Trabajan en fábricas en México produciendo bienes que los consumidores de Estados Unidos disfrutan. Pero mientras las comunidades estadounidenses están inundadas de vacunas contra el coronavirus sin usar, en México los trabajadores a menudo tienen dificultades para encontrar una sola inyección.
Sin embargo, una tarde reciente, cientos de obreros de las maquiladoras fueron invitados a cruzar la frontera hacia San Diego sin visas ni pasaportes. Una vez ahí, se arremangaron las mangas de sus camisas para vacunarse. Una hora más tarde, estaban de vuelta a las líneas de producción en Tijuana.
El objetivo era proteger no solo a los trabajadores, sino también a las economías estadounidense y mexicana, estrechamente entrelazadas.
“Si las maquiladoras no pueden operar, entonces no recibimos nuestra Coca-Cola”, dijo Lydia Ikeda, directora sénior de operaciones contra la covid en la Universidad de California San Diego Health, que ayuda a dirigir el programa de vacunas. “No podemos estar aislados”.
El programa de vacunación transfronteriza pretende remediar el tipo de disparidad en el acceso a las vacunas que los economistas han advertido que podría perjudicar a todos los países: a menos que los países privilegiados como Estados Unidos compartan su abundancia de vacunas para la COVID-19 con las naciones más pobres, dijeron los expertos, una sólida recuperación económica mundial seguirá estando fuera del alcance.
El gobierno de Joe Biden se había comprometido a compartir 80 millones de dosis con los países que carecían de ellas, incluyendo cuatro millones a México.
Pero a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, donde el cierre de la frontera por la pandemia y la falta de vacunas en México amenazan con estancar la recuperación económica del país, funcionarios de ambas naciones han encontrado la manera de compartir las vacunas excedentes de Texas y California con los mexicanos del otro lado.
“Estamos divididos por una línea virtual”, dijo Ikeda, señalando la frontera. “Conseguir que se vacunen es la única forma de salir de la pandemia”.
Para Ikeda, el sufrimiento prolongado de la pandemia no hizo sino reforzar su convicción de que para vencer al virus y restablecer la normalidad social y económica, los países deben trabajar juntos.
Al comienzo de la pandemia, cuando los gobiernos cerraron sus fronteras y comenzaron a almacenar mascarillas y ventiladores, por momentos parecía que la globalización se estaba derrumbando. Las cadenas de suministro se detuvieron, los consumidores se apresuraron a buscar pasta y las fábricas para encontrar chips de computadora.
Para México y Estados Unidos, restaurar la cooperación es especialmente vital: el comercio bilateral entre los países alcanzó los 612.000 millones de dólares en 2019. Las empresas estadounidenses fabrican bienes por valor de miles de millones de dólares en México, con maquiladoras que ensamblan cientos de miles de automóviles Ford y productos Honeywell cada año.
La idea de compartir las vacunas con los trabajadores del otro lado de la frontera se le ocurrió a Carlos González Gutiérrez, cónsul general de México en San Diego, al ver cómo los estudiantes universitarios y los trabajadores indocumentados que recolectan bayas en los campos de California eran vacunados con relativa facilidad, mientras que México tenía dificultades para proporcionarlas a las personas mayores.
Al mismo tiempo, mientras el número de estadounidenses que buscaban vacunas contra el coronavirus empezaba a estabilizarse en mayo, las dosis de Johnson & Johnson se acercaban a su fecha de caducidad en el condado de San Diego.
“Hay algo muy injusto en el hecho de que mi hija de 22 años pueda vacunarse aquí mientras que personas de mi país, de más de 60 años, tengan que esperar su turno en la fila”, dijo González en una entrevista.
González se puso en contacto con los funcionarios del condado de San Diego con una propuesta: ¿por qué no entregar las vacunas que están a punto de caducar a los miles de mexicanos que trabajan en las fábricas al otro lado de la frontera?
Pronto, funcionarios mexicanos y estadounidenses acordaron que el exceso de vacunas de San Diego, todas de Johnson & Johnson, se venderían a empresas estadounidenses con fábricas en México.
En mayo, el condado de San Diego recibió permiso del gobierno federal —que es el propietario de las vacunas— para venderlas, y trabajó con el Departamento de Seguridad Nacional para permitir que mexicanos sin visa cruzaran la frontera para ser vacunados.
El programa piloto se puso en marcha a finales de mayo con empresas estadounidenses como Coca-Cola y Poly, una empresa de comunicaciones de California que fabricó los auriculares que Neil Armstrong utilizó para transmitir las noticias de su alunizaje en 1969. Las empresas enviaron a sus empleados a la frontera, donde los trabajadores de la salud de la Universidad de San Diego administraron las vacunas en una zona controlada.
Las empresas también se comprometieron a proporcionar vacunas a las familias de sus empleados y a los trabajadores de primera línea del estado de Baja California, donde se encuentra Tijuana, y administraron 26.000 vacunas para principios de julio.
“Las dos ciudades son muy interdependientes”, dijo Alex Bustamante, asesor principal de Poly, refiriéndose a Tijuana y San Diego. “No se trata solo del número de personas que cruzan cada día para ir a la escuela o de compras o para visitar a la familia. Tienes campos aquí en Baja California que alimentan a EE. UU. Las ciudades no pueden desvincularse”.
El éxito del programa piloto ha llevado a su expansión.
Las autoridades del condado de Hidalgo, en Texas, anunciaron este mes que cientos de trabajadores de fábricas mexicanas serían llevados en autobús para vacunarse desde Reynosa, ciudad del estado de Tamaulipas, en el norte de México, donde unos 188.000 trabajadores fabrican productos para la economía mundial. Los funcionarios del condado de El Paso, Texas, anunciaron recientemente el inicio de su propio programa, que pretende donar hasta 50.000 vacunas a los trabajadores de las fábricas de Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua.
Funcionarios locales del gobierno mexicano y estadounidense esperan que el programa de las maquiladoras anime al gobierno de Estados Unidos a reabrir su frontera terrestre con México. Su cierre perjudicó el flujo de compradores que solían cruzar a Estados Unidos.
“Por mucho que pensemos que México depende de nosotros, nosotros dependemos mucho de México”, dijo Nora Vargas, supervisora de la junta del condado de San Diego.
Casi 200 empresas de San Diego a lo largo de la frontera dejaron de funcionar en el último año, señaló Vargas.
Las familias que viven a ambos lados de la frontera ya no cruzan para asistir a las bodas o los cumpleaños, o para reunirse para cenar y ver una película. Uno de los últimos vestