La mujer mayor pidió que le contaran un cuento.
“Excelente elección”, respondió el pequeño robot, reclinado como un profesor despreocupado sobre el pupitre del salón, indicándole que escuchara con atención. La mujer se inclinó hacia el robot y su frente casi rozó la cabeza de plástico liso.
“Érase una vez”, comenzó el robot un breve relato, y cuando terminó le preguntó qué trabajo tenía el protagonista.
“Pastor”, respondió dócilmente Bona Poli, de 85 años. El robot no oyó tan bien. Poli se levantó de la silla y alzó la voz. “¡Pas-tor!”, gritó.
“Fantástico”, dijo el robot, gesticulando torpemente. “Tienes memoria como de computadora”.
La escena puede tener el trasfondo distópico de la serie “Black Mirror” de la ciencia ficción en un momento en el que tanto las promesas como los peligros de la inteligencia artificial están cobrando mayor relevancia. Pero para los exhaustos cuidadores que asistieron a una reunión reciente en Carpi, una hermosa ciudad de la región italiana más innovadora en el cuidado de ancianos, aquello apuntaba a un futuro no muy lejano en el que los humanoides podrían ayudar a las familias cada vez más pequeñas a compartir la carga de mantener estimulada, activa y sana a la población más anciana del mundo occidental.
“Ponte en cuclillas y estírate”, recomendó Nao, el robot de fabricación francesa, poniéndose en pie y dirigiendo los ejercicios de postura. “Vamos a mover los brazos y a levantarlos”.
La mayoría de las mujeres de la sala miraban, algunas divertidas, otras recelosas, pero todas estaban desesperadas por saber cómo es que esa nueva tecnología podría ayudarlas a cuidar de sus familiares ancianos.
Juntas, escucharon la voz calmada y automatizada del robot y ofrecieron su opinión sobre el mundo real en un grupo de discusión organizado por una organización de defensa sin fines de lucro que representa a los cuidadores familiares. El objetivo era ayudar a los programadores del robot a diseñar una máquina más atractiva y útil que algún día pudiera aligerar la carga de las familias italianas, cada vez más abrumadas.
Italia, que tiene una de las tasas de natalidad más bajas de Europa, se prepara para una explosión demográfica de personas mayores. De los casi 60 millones de italianos, más de siete millones tienen más de 75 años. Y 3,8 millones se consideran no autosuficientes. Enfermedades como la demencia y las dolencias crónicas impactan el sistema sanitario y las familias.
“La revolución”, aseguró Olimpia Pino, profesora de psicología de la Universidad de Parma, que diseñó el proyecto del robot, sería que un “robot social pudiera ayudar en los cuidados”.
Los avances en inteligencia artificial aumentarán la capacidad de respuesta de los robots, señaló, haciendo que las personas mayores sean autosuficientes durante más tiempo y aliviando las responsabilidades de los cuidadores.
“Tenemos que buscar todas las soluciones posibles, en este caso tecnológicas”, explicó a los participantes Loredana Ligabue, presidenta de Not Only Elderly, grupo de defensa de los cuidadores. “Hemos visto el gran miedo a quedarse solos”.
Los robots ya interactúan con los adultos mayores en Japón y se han usado en residencias de ancianos de Estados Unidos. Pero en Italia, el prototipo es el intento más reciente que busca recrear a la estructura familiar tradicional que mantenía a los italianos mayores en casa.
La Italia de la imaginación popular, donde las familias multigeneracionales se reúnen en torno a la mesa los domingos y viven felices bajo el mismo techo, se está viendo impactada por las tendencias demográficas en contra.
Las bajas tasas de natalidad y la huida de muchos adultos jóvenes en busca de oportunidades económicas en el extranjero han mermado el número de cuidadores potenciales. Quienes asumen la carga de los cuidados suelen ser mujeres, lo que la aparta de la población activa, supone un lastre para la economía y, según los expertos, reduce aún más las tasas de natalidad.
Sin embargo, los cuidados a domicilio siguen siendo un elemento central de la idea de envejecimiento en un país donde existen residencias de ancianos, pero los italianos prefieren encontrar maneras de mantener a sus familiares mayores con ellos.
Durante décadas, Italia evitó una reforma seria de su sector de cuidados de larga duración llenando el vacío con trabajadores internos baratos y a menudo contratados de manera irregular, muchos de ellos procedentes de la Europa del Este postsoviética, y sobre todo de Ucrania.
“Ese es el pilar de los cuidados de larga duración de este país”, aseguró Giovanni Lamura, director del principal centro de investigación socioeconómica sobre el envejecimiento de Italia. “Sin eso, todo el sistema se vendría abajo”.
En enero, los sindicatos que representan a los Badanti legales, como se les llama a esos trabajadores, consiguieron un aumento salarial que añadía hasta cerca de 145 euros, o más de 150 dólares, al mes por los cuidados a domicilio. Los italianos dicen que sus sueldos y pensiones no han seguido el mismo ritmo, lo que ha hecho que muchos deban ocuparse de los cuidados.
