La semana pasada Oxfam-México publicó su reporte El monopolio de la desigualdad. Cómo la concentración del poder corporativo lleva a un México más desigual.
El nuevo documento plantea un argumento contundente: si bien la desigualdad del ingreso ha disminuido en México en los últimos años, la desigualdad de la riqueza ha aumentado. Lo anterior, que a algunos podría parecerles una contradicción, no lo es. Recordemos que el ingreso es un flujo, es decir, que se mide por periodo de tiempo, y que la distribución de este ha mejorado como resultado de las políticas sociales y salariales de la presente administración.
La riqueza, por otro lado, es un acervo, es decir, es algo que se mide en un punto en el tiempo y que representa el valor de los activos de las personas: automóviles, casas, bienes durables, acciones, bonos, cuentas bancarias, joyas, obras de arte, etc., menos el valor de sus pasivos o deudas.
Esta definición implica que la riqueza neta de muchos hogares en la parte baja de la distribución puede ser no sólo muy pequeña, sino incluso negativa. Por ello, la desigualdad de la riqueza puede crecer si aumenta en forma desproporcionada el valor de la riqueza neta de los hogares o personas más acaudaladas de una economía. Esto es justo lo que ha pasado en México en años recientes.
El documento de Oxfam cita algunos resultados muy sorprendentes. Por ejemplo, menciona que la riqueza neta combinada de las dos personas más ricas de México aumentó en más del 70% en términos reales a partir de la pandemia. Esto implica, según Oxfam, que la riqueza de estas dos personas es equivalente a la riqueza de la mitad más pobre de toda la población de América Latina y el Caribe, es decir, que su riqueza equivale a la de más de 334 millones de personas.
Ahora bien, no se crea que el aumento desmedido de la riqueza es exclusivo de los ultrarricos mexicanos. Ya en otro documento, la propia Oxfam había documentado que la riqueza de las cinco personas más ricas de todo el mundo se duplicó a partir de la pandemia. Una pregunta que surge inmediatamente es por qué ha ocurrido este fenómeno. Una de las razones que se menciona en ambos documentos de Oxfam es que las empresas de los multimillonarios han logrado obtener beneficios extraordinarios en las circunstancias actuales. Además, sugieren que en alguna medida esto está asociado a las posiciones monopólicas o con gran poder de mercado de las empresas de las que son dueños estas personas.
Sobre esto último, vale la pena señalar que paulatinamente se ha acumulado evidencia empírica que apoya la idea de que el reciente brote inflacionario a nivel mundial estuvo asociado a un aumento significativo de los beneficios empresariales. Un estudio reciente de investigadores del Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, estima que cerca de la mitad la inflación en la zona Euro se explica por un aumento en los beneficios corporativos.
Otro trabajo de investigadores del Banco Central Europeo alcanza conclusiones similares para esa misma región. No es del todo improbable que algo parecido haya pasado en otras regiones del mundo, incluyendo a México. De hecho, según Oxfam, “las ganancias de las empresas capturaron el 60 % del incremento en precios de la economía mexicana de septiembre de 2021 a septiembre de 2022, el período con el mayor aumento en el costo de vida en las últimas dos décadas en México.”
Así, todo sugiere que existe una relación estrecha entre el poder de mercado de las grandes empresas y las ganancias en riqueza de los ultrarricos. Esta situación parece haberse agravado en un contexto como el de la pandemia, en el que las múltiples disrupciones económicas permitieron que las grandes empresas multinacionales de comunicaciones, transportes, alimentos, medicinas y energía, entre otros sectores, pudieron aumentar sus precios en forma desproporcionada y así obtener beneficios extraordinarios que se tradujeron en aumentos en el valor de algunas empresas y, por tanto, en aumentos en la riqueza neta de unas cuantas familias en el mundo.
Además de lo anterior, otro factor que sin duda ha contribuido a aumentar la riqueza de los ultrarricos en el mundo es el de las altas tasas de interés mundiales. Como ya se sabe, la mayor parte de los ingresos de las personas en la parte más alta de la distribución provienen de los rendimientos del capital.
Así, un contexto de altas tasas de interés es más propicio para que se cumpla la conocida fórmula popularizada por Thomas Piketty hace algunos años: r > g, a la que él llamo la fuerza de divergencia fundamental y en donde ‘r’ es el rendimiento del capital (que proviene de beneficios, dividendos, intereses, rentas, etc.) y ‘g’ es la tasa de crecimiento del producto o del ingreso. El cumplimiento de esta ecuación implica, inevitablemente, un aumento en la desigualdad de la riqueza.
Todo lo anterior nos debe llevar a reflexionar sobre el tipo de economía y sociedad que produce el sistema actual. Esto implica reflexionar sobre el rol y alcance de nuestros actuales esquemas de competencia económica, sobre la política fiscal y monetaria y, más en general, sobre cuál debe ser el rol del Estado en una economía que muchos deseamos que sea más justa y equitativa. Los reportes de Oxfam son sin duda un buen punto de partida para comenzar esta reflexión.