Hay canciones que suenan igual en todo el mundo: los trabajadores quieren dedicar más tiempo al ocio y a la familia y los empresarios, naturalmente, se oponen agitando el fantasma de la pérdida de competitividad en el país que sea. En este caso es México. Desde octubre del año pasado lleva la diputada morenista Susana Prieto Terrazas tratando de que la jornada laboral se asemeje a tantas otras del planeta, es decir, ocho horas diarias o 40 semanales en total, habida cuenta de que México es uno de los países donde más se trabaja del mundo de forma regulada. No hay manera. Los diputados, después de oír a expertos y de debatir el asunto durante semanas, han aplazado su resolución hasta el próximo curso legislativo, que comienza en febrero. Las presiones de las grandes compañías mexicanas se hacen sentir en el Congreso y en el Senado. Hasta el presidente Andrés Manuel López Obrador se ha mostrado cauteloso con esta medida. Si quieren más tiempo, lo tendrán, ha concedido.
Este artículo parece viejo, porque a finales de 2022 el debate era el mismo, y así se contó. Los trabajadores apostaban entonces por descansar 12 días al año, sí, al año, y los empresarios se oponían. Al final se consiguió. Los empleados solo tenían seis días de vacaciones, de los que menos. Y ahora trabajan 48 horas semanales, de los que más. El asunto también parece viejo, porque esos derechos laborales, básicos, hace décadas que se consiguieron en muchos países. Se trababa entonces de convencer a los empresarios de que la buena salud y el descanso adecuado solo mejorarían la productividad del empleado, algo cargado de lógica. Si no entendían la justicia, al menos podrían comprender que la causa les favorecía de cualquier modo.
Productividad es un concepto complicado. Al presidente argentino, el ultraderechista Javier Milei, le parece que una presencialidad completa del trabajador en la empresa, del 100%, es beneficiosa, se entiende que para la productividad. Y a eso les obligará. Pero la productividad también es escurridiza. España es uno de los países de su entorno que más horas dedica al trabajo y jamás ha podido combatir el fantasma de la baja productividad, a saber por qué. En cambio, en Alemania, una perfecta máquina laboral, las horas son menos y el beneficio más. A saber cómo lo hacen.
Detrás de la idea de presencialidad se esconde siempre la sospecha. “Creen que ayudar a los pobres es dar apoyo a los flojos”, decía hace tres días la candidata a la presidencia de Morena, Claudia Sheinbaum. En la derecha esa idea siempre está latente, una melodía que, de nuevo, suena igual en todo el mundo. Los pobres lo son porque no quieren trabajar, si les dan ayudas, peor, porque entonces se volverán más vagos. Y los que buscan trabajar desde casa en realidad lo que quieren es eludir sus responsabilidades, dormir la siesta o tomar cerveza en el bar. Así son los trabajadores, unos desconsiderados con la empresa, piensan.
Pero vivir en México da una perspectiva muy distinta. Y trabajar en cualquier empresa, también. Primero México. ¿Han probado a interesarse por uno de esos miles de carteles que ofrecen empleo en la calle? Se necesita mozo de almacén, se necesita lavaloza, mesero, garrotero, personal de hotel… Vayan y vean qué condiciones se ofrecen tanto en horas diarias como en días de descanso semanales y en sueldo. Calificarlo de vergüenza es decir poco. El debate, entonces, no es la productividad, eso habrá que abordarlo de otro modo; el asunto es si quieren trabajadores o esclavos. Millones de personas suman a su jornada laboral dos, tres o más horas de viaje para llegar a la oficina y volver a casa. Esa es la realidad. Millones de personas duermen poco porque viven muy lejos del mundo productivo.
Lo segundo es la empresa. Cualquiera que trabaje en una sabe en qué se traduce la presencialidad de muchos: en horas de charla improductiva, de reuniones que no alcanzan un resultado digno del tiempo empleado en ellas, cuando no de prender la radio y escuchar el fútbol. El famoso presencialismo de Milei ya se ha estudiado mucho: se trata de llegar a casa cuando el bebé ya está bañado, la cena hecha y la basura tirada.
México tiene que mejorar su productividad. ¿Cómo hacerlo? Los expertos dirán. Dediquen a eso los debates. Lo demás es una cuestión de justicia. Hay que descansar dos días a la semana, o más, y trabajar lo propio a diario. En una de estas resulta que eso también aumenta la productividad. Del otro modo solo se alcanza el reino de los cielos.
En este asunto piensen también en el patriarcado, viene al caso. Qué falta de productividad tener que repetir tantas veces lo mismo sin resultados.