En lo que respecta a los cuidadores familiares, Italia lleva décadas ofreciendo prestaciones públicas a una sola persona de la familia que cuida de un enfermo grave. A fines de este año, los permisos retribuidos o licencias pagadas y otras ayudas podrán compartirse en una familia, lo que en la práctica significa que más hombres podrán ayudar.
En Emilia-Romaña, la región donde se ubica Carpi, también hay planes para generar mano de obra de cuidadores con experiencia en el cuidado de sus propios familiares que, en última instancia, cuando sus propios seres queridos fallezcan, puedan ser contratados para cuidar a otros.
“Hay una demanda enorme”, comentó Ligabue.
A mediados de marzo, la primera ministra, Giorgia Meloni, celebró la aprobación de una nueva ley destinada a agilizar el acceso a los servicios para las personas mayores y a lograr un mayor compromiso del gobierno en el creciente campo de los cuidados de larga duración.
No obstante, la ley no incluye medidas específicas de apoyo a los cuidadores familiares. Alessandra Locatelli, ministra italiana de Discapacidad, explicó que el gobierno no quería dar prioridad a los italianos que cuidan de familiares mayores frente a los que atienden a personas discapacitadas más jóvenes.
Dijo que esperaba que, a fines de año, se promulgue una nueva medida para ofrecer exenciones fiscales y otros beneficios a los “familiares cuidadores residentes” de “todos los tipos de personas no autosuficientes”.
Pero la reunión de Carpi dejó claro que muchos italianos no viven necesariamente con los padres y abuelos a los que cuidan. Algunas de esas mujeres ya están buscando ayuda más allá del gobierno: en las máquinas.
Mientras Nao, el robot francés que adopta la postura correcta, hacía movimientos bruscos sobre la mesa, Leonardo Saponaro, el estudiante de psicología que dirigía el grupo de discusión y cuyo abuelo padecía demencia a las afueras de Roma, explicó que el robot no era “un sustituto de la socialización con otras personas”.
“Sin embargo, puede ser un acompañante”, concluyó.
Sin embargo, los cuidadores se mostraron tímidos. En primer lugar, querían comprobar que el simpático robot, cuyos ojos se iluminaban con luces naranjas, amarillas y magenta cuando se acertaban las respuestas, no hiciera daño.
Poli quería asegurarse de que ninguno de sus materiales interfiriera con su marcapasos. Viviana Casella, una viuda de 58 años que cuida de un padre con demencia, preguntó si había robots que pudieran trasladar físicamente a una persona del sofá a la cama, una pregunta que provocó algunos escenarios de pesadilla.
“Yo lo desconectaría”, dijo Franca Barbieri, de 69 años, desde el fondo de la sala.
Un cuidador preguntó si el robot sabía escuchar, porque las personas mayores cuentan historias. Casella preguntó si el robot podría darle tiempo libre al cuidador, “quizá para ir a comprar comida”.
Los operadores del robot aseguraron a los cuidadores que el robot podía ayudar, pero sobre todo en el ámbito de la estimulación mental. Nao puso una canción y le pidió a Casella que identificara al cantante. “Little Tony”, dijo ella.
“¿El tiramisú es dulce o salado?”, preguntó a Daniela Cottafavi, de 65 años. “¿Rómulo fue el primer rey de Roma o fue Remo?”.
Cuando tuvo problemas para descifrar las respuestas, algo que los estudiantes achacaron a los diferentes dialectos, Cottafavi gritó: “¡Tenemos que ponerle un audífono!”.
Al final de la sesión, el robot se había ganado a algunos de los cuidadores.
“Dan ganas de abrazarlo”, dijo Annarita Caliumi.
Muchos, como Mara Poggi, de 51 años, madre de dos hijos y cuidadora de su madre de 71 años con demencia, no estaban convencidos de que un robot pudiera sustituir al contacto humano.
Esa mañana, Poggi se había peleado con su madre que se resistía a que la dejaran en el centro de mayores, mientras hacía una pausa para atender una llamada de su hijo de 14 años, que “tenía dificultades” en el colegio, según comentó. Luego fue a trabajar a una fábrica, donde muchos compañeros comentaban situaciones similares en los descansos.
“Me siento como una rebanada de jamón entre dos trozos de pan”, dijo. “Aplastada”.
Tras consolar a otra cuidadora exhausta en la reunión de la tarde, se dirigió a un centro Badanti para entrevistarse con una mujer que posiblemente podría ayudar a su madre. Los Badanti son “nuestros tanques de oxígeno”, dijo.
Luego regresó a su coche y se preparó para otro día duro.
“Ese robot es más para mí que para mi madre”, comentó. “Mi madre lo tiraría a la basura. Será mi compañero”.