La economía mexicana se encuentra en franca desaceleración. Varios indicadores apuntan ya en esa dirección. Que quede claro: no se trata de una situación particularmente grave ni tampoco de la típica crisis de fin de sexenio que tuvimos en el pasado. Sin embargo, no podemos dejar de señalar que llegaremos al cambio de sexenio en un contexto económico distinto al que se preveía hasta hace algunos meses. Es importante tener esto claro para estar preparados para lo que viene.
Veamos algunos indicadores. En noviembre de 2023, el Banco de México reportó que anticipaba un crecimiento de 3% para 2024. Apenas a fines de marzo de este año, la Secretaría de Hacienda anunció que estimaba un crecimiento del PIB para 2024 de entre 2,5% y 3,5% con un punto medio de 3% (aunque en sus estimaciones de finanzas públicas utilizaron un valor de sólo 2,6%). A principios de año, instituciones como la CEPAL, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial preveían un crecimiento para México de entre 2.5% y 2,7%. Por su parte, de enero a marzo de este año los especialistas del sector privado estimaron un crecimiento de 2,4%.
A la fecha, la mayoría de estas previsiones ya se han revisado a la baja. El Banco de México, que era el más optimista de todos, redujo sus previsiones para 2024 a 2,8% en febrero y a 2,4% en mayo. El Banco Mundial y el FMI ajustaron sus previsiones a la baja y ahora solo esperan un crecimiento de 2,3%. Por su parte, los analistas privados ya redujeron su expectativa de crecimiento a solo 2% en la encuesta de junio. Solo la CEPAL mantiene su expectativa de 2,5%, mientras que el gobierno no ha anunciado ajustes a sus estimaciones.
En resumen, analistas y agencias independientes estiman un crecimiento de la economía mexicana para 2024 de entre 2% y 2,5%. Sin embargo, es muy probable que todos estos pronósticos deban revisarse muy pronto a la baja. Esto se debe a que la economía sigue mostrando debilidad en diversos indicadores. Por ejemplo, la variación anual del PIB trimestral se ha desacelerado continuamente desde el tercer trimestre de 2022, cuando llegó a crecer al 4,6%. De entonces a la fecha, las observaciones han sido las siguientes: 4,4% en el cuarto trimestre de 2022, 3,6%, 3,5%, 3,4% y 2,3% en los cuatro trimestres de 2023, y tan solo 1,9% en el primer trimestre de 2024. Los datos mensuales del Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) confirman que la trayectoria de desaceleración se ha agudizado en los primeros meses de 2024. El crecimiento anual del indicador de tendencia del IGAE pasó de 2,3% en diciembre de 2023, a 1,8% en febrero de 2024 y a 1,56% en abril.
Otro indicador de la debilidad de la economía es el que se refiere a la velocidad de creación de empleos formales en México. De hecho, las cifras mensuales de trabajadores asegurados en el IMSS reflejan un comportamiento muy parecido al de la actividad económica. El crecimiento anual de este indicador pasó de 3,1% en diciembre de 2023 a 2,9% en febrero de 2024, a 2,5% en abril y a solo 2% en junio. Cabe señalar que los niveles observados del crecimiento del empleo formal en lo que va de 2024 son muy parecidos a los observados en 2019, año en el que la economía mexicana se contrajo 0,3%.
Por todo lo anterior, es previsible suponer que la economía mexicana difícilmente alcanzará los niveles de crecimiento que están anticipando analistas, organismos multilaterales y el propio gobierno. En realidad, lo más probable es que el crecimiento económico en 2024 con dificultades llegue a 1,5% y que a finales de año estemos más bien cerca del estancamiento.
Evidentemente, una desaceleración económica casi siempre es indeseable. Sin embargo, esta lo es aún más cuando ocurre justo durante un cambio de gobierno. Esto se debe a que los inicios de una nueva administración son de suyo complicados. La economía se suele desacelerar de por sí, ya que el nuevo gobierno apenas comenzará a construir sus proyectos emblemáticos, lo que toma algún tiempo. Por ello, el primer año de cualquier administración suele caracterizarse por una cierta ralentización económica. El que esto ocurra cuando estamos en plena desaceleración, nos lleva a correr el riesgo de que esta se convierta incluso en una recesión. Esto es aún más grave cuando, en un contexto como el actual, el gobierno entrante deberá enfrentar el compromiso de llevar a cabo una importante consolidación fiscal en 2025.
Por ello, la conducción de la política fiscal deberá ser muy cauta, para no afectar aún más a una economía de por sí con bajo dinamismo. El ajuste fiscal quizá tenga que ser menor a lo previsto, aunque se corra el riesgo de que el déficit y el endeudamiento sean mayores a lo prometido. La política monetaria, por su parte, también debería tener este contexto en consideración. Un apretamiento excesivo en una situación de vulnerabilidad puede tener efectos perniciosos sobre la estabilidad financiera y sobre las perspectivas económicas. En situaciones como esta, la comunicación que mantengan las autoridades económicas con inversionistas, analistas y con el público en general, se vuelven elementos clave para lograr transitar un escenario tan complejo como el que viviremos en 2024 y 2025.