Mañanera ha sido el espacio estratégico para la exposición de los argumentos legales para que Morena y aliados reciban la mayoría constitucional. Si el CCE eligió participar en el debate, es comprensible que el presidente responda a ese invite. Lo que sorprende es el tono faccioso que eligió, sobre todo porque el CCE ha sido un organismo asequible y relativamente responsable ante buena parte de las propuestas del gobierno respecto al salario mínimo, outsourcing y planes de inversión. Desafiar a los cinco principales empresarios del país a que tomen partido por una posición u otra, no solo es incómodo, también abre zanjas a tumba abierta, en lo que debería ser una conversación de argumentos y razones.

A nadie escapa los esfuerzos que ha hecho Claudia Sheinbaum para arrancar su Gobierno en buenos términos con el sector privado. El próximo año la inversión pública se verá constreñida por la necesidad de equilibrar el déficit en las finanzas públicas, de tal forma que la inversión privada tendrá que compensar con creces si es que el país desea un crecimiento al menos moderado. Y eso solo es posible creando condiciones de confianza y certidumbre. No diría que el presidente las está dinamitando, pero exigirá un gran esfuerzo limpiar el ambiente enrarecido que está dejando en este último tramo.

Si lo de la reforma judicial ruda tiene un propósito laxativo para limpiar de obstáculos, habría que preguntarse cuál sería el propósito de este último embate del presidente. ¿Razones de personalidad? ¿Irse a tambor batiente, ante el inminente mutis absoluto que habrá de venir? Quizá.

Pero tampoco descarto que esté en juego otra variable. El presidente sabe que viene un corrimiento hacia el centro. Lo ha anticipado, asume que el país lo necesita. Apoyó la candidatura de Sheinbaum porque entiende que es la única que podía hacerlo sin declinar en lo sustancial y hacerlo congruente con las banderas del movimiento. Pero es un corrimiento y cabe la posibilidad de que vaya más allá de lo deseable. A su manera el presidente estaría aprovechando las últimas semanas para dar un empujón en dirección opuesta, tensando la relación con la oposición, los empresarios y los Estados Unidos.

Me inclino a pensar que hay un poco de las tres razones: depuración de obstáculos para limpiar el camino a Sheinbaum, reacción personal (¿emocional?) frente a su despedida, radicalización frente a la moderación que viene. Probablemente habrá más expresiones de esta estrategia en lo que resta del sexenio. Genio y figura hasta la sepultura.

@jorgezepedap