La captura de un megabuque que navegaba sin carga en dirección al canal de Suez el 19 de noviembre —el Galaxy Leader, convertido ahora en una atracción de feria donde los yemeníes se toman selfis— ha sido desde el inicio de la guerra en Gaza la acción más espectacular de la milicia Huthi, el grupo fundamentalista que ha declarado la apertura de “un tercer frente” contra Israel en el mar Rojo y que controla de hecho cerca del 30% del territorio de Yemen. El secuestro de ese barco de transporte de vehículos —vinculado con el multimillonario israelí Abraham Ungar—, a manos de un escuadrón de encapuchados con banderas yemeníes y palestinas desde un viejo helicóptero, fue llamativo, pero también inocuo. Los únicos perjudicados son hasta ahora la empresa británica propietaria de la nave y los 25 infortunados tripulantes que siguen secuestrados en la nave. Tampoco ninguno del centenar de ataques contra otros buques con drones y misiles en el mar Rojo que Estados Unidos ha atribuido a los hutíes esta semana han causado muertos ni daños materiales importantes.
Estos ataques “limitados”, describe por WhatsApp desde Doha Luciano Zaccara, profesor del Centro de Estudios del Golfo de la Universidad de Qatar, han bastado, sin embargo, para que esta milicia demostrara “la vulnerabilidad de las líneas marítimas” mundiales. El miedo a nuevos ataques en el mar Rojo y el canal de Suez ha puesto “en jaque la economía mundial” y forzado a Washington a anunciar una misión internacional para proteger la navegación por el mar Rojo, después de que las navieras más importantes anunciaran la suspensión del tránsito de sus barcos por la vía por la que circula el 10% del comercio internacional.
La estrategia de los hutíes —miembros de lo que su principal patrocinador, Irán, denomina el “eje de la resistencia” frente a Estados Unidos y a Israel, que también incluye a Hamás y al partido-milicia chií libanés Hezbolá— “puede verse como la mejor jugada para apoyar a Hamás, presionar a Israel y salvar la cara por no poder hacer mucho más [para detener la guerra en Gaza]”, asegura un informe del centro de estudios Foreign Policy Research Institute, con sede en Washington. Estos ataques pueden ser también analizados como un intento de aumentar la maltrecha legitimidad de la milicia frente a su propia población y a escala regional, a causa de su implicación en la guerra de Yemen y su carácter reaccionario y represor. Con ese fin, esta milicia se presenta ahora como adalid de la causa palestina, que suscita un apoyo casi unánime en las poblaciones árabes. “Sobre todo en la yemení”, destaca por teléfono Leyla Hamad, coatura de Yemen. La clave olvidada del mundo árabe (Alianza Editorial, 2014).
Hamad considera que esa búsqueda de legitimidad del grupo tiene motivos ideológicos, pero se dirige sobre todo al intento de la milicia Huthi de aumentar su peso como actor regional, en un momento en el que están negociando una paz definitiva con su némesis en el conflicto que ha sacudido Yemen durante nueve años: Arabia Saudí, el otro bando de esa guerra que la ONU considera “olvidada”. Riad aspira a alcanzar un alto el fuego que haga definitiva la tregua que de facto mantiene con los Huthi desde 2022. Ello permitiría al régimen saudí concentrarse en la ambiciosa agenda de reformas internas Visión 2030, el proyecto estrella del hombre fuerte y príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán.
Juventud Creyente
El nombre real de la milicia Huthi es Ansar Allá (Partidarios de Dios), aunque se la conoce más por el nombre del clan de su primer líder, Hussein Badr al Din al Huthi. Fundada en los años noventa, su origen fue un grupúsculo religioso, Juventud Creyente, que aspiraba a reavivar la rama del islam chií conocida como zaidismo, que profesa un tercio de los más de 33 millones de yemeníes, y a mejorar las condiciones de vida de esa minoría.
El grupo, que se había alzado en armas en 2003 contra el dictador Alí Abdalá Saleh, se unió en 2011 a las protestas pacíficas para que el autócrata abandonara el poder. Mientras, siguieron armándose y apoderándose de territorio. En 2015, tomaron la capital, Saná, y depusieron al sucesor de Saleh, Abdrabbo Mansur Hadi, que terminó exiliado en Arabia Saudí. Un año después, Riad se puso al frente de una coalición internacional para restaurar en el poder a Hadi. El respaldo saudí al Gobierno internacionalmente reconocido de Yemen, sumado al apoyo de Teherán a los hutíes, provocó que el conflicto derivara en una guerra por delegación que esos dos países convirtieron en un tablero de su lucha por la hegemonía regional. Al menos 250.000 yemeníes murieron, 4,5 millones quedaron desplazados y la mitad de la población padeció una gravísima hambruna que la ONU definió como “la peor crisis humana” del mundo.
Las últimas negociaciones entre los hutíes y los saudíes para acabar definitivamente con su enfrentamiento armado terminaron sin resultado en septiembre. En ese contexto, la guerra de Gaza ha ofrecido a los rebeldes yemeníes lo que Hamad describe como el intento de “erigirse como un actor regional relevante, con una agenda propia, en un momento en el que se negocia ese acuerdo de paz definitivo con Arabia Saudí”.