El sueño de Francisco Emmanuel Luna Pérez es ser médico en una comunidad rural y México necesita que miles de estudiantes sueñen lo mismo que él. Se ha matriculado en una escuela de las decenas que se han abierto por todo el país bajo el nombre de Universidades del Bienestar Benito Juárez, para jóvenes que no encuentran otras salidas por falta de dinero o de posibilidades de traslado. O porque no hay plazas suficientes en otros sitios. Francisco lo intentó en una universidad de Veracruz, pero eran 100 plazas para 1.000 aspirantes y se quedó fuera. Hoy estudia Medicina Integral y Salud Comunitaria en un pueblo de Chiapas, Sucumpla Salto de Agua, y cuando acabe quiere ejercer en alguna clínica comunitaria. “Hay oportunidades, está bien pagado y yo quiero ayudar en la comunidad”, dice este joven de 19 años que sigue los pasos de su padre, también médico en una zona rural de Tabasco. “Cuando él llegó, en aquel pueblo no había médico, otros lo rechazaron y él se quedó. Ya debería estar jubilado, pero está ayudándonos con los estudios a mí y a mis hermanos, porque rentar un cuarto es caro”. Los estudios, sin embargo, son gratis.
La red de Universidades Benito Juárez es uno de los grandes proyectos del presidente Andrés Manuel López Obrador para este sexenio. El objetivo de estos centros de estudio es precisamente ese, que jóvenes como Francisco lleguen a ser universitarios, y las Ciencias de la Salud son una de las disciplinas en las que el Gobierno tiene puesta la mirada, porque hacen falta miles de médicos y enfermeros por todo el país, sobre todo en zonas que no son de la preferencia de quienes han estudiado en las grandes capitales. Esta semana se anunció que para 2023, a las 40 escuelas de Medicina y Enfermería actuales se sumarán otras 97 por toda la República. Se necesita para ello disponer de terrenos, construir edificios, dotarlos de recursos humanos y materiales y llenarlas de alumnos y alumnas. Hay, por ahora, cerca de 20.000 matriculados en estas ciencias en las Benito Juárez. En la Escuela de Francisco, los más veteranos llevan tres años, pero hasta ahora no se ha concluido la primera fase de la construcción, ocho salones y un auditorio, cuenta por teléfono desde un lugar donde la señal telefónica es muy mejorable. “Han estado estudiando en sedes alternas, centros de bachillerato, de primaria, pero yo creo que ya pronto habrá laboratorios y una biblioteca, porque los dos últimos salones los han construido rápido; tuvieron dificultades para encontrar los terrenos”, relata el muchacho. Se muestra ilusionado: “Ya tenemos maniquíes para ensayar prácticas de parto, de obstetricia, aunque todavía están guardados a la espera del laboratorio”.
La falta de médicos en México no puede medirse con un promedio nacional. “Eso es engañoso, por zonas, en algunas sí se requieren escuelas de Medicina y profesionales, en otras no. Aquí el problema es la dispersión territorial”, dice el presidente de la Asociación Mexicana de Facultades y Escuelas de Medicina (Amfem), Jorge Valdez. Cree, por esa razón, que “es un reto abrir tantas escuelas, un gran esfuerzo del Gobierno”. Desconoce, como el resto del país, si la intención de estos centros Benito Juárez es formar profesionales de atención primaria: “Ojalá sea así, eso sería revolucionario, se necesita poner el foco en esa fase de la sanidad”. Opina también que otra necesidad es “no depender tanto de los hospitales para el entrenamiento de los estudiantes de Medicina”, que bien podrían hacerlo, en este nivel primario, en clínicas comunitarias o servicios ambulatorios. Por ahí deben ir los tiros porque Francisco cuenta que en su escuela de Chiapas “quieren hacer una clínica en la sede universitaria para que los alumnos veteranos se familiaricen con prácticas reales”.
Lo que se conoce al respecto sobre esta iniciativa política no es mucho, la Secretaría de Educación Pública (SEP) no da mucha información sobre ello. Este periódico ha consultado, pero no ha recibido respuesta. Pero los expertos creen que la intención del Gobierno es esa, formar médicos rurales para atender a las familias en las necesidades básicas. “Este proyecto puede ser ambicioso y positivo si está enfocado a que México, tan extenso como es, tenga garantizado el control prenatal, los partos, el crecimiento de niños sanos y el cuidado de las enfermedades crónicas, como la diabetes y la hipertensión”, dice Rodolfo Rincón Pedrero, jefe del Departamento de Educación Médica del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, uno de los centros más prestigiosos de América Latina.
México, junto con Brasil y después, Argentina, son los países donde se forma a buenos médicos especialistas. Un buen profesional de la medicina no se hace en dos días, razón por la cual, el proyecto de las Universidades Benito Juárez se ve a menudo con desconfianza porque su presupuesto no es muy elevado. Esta misma semana, alumnos de estos centros se manifestaron frente al Palacio Nacional para exigir más recursos, más profesores, aulas de calidad bien dotadas. No disponer de eso es, si cabe, más grave cuando se trata de formar médicos, que en su periodo estudiantil requerirán decenas de profesores y material adecuado. Pero el perfil de médico de familia, coinciden los consultados para este reportaje, sí puede tener acomodo en estas universidades. “Si estos muchachos no tienen una plaza asegurada en los hospitales para las prácticas la calidad podría resentirse, desde luego, pero se les puede alojar en hospitales más pequeños. Por décadas, México enviaba a los egresados, tras el internado, al Servicio Social Comunitario, en zonas rurales o en la periferia urbana. Formar grandes especialistas no es fácil, pero si se mantiene este enfoque de salud comunitaria puede ser positiva esta iniciativa”, sostiene Rincón Pedrero. El único obstáculo que percibe es la seguridad en algunas de esas zonas aisladas del país, donde la vida no es fácil para nadie, salvo para quienes empuñan las armas, quizá.
Y por el camino, a veces, surgen otros problemas. María (nombre ficticio) es una alumna de la escuela de Medicina de Venustiano Carranza, en Chiapas, y cuenta que el centro ha estado cerrado por unos meses porque “los pobladores” así lo hicieron. No sabe qué problema ha habido. “Pero después, cuando ya quisieron abrirla, fue la coordinadora de estos estudios, Raquel Sosa, la que se negó, dicen. No tenemos información, no sabemos qué pasa, ni si nos van a llevar a otra sede o qué, pero ahora estamos dando clases en línea, cuando se necesitaría hacer prácticas. No las hacíamos tampoco, porque no hay laboratorios”, explica. Cuenta también que en el poblado abusan de los estudiantes, que no tienen recursos. “Un profesor nos pidió para hacer prácticas de sutura que compráramos una patita de cerdo, y allí las venden a 10 pesos, pero a nosotros nos las querían cobrar a 40″, critica.
La calidad, desde luego, es algo en lo que detenerse cuando se habla de formar profesionales de la Medicina, y es pronto para evaluarla en las Universidades Benito Juárez, que aún no han sacado su primera promoción de médicos egresados. Montar una facultad de Medicina requiere al menos dos años de burocracia para obtener los permisos para impartir los estudios, que deben venir avalados por la SEP y por la Secretaría de Salud. La calidad se medirá después con otras varas, de tal forma que se obtenga el visto bueno del consejo Mexicano de Acreditación de la Educación Médica (Comaem) u otros sellos de equiparación mundial. Las Escuelas de la Benito Juárez aún no pueden ser evaluadas por la Comaem porque aún no tienen titulados. Aunque las carencias que denuncian muchos alumnos no auguran los mejores resultados.
Hace apenas 10 años, en México había unas 90 escuelas y facultades de Medicina, hoy se cuentan alrededor de 165 entre públicas y privadas y unos 200.000 matriculados. Pero las zonas oscuras del mapa de la República, donde no hay médicos, ni maestros, o no tantos como se requieren, obligan al Gobierno a implementar políticas de choque. La pandemia paralizó algunos de estos esfuerzos, pero ahora se retoman, no sin polémica. La iniciativa de importar médicos cubanos para esas zonas conflictivas donde no quiere ir nadie no se vio con los mejores ojos. El presidente López Obrador retó a los críticos con pruebas: se abrieron miles de plazas en centros de varios lugares y sistemáticamente se quedaban sin aspirantes. El miedo pesa, más que el salario, que también se incrementó para animar a los profesionales. No hubo forma.
“Es remarcable la promoción a la Salud” del Gobierno, empieza Gustavo Leal, académico adscrito al Departamento de Atención a la Salud de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) en el campus de Xochimilco. Ha revisado el currículo de las Benito Juárez en sus escuelas de Medicina, del cual infiere que “tratan de colocarse en una perspectiva de atención primaria de la salud, cercana a las comunidades y ese enfoque es oportuno”, analiza. Le encuentra un pero, sin embargo, en el “desacoplamiento entre la política de formación de recursos y el modelo de atención que se quiere ofrecer”, que él percibe en la iniciativa de la 4T. A su parecer, el reto es formar con un modelo de prevención, más que de atención, “no identificar daños, sino actuar preventivamente”, dice. “Si el modelo es la prevención, no tiene por qué ser caro, necesariamente”, afirma respecto a las Benito Juárez, una iniciativa sobre la que, reconoce, le quedan muchas dudas. Y la forma de disiparlas será esperar a que salgan los primeros egresados de estas escuelas. “No hay que descalificarlo”, en todo caso, dice.
“Mi papá quería que yo también fuera médico y perdí un año tratando de matricularme en Veracruz”, dice Francisco, el joven tabasqueño que ahora estudia en Chiapas. “Me urgió a matricularme en la Benito Juárez”. Ya habla de partos, de obstetricia, de diabetes. Quizá por ahí van los tiros de este proyecto para el que se han destinado miles de becas. Quizá algún día, los médicos cubanos no sean necesarios.