Al igual que la caída de Constantinopla en 1453 o la reconquista de Granada en 1492, la toma de la ciudad mexicana de Tenochtitlan por los conquistadores españoles en 1521 fue un momento crucial en la historia mundial. Transformó para siempre el comercio y la cultura globales y anunció una era de primacía española en todo el mundo.
Sin embargo, si el encuentro inicial entre los dos protagonistas -Hernán Cortés, el arrogante conquistador español, y Moctezuma, el melancólico emperador de los mexicas- hubiera sido diferente, los acontecimientos podrían haber tomado un rumbo radicalmente distinto. Pocas veces, se podría argumentar, el encuentro de dos individuos ha tenido tanta trascendencia.
Pero, ¿fue Cortés un soldado astuto que desplegó una tecnología superior y forjó alianzas estratégicas para derrotar a un poderoso imperio, o simplemente un oportunista que tuvo suerte? ¿Era Moctezuma ingenuo sobre las intenciones y capacidades de los invasores? ¿O provocó la catástrofe sobre su pueblo en búsqueda de sus propios objetivos políticos?
Allí donde los historiadores sólo pueden especular, el novelista mexicano Álvaro Enrigue se atreve a ofrecer un relato ameno y divertido de aquella fatídica cita. Rebosante de irreverencia, “Tu sueño imperios han sido” sugiere que la conquista de México fue el producto de contratiempos, malentendidos y errores de traducción, con una buena dosis de confusión.
En la versión de Enrigue, Cortés es “un hijo de Extremadura sin fortuna ni arte”, tan aficionado a la lectura como a la violación. Sus soldados son “provincianos, nadies, pueblerinos… un puñado de bastardos bocazas que decían haber venido en nombre de un emperador al que nunca tuvieron la más mínima esperanza de conocer”. Para los mexicas, los castellanos son a la vez una curiosidad y una aberración: “Son salvajes, claro; les gusta el sabor del jugo de la fruta podrida que traen de sus tierras, por eso no pueden creer que exista el chocolate”.
Para el éxito de la expedición española en la vida real fueron fundamentales dos traductores que parecen haber hecho todo el trabajo diplomático pesado al tiempo que trataban de promover sus propias agendas. Una de ellas, Malinalli, era una princesa local a la que Cortés había traído “a su séquito y a su hamaca”. Hablaba náhuatl, la lengua de los mexicas, además de maya.
El otro intérprete de Malinalli, Gerónimo de Aguilar, era un fraile náufrago andaluz que hablaba maya y castellano: “vivía como un sacerdote en todos los sentidos de la palabra. Siempre estaba rezando, hablaba latín y griego, era docto en la doctrina eclesiástica, se negaba a vestir atuendo militar, dormía, comía y bebía tan austeramente como un carmelita, y sólo se acostaba con jovencitas guapas.”
Moctezuma, “el hombre más famoso de todo un mundo”, está preocupado por presagios de desastre, pero firmemente comprometido con su siesta diaria… y adicto a los hongos mágicos y a los cactus alucinógenos. “La gente decía que, en los últimos meses, desde que las cosas se le habían ido de las manos, había recurrido con demasiada frecuencia a la sabiduría de los dioses”. Pero, ¿podría haber algún beneficio táctico tras su aparente obsesión por los caballos de los españoles?
Enrigue se deleita con lo salaz y lo escatológico, sirviendo un festín sensorial. Los sacerdotes mexicas apestan a “sangre coagulada”. Describiendo el escalofriante traqueteo de cráneos humanos empalados en un altar religioso, señala que el sonido “-como el olfato y el gusto- era una forma de oración para los mexicas”. Describe a Moctezuma “llevándose a la boca un taco de chapulín con salsa de aguacate -el dedo imperial y el meñique ladeados”, seguido de “trucha envuelta en hojas de pápalo en salsa de pepita de calabaza”, antes de la “pierna de pavo en salsa de diez chiles con chocolate”.
El locuaz autor se complace en descorrer la cortina y revelar sus propios trucos narrativos. Junto a personajes históricos reales, Enrigue incluye a un español ficticio pero culto -un observador informado que introduce notas tanto de horror como de asombro- que, según admite, “tiene que ser un conquistador erudito… para que esta novela funcione”. . para que esta novela funcione”.
El autor tampoco es reacio a lanzar a los lectores en paracaídas hasta el presente, como para demostrar que el pasado nunca está muerto; ni siquiera es pasado. Los comentarios de opinión se ofrecen tanto en apoyo de la narración como a modo de comentario político contemporáneo: “Si hay algo en lo que españoles y mexicanos siempre han estado de acuerdo es en que nadie está menos capacitado para gobernar que el propio gobierno”.
La ficción contrafactual, aunque entretenida, suele estar lastrada por la necesidad de exposición y explicación. Enrigue confía más en sus lectores. Al proponer el mayor de todos los “y si…”, no se limita a pedirnos que consideremos un resultado histórico alternativo, sino que nos obliga a enfrentarnos a lo que sabemos que es real.
Al autor no le es ajeno el arte de entrelazar historia y ficción. Su anterior novela, ganadora de un premio, Muerte súbita, utiliza un partido de tenis inventado entre el pintor italiano Caravaggio y el poeta español Francisco de Quevedo como marco para lanzarse a una bulliciosa y amplia exploración del arte renacentista, la contrarreforma católica y el choque de culturas en la Europa del siglo XVI. De próxima traducción al inglés, Now I Surrender to You and That Is All dramatiza los últimos días del guerrero apache del siglo XIX Gerónimo.
En el prólogo de “Tu sueño imperios han sido”, Enrigue reconoce que la abundancia de nombres y palabras indígenas puede parecer al principio desalentadora para los lectores que no sean mexicanos. “A mí me parecen tan extraños como a usted… No se preocupe demasiado por las palabras en náhuatl que encuentre… Deje que los significados se revelen por sí mismos… A medida que vaya leyendo, todo se irá aclarando”. El resultado es un triunfo de solemne erudición y traviesa invención que deleitará y excitará.