La Cumbre de las Américas de esta semana es la primera que se celebra en Estados Unidos desde la inaugural en 1994, pero hay pocas expectativas de que sea un momento decisivo en las relaciones bilaterales. Esto es decepcionante, aunque no sorprendente. Aunque la administración Biden ha tomado algunas medidas para volver a comprometerse con América Latina tras años de abandono, la realidad es que la importancia de la región en la política exterior estadounidense sigue siendo dolorosamente baja.
Esto puede resultar un error de cálculo estratégico a mediano plazo. La importancia global de América Latina está aumentando, tanto por razones positivas como negativas, y Estados Unidos corre el riesgo de ser tomado por sorpresa al mirar hacia otros lugares.
Aunque en la región no hay guerras interestatales, los conflictos internos -una mezcla de crimen organizado y violencia política- son cada vez más frecuentes. Sus repercusiones serán globales. Los grupos criminales han salido de la pandemia más fuertes y transnacionales en sus cadenas de suministro, redes y operaciones. Su negocio se optimiza constantemente, pasando de un sector de la economía ilícita a otro, siguiendo la demanda y los márgenes de beneficio. Las asociaciones criminales arraigadas en América Latina se extienden ahora por toda la geografía.
La constante reconfiguración del negocio del narcotráfico es un ejemplo de ello. Los mayores cárteles mexicanos se centran cada vez más en la producción y exportación de drogas sintéticas a EE.UU., y ahora utilizan en gran medida precursores químicos procedentes de Asia (y en particular de China). Esto debería ser un hecho especialmente preocupante para la administración Biden, dada la letalidad y la facilidad del tráfico de estas drogas.
Este alcance transnacional del crimen organizado representa una amenaza aún más formidable para la estabilidad global si se tiene en cuenta el papel cuasi-estatal que los grupos criminales desempeñan cada vez más en muchas partes de América Latina, aprovechando las debilidades de los Estados, su deficiente presencia institucional y sus laxas normas de gobernanza. Al convertirse en el principal proveedor de gobernanza y servicios (criminales), han ganado legitimidad, convirtiéndose en actores políticos a los que habrá que hacer frente a nivel internacional.
Por otra parte, las inmensas necesidades económicas de la región requieren actualmente de profundos bolsillos, en su mayoría chinos. Si el creciente peso económico, de infraestructuras y tecnológico de China sobre el terreno no es razón suficiente para que América Latina ascienda de forma significativa en la agenda de política exterior de Estados Unidos, habría que añadir la urgencia por la creciente infiltración de otras potencias no tradicionales (entre ellas Rusia e Irán), a menudo con intenciones maliciosas.
La seguridad climática es otra razón por la cual América Latina debe aumentar su presencia global. La enorme dotación de agua, bosques, tierras cultivables y biodiversidad de la región la hace crucial para la lucha contra el cambio climático. Su dotación de minerales críticos (litio, níquel, cobalto, cobre, manganeso y grafito, entre otros) la hace igualmente crucial para la transición energética mundial. Al mismo tiempo, su elevada vulnerabilidad climática agrava las causas subyacentes de la violencia y la migración, lo que se traduce en una mayor inestabilidad regional.
Por último, EE.UU. debería fijarse en el potencial que ofrece América Latina para reforzar y ampliar las cadenas de suministro de bienes esenciales más cerca de casa. Siguen existiendo formidables retos en materia de infraestructuras y diversificación económica (incluido un comercio intrarregional muy escaso y en declive), pero hay grandes oportunidades para ampliar las cadenas de suministro norteamericanas en la región.
Todas estas son poderosas razones por las que América Latina debe ocupar un lugar más destacado en la lista de prioridades de Estados Unidos. Pero también son poderosas razones para que la región reclame su asiento en la mesa global después de años de no tener peso geopolítico. Para ello, será necesaria una voz y un enfoque más unidos frente al resto del mundo. Este puede ser el mayor reto de cara al futuro.