Las fiebres pueden hacer mucho daño a las personas y, entendidas en un sentido simbólico, a las sociedades. Y hay recursos naturales valiosos que han producido fiebres y dramas diversos en las sociedades.
Una fiebre del oro es algo ya visto y sufrido por muchas personas. Viene el vocablo del descubrimiento de oro en California a mediados del siglo XIX, cuando miles de buscadores de oro llegaron buscando fortuna. Llevaron consigo violencia, ambiciones desmedidas y armas de fuego para hacer justicia o atacar. Semejanzas presentes tiene hoy la ola de fiebre explotación ilegal de oro en las zonas amazónicas de Bolivia, Brasil, Colombia o Perú.
De manera similar, la fiebre del petróleo en el siglo XX generó migraciones, produjo inversiones y cambió la economía de varios países. Algunos de ellos pasaron de ser desiertos marcados por la pobreza y escasa población, a espacios con los más altos ingresos per cápita del mundo. Pero también, a semejanza de la fiebre del oro, fue la explicación -la “razón de ser”- de muchas ambiciones geopolíticas y tensiones internacionales, invasiones y conflictos bélicos en el Golfo Pérsico, Nigeria o, más recientemente, en Sudán del Sur.
Si el oro y el petróleo han dejado esa huella en la que se han combinado la riqueza con la miseria, el crecimiento económico con la barbarie, cabe preguntarse qué ocurrirá con la fiebre del litio que está empezando. Hay en esto un elocuente dato de la realidad recogido en un reciente informe del Fondo Monetario Internacional en el que se señala que para alcanzar emisiones cero para el 2050 serán claves algunos metales como plata, cobre, níquel, grafito y metales raros, todos los cuales son abundantes en países latinoamericanos.
El litio ha pasado ahora a ser, si bien no el más caro, el metal más deseado en el mundo. Ello de cara a una creciente demanda por su rol en las baterías para una industria automotriz que va dejando atrás la combustión de petróleo. Esto toca directamente a América Latina pues, hasta donde se tiene información, es en esta región donde hay muy grandes yacimientos de litio.
La información disponible es aún incompleta pero hay datos relevantes. De acuerdo con la información de la Agencia Internacional de Energía, Australia tiene actualmente el 50% de la capacidad mundial de refinado de litio, seguido de Chile con más del 25% y China con alrededor del 14%. En cuanto a las reservas, sin embargo, la situación es diferente.
De acuerdo al US Geological Survey, solo en Bolivia y Chile sumados hay cerca de 17 millones de toneladas de reservas; otros dos millones en Argentina. Las de Australia serían muy grandes pero bordean las seis millones de toneladas. Las reservas en Perú -en zonas limítrofes con Bolivia/Chile- parecerían ser importantes. No se tiene aún plena certeza de su volumen, pero podría ser grande por dónde están ubicadas. La producción de litio en América Latina es aún modesta pero va en aumento. De acuerdo con The Economist, la producción de litio en Chile ya se ha cuadriplicado entre 2009 y 2022 y seguiría creciendo
Lo que viene es la gran incógnita. Una pregunta importante es cómo evitar que esta riqueza sea la base de futuras “fiebres”, conflictos armados, intervenciones internacionales, o de un manejo por espacios transnacionales en cuanto a volúmenes de producción o sistemas de comercio que queden totalmente fuera de control de los países de la región. Algunos hablan de una corriente “nacionalista” que apuntaría a un creciente control estatal de las reservas y de su extracción y procesamiento.
Especulaciones aparte, el hecho es que el litio es de interés crucial para el presente y el futuro de varios países de América Latina. Por ello, en previsión de desbordes, “fiebres” y demás estropicios que pueden acompañar estos procesos, la realidad aconsejaría que los países de la región empiecen a tratar el tema. Puede sonar acaso iluso proponer esto en un contexto de una región desarticulada entre sí.
Gran noticia que nuestros países tengan reservas de litio. Es a la vez un gran reto que junto a esa riqueza no vengan de la mano, como con el oro o el petróleo, “fiebres”, guerras y tensiones. El reto podría, casi por casualidad, empezar a generar espacios multilaterales para conversar primero y diseñar, después, estrategias comunes que permitan que esta riqueza no sea la antesala de una “fiebre del litio” ni de la perdida de control sobre este recurso que será crucial en este siglo y en el venidero. Que no nos pase de nuevo la tragedia de la vacuna ante la covid-19 en la que cada cual bailó por su lado y la pandemia impune generó un tremendo daño en Perú y en la región.