Hay un curioso cubículo en Zona Maco, la feria de arte contemporáneo más grande en América Latina que acaba de abrir sus puertas, en el que no se expone ni una sola obra de arte. Hay solo una mesa, pendones, y una joven empleada que espera pacientemente a que los coleccionistas se acerquen. Por ahora, muy pocos lo hacen. Ella está ahí para quien quiera comprar $ARTE, una nueva criptomoneda que la feria ha decidido lanzar en su edición 2022 para los que deseen coleccionar obras en forma de NFT: Non Fungible Tokens, piezas artísticas en forma de código digital. “La verdad aún no ha llamado mucho la atención”, confiesa la joven en el primer día de la feria. “Creo que tiene que ver con que la gente regresó acá a ver las obras, pues, de frente. Para ver estas, si quieres, puedes abrir una cuenta en la página Rally.io y verla acá con un código QR”.
Tras dos años de pandemia, el mercado del arte está cansado del código QR. Zona Maco, abierta al público del miércoles 9 al domingo 13 de febrero en Ciudad de México, es una feria que desde 2002 atrae decenas de galerías alrededor del mundo y que el año pasado tuvo que cancelar su evento presencial en donde usualmente lo convoca: el gigante Centro Citibanamex, que se transformó en centro de salud durante los peores meses de la pandemia. Los directivos de Zona Maco decidieron en 2021 hacer entonces una versión más modesta y local, solo con las galerías que ya tienen presencia en México, pero este año regresaron con todo lo que añoraban: cientos de obras de arte provenientes de 25 países, con galeristas de Estambul, Nueva York, Zúrich, Londres, Madrid, París, y un enorme grupo de latinoamericanos.
La organización del espacio mejoró este año. La feria decidió contratar a un arquitecto de Países Bajos para reimaginar el espacio con amplios pasillos, más espacio entre galerías, y lugares especiales para otras secciones que la feria lanzó en ediciones recientes: Zona Maco Diseño, Zona Maco Foto y Zona Maco Libros. Además, para prevenir el contagio, todos los que ingresen deben presentar su certificado de vacunación y portar su mascarilla.
A la cabeza de todo esto el show está el español Juan Canela, director artístico de la feria, quien dice que esta edición buscó reforzar el sello latinoamericano del evento por el que son conocidos alrededor del mundo. “Hay galerías grandes e internacionales, como podrían ser Gagosian o Galería Continua, o la [mexicana] Kurimanzutto; pero también hay galerías medianas o más jóvenes de distintos lugares del mundo, y mucha presencia latinoamericana: eso es algo que hemos querido potenciar”, dice Canela. “Invitar a galerías latinoamericanas y a que las internacionales muestren también a artistas latinoamericanos para que esa seña importante de la feria se siga consolidando”.
Entre los artistas de América Latina que trajeron las internacionales hay varios convencionales, ventas seguras: al menos tres de ellas tienen entre cuatro o cinco cuadros del colombiano Fernando Botero. Pero la zona más interesante es aquella que se llama Zona Sur, donde hay instalaciones más atrevidas o arte más explícitamente político. La galería bogotana Espacio Continuo, por ejemplo, tiene una instalación titulada Ofrendatarios de agua, de la artista Juliana Góngora, en la que pequeños recipientes de vidrio en forma de senos y colgados en la pared alimentan las flores de unos floreros en el suelo. “Ella siempre trabaja con cuerpos vivos”, explica la galerista Katy Hernández sobre la artista que también tiene un enorme móvil con hojas de maíz y otras obras en las que teje hilos de leche seca.
No muy lejos de ahí, casi riéndose del mercado del arte, la galería madrileña Fernando Pradilla expone una enorme viñeta al estilo Pop Art del cartagenero Álvaro Barrios, Sin título (Looking for an Utrillo), en la que dos elegantes personajes tienen el tipo de conversaciones entre coleccionistas que rayan en lo absurdo. “Uno de mis clientes busca un Utrillo que se vea como un Mondrian. ¿Tiene alguno?”, pregunta una mujer en la viñeta. “Solo tengo un Duchamp que se ve como un Jeff Koons, ¿le interesa, Fracesca?”, le responde un hombre. Imposible ver esta obra y no especular que los coleccionistas de Zona Maco se hacen preguntas similares.
El arte mexicano, o inspirado en México, también tiene un lugar especial en la feria con al menos 21 galerías del país ubicadas en zonas centrales del evento. Canela, el director artístico, dice que si algo bueno pudo traer la pandemia al mercado del arte es que, ante la escasez en el mercado, las galerías de México lograron unirse ante la crisis y sobre todo después de que la edición modesta de Zona Maco en 2021 dedicada únicamente al país. “Quisimos poner en valor lo que significa la comunidad del arte mexicana, y esa idea de comunidad sigue muy presente hoy”, dice Canela.
Una de esas galerías mexicanas es Maia Contemporary, ubicada en la capital, que expone entre varias obras una especie de juguete que parece haber salido de Toy Story. Pero este muñeco tiene un color violeta y en forma de una deidad zapoteca: Pitao Cocijo. La obra, una de ocho piezas con la misma figura, es hecha por el artista oaxaqueño Sabino Guisu. “Parece un Darth Vader”, cuenta que le dijo un observador a la galerista Liliana Carpinteyro, ella riendo sobre la referencia a la Guerra de las Galaxias pero también orgullosa de la curiosidad que ha generado la obra de Guisu. “Hay algo muy innovador en esta feria comparada a otras”, opina Carpinteyro ya sobre Zona Maco. “Las ferias anglosajonas se han vuelto un poco safe, muy repetitivas, y creo que las galerías acá sí están trayendo algo realmente nuevo del arte latinoamericano”, añade.
Uno de los cubículos con más visitas el primer día de la feria es la norteamericana RoFa Projects, dirigida por la venezolana Gabriela Rosso, y que ha apostado por darle visibilidad a varios artistas preocupados por la violencia de género. Este año llega con obras donde el lenguaje escrito es tan importante como el color o el trazo del lápiz. “Para mí es fácil saber quién es un abusador o un violador”, escribe la artista costarricense Priscilla Monge en una instalación de papel y dibujo. “La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”, dice otra obra con luces de neón rojas del español Avelino Sala, citando a la escritora argentina Alejandra Pizarnik.
La obra más llamativa de Sala allí es una biblioteca, colgada a una de las paredes, donde están doce libros falsos, pero todos con titulares que resuenan en las marchas por los derechos de las mujeres: “Ni locas, ni santas”; “No estamos todas”; “Históricas no histéricas”. La portada de cada libro tiene una gama distinta de violeta, el color contra la violencia de género. En contraposición, en el piso del cubículo, están unas seis alfombrillas hechas por el mismo artista y el español Eugenio Merino y cada uno con mensajes machistas de seis hombres muy conocidos: de Schopenhauer (‘Las mujeres son bestias de cabellos largos e ideas cortas’) hasta Nietzsche (“¿Vas con mujeres? No olvides el látigo”). “Los mensajes están allí para limpiarse los pies con ellos, para pisotearlos”, explica la directora Rosso, que admite ser admiradora de Aristóteles. Otro de los tapetes, desgraciadamente, tiene una cita misógina de ese pensador: “Una esposa correcta debe ser tan obediente como un esclavo”.
Curiosamente, una de las obras feministas más llamativas en esta edición de Zona Maco no está en el espacio para las galerías de arte sino la pequeña zona para diseñadores, el lugar donde lámparas, mesas o platos están expuestos para el hogar, pero bien podrían estar en la colección de un museo. Una galería de la ciudad de Puebla, Galería Talavera de la Reyna, ha decorado una de las tres paredes de su cubículo con decenas de platos de cerámica con un detalle especial: cada uno tiene la forma de una vagina en el centro, también hecha con el mismo material.
Se trata de más de treinta platos de distintos tamaños hechos por la artista Angélica Moreno. “¿Estas son…?”, pregunta una observadora curiosa al verlas. “Sí, sí, eso es lo que son”, responde una mujer en el cubículo ofreciendo las obras. En los años setenta, la artista estadounidense Judy Chicago hizo una obra parecida, titulada Dinner Party, con 39 platos de porcelana de distintos colores pero todos con formas de vaginas. Ahora es parte de la colección permanente del museo de Brooklyn. La obra de Moreno parece un homenaje a esta de Chicago, solo que en este caso, los visitantes pueden decidir si quieren comprar un plato pequeño o grande en vez de viajar a un museo Nueva York. O, si quieren, podrían llevarse toda la vajilla.