Donald Trump consumó este lunes su regreso triunfal a la presidencia de Estados Unidos, desafiando a quienes lo consideraban condenado a ser una mera nota al pie de la historia tras el asalto al Capitolio.
Así culminó su resurgimiento político, marcando el retorno del republicano con un populismo nacionalista y una agenda extremista que mantiene tanto a Estados Unidos como al mundo entero en vilo.
En su discurso de toma de posesión, el 47º presidente proclamó su principio de “Estados Unido primero” y anunció “una marea de cambio”. “La edad de oro de Estados Unidos comienza ahora mismo”, afirmó en un discurso en el que no prometió la Luna, sino Marte, para delirio de Elon Musk, allí presente.
Trump recordó el atentado de julio en el que una bala le alcanzó una oreja para presentarse como un elegido divino: “Dios me salvó para hacer Estados Unidos grande otra vez”.
“La edad de oro de Estados Unidos comienza ahora mismo. A partir de hoy, nuestro país florecerá y volverá a ser respetado en todo el mundo. Seremos la envidia de todas las naciones, y no permitiremos que se sigan aprovechando de nosotros. Durante todos y cada uno de los días de la Administración Trump, sencillamente pondré a Estados Unidos primero”, comenzó su discurso de media hora, corto para sus parámetros.
Su alocución de investidura de 2017 quedó en la memoria como la de “la carnicería americana”, una descripción apocalíptica del país que aún mantiene. Sin embargo, su tono fue esta vez algo más constructivo.
Se presentó como “pacificador” y “unificador” a pesar de que es la figura más polarizadora de las últimas décadas en la política estadounidense.
Sin embargo, pese a que obtuvo la victoria en voto popular más cerrada en dos décadas, con el país casi partido en dos mitades, exageró su triunfo como un cierre de filas en torno a él y su programa, capaz de “revertir completa y totalmente una horrible traición” que atribuye a Biden y su mandato.
“Vuelvo a la presidencia confiado y optimista de que estamos en el comienzo de una nueva y emocionante era de éxito nacional. Una marea de cambio está barriendo el país”, aseguró. “Mi mensaje a los estadounidenses hoy es que es hora de que volvamos a actuar con valentía, vigor y la vitalidad de la mayor civilización de la historia”, añadió.
Trump, que aseguró que se propone emprender “una revolución del sentido común”, descendió en su alocución a un detalle programático poco habitual en estas ocasiones.
Desde su primer día de regreso, el presidente ha adoptado medidas de gran impacto que afectan directamente a México y a la diáspora mexicana. Entre ellas destaca una declaración de emergencia nacional en la frontera, que autoriza el despliegue de tropas para frenar la inmigración ilegal, así como la eliminación de la nacionalidad por derecho de suelo para los inmigrantes ilegales nacidos en Estados Unidos.
Reiterando su provocación a México, anunció que redenominará el Golfo de México como Golfo de América. Y, exhibiendo sus ansias imperialistas, aseguró que Estados Unidos recuperará el control sobre el Canal de Panamá. “China está operando el Canal de Panamá. Y nosotros no se lo dimos a China. Se lo dimos a Panamá, y lo vamos a recuperar”.
Asimismo, declarará una emergencia energética nacional, para impulsar la producción de hidrocarburos, aunque Estados Unidos ha batido récords de producción de petróleo con Biden.
Trump anunció la víspera que perdonará a condenados por el asalto al Capitolio (horas después de que Biden indultase preventivamente a los que investigaron la responsabilidad de Trump en dicho asalto), pero no lo incluyó en su discurso.
Otras de sus promesas fueron en realidad proclamaciones tan grandilocuentes como vacías. Así, que Estados Unidos será a partir de este lunes “un país libre, soberano o independiente”, como si aún siguiera siendo una colonia británica o si la pintura de la Declaración de Independencia que estaba en la Rotonda del Capitolio a pocos metros de él fuera una escena de ficción.
“Estamos a punto de vivir los cuatro mejores años de la historia de Estados Unidos”, dijo en la parte más optimista de su discurso. “Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, que aumenta su riqueza, expande su territorio, construye sus ciudades, eleva sus expectativas y lleva su bandera a nuevos y hermosos horizontes, y perseguiremos nuestro destino manifiesto hacia las estrellas, lanzando astronautas estadounidenses para plantar las barras y estrellas [de la bandera estadounidense] en el planeta Marte”.
La investidura se realizó en la Rotonda, el espacio bajo la cúpula del Capitolio, por el frío reinante en el exterior. Solo hubo cabida para unos 600 invitados selectos. Entre ellos estaba el presidente saliente, Joe Biden, que le acompañó en la limusina desde la Casa Blanca, como es tradicional en las transiciones ordenadas de poder.
También acudieron los expresidentes vivos ―Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama―, los líderes del Congreso, sus principales aliados políticos y grandes donantes, entre ellos Elon Musk, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, los magnates tecnológicos que han rendido pleitesía al líder.
Una novedad fue la asistencia de líderes extranjeros, aunque todos de la orientación política del nuevo mandatario, como la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y los presidentes de Argentina, Javier Milei, y de El Salvador, Nayib Bukele.
El Trump que asume el cargo es muy diferente del que llegó a la presidencia por primera vez en 2017, un promotor inmobiliario transmutado en estrella de la televisión sin experiencia política y de Gobierno, que no contaba con equipo de confianza.
Aunque ya en 2017 los republicanos tenían el control de las dos cámaras del Congreso, ahora llega con el aparato del partido en un puño y rodeado de leales dispuestos a aplicar su programa desde el principio.
El nuevo presidente es el segundo en la historia de Estados Unidos que recupera el cargo tras perderlo, algo que solo había ocurrido con Grover Cleveland en el siglo XIX.
A sus 78 años, Trump se convierte en el presidente de mayor edad en ser investido, superando por cinco meses a Biden. Lo hace, además, con el estigma de ser un delincuente convicto y sentenciado. No obstante, su victoria electoral le ha permitido esquivar otras imputaciones penales, mientras se enfrenta a la difícil tarea de unificar un país profundamente dividido.