Ganaron con más de 30 millones de votos. Arrasaron con todo lo que tenía que ver con elección de cargos públicos. Ni ellos, ni el presidente lo esperaban. Después, envalentonados con la dimensión de su triunfo, obtuvieron la sobrerrepresentación legislativa con el contundente argumento de que “los otros también lo hicieron”: insaciables forzaron que un partido les “transfiriera” 15 diputados, en una acción verdaderamente sorprendente en cualquier Congreso. Fueron entonces por la Constitución. La gran reforma judicial ha sido una muestra de lo peor de la vida política nacional. El regalo al líder López Obrador, la joya de la corona que resultó de hojalata. Todo ha terminado en la lucha por un voto.
La batalla por la reforma judicial alcanzó niveles desproporcionados. El presidente y su movimiento han recurrido a uno de los personajes más siniestros de la política nacional: Miguel Ángel Yunes Linares. Enemigo público de López Obrador que siempre se refirió a él como ladrón, corrupto, cínico y otras lindezas, se ha convertido en el salvador del proyecto obradorista. Un rufián especialista en traiciones (se la hizo al PRI, a su mentora Elba Esther Gordillo y al PAN) resultó ser la pieza fundamental para la herencia de este sexenio. Atrás quedaron las decenas de millones de sufragios para Claudia. El voto de Yunes en el proyecto de AMLO, ha sido concluyente y definitorio: la política mexicana es un estercolero en el que se celebran las traiciones, la extorsión y las amenazas. También es una clara señal de que la polarización seguirá como eje político.
Mientras todo esto pasa, Claudia Sheinbaum ha sido absolutamente relegada por los suyos. Parece que la odiaran. Nadie habla de ella, a nadie le importa lo que diga, lo que haga. Mientras Morena aplaudía y defendía al Iscariote del momento, la presidenta electa participaba en una ceremonia con decenas de miles de militares. La foto del día era esa: la futura comandanta recibiendo los saludos de militares. No trascendió. Todos están ocupados en el circo que organiza el presidente. Si se sale de control, mejor. Nada más importante que hablar del país de López Obrador. El de Claudia llegará, y si no llega, mejor.
Claro, el voto de Yunes es también demoledor para la oposición. Particularmente para el PAN que admitió la llegada del padre, y que catapultó a los hijos a puestos de poder. Arropó el cacicazgo ejercido por ellos y solapó su conducta en los cargos públicos. No otra cosa es esa fórmula del hijo senador y el padre suplente que terminó por ser la fórmula de la infamia para ese partido. El PAN debe una disculpa pública. No solamente por la traición al voto, sino por la manera en que ha funcionado ese partido.
Es el modelo promovido por Ricardo Anaya (que recientemente decía respecto de Yunes Márquez: “quienes dudan de él, no lo conocen”) y que tiene sus resultados más nítidos en Marko Cortés y Yunes. No es casual que el último post en redes del veracruzano fuera con Jorge Romero, hoy candidato de ese grupo a dirigir el PAN. El reino, lo que quedaba, también se fue por la coladera de un voto.
En el espectáculo del día de ayer, sorprendentemente Alito Moreno, el presidente del PRI, es quien queda bien parado, pues cumplió a cabalidad con sus votos en contra. Lo que no deja de llamar la atención es el comportamiento de los legisladores del oficialismo que ratifica que estamos en la época de “el partidote”.
Nadie levantó la ceja ni se tapó la nariz por la llegada de Yunes. Al contrario, le aplaudieron y lo escoltaron. Nadie, pero nadie entre los centenares de legisladores de ese movimiento, tiene el menor atisbo de independencia, de pensamiento propio. ¿De veras nadie cree que esa reforma es peligrosa, que es inconsecuente, que no representa un avance? ¡Ninguno considera que afecta al Gobierno que viene! ¿A todos les parece bien? ¿Nadie capaz de ofrecer un matiz? Sometidos a sus propias consignas, víctimas de sus propias fobias y miedos, los de Morena se han convertido en esa figura del pasado, de la época del autoritarismo priista en la que los legisladores eran simplemente borregos. Morena no es un movimiento: es un rebaño.
Al final, el escándalo Yunes refleja el estado de las cosas en los partidos: el que avasalla y los avasallados. Pero también da un toque a la figura del presidente saliente y sus secuaces: ya no les importan los millones de votos que se llevaron, apuestan su reino por un voto, aunque sea de un canalla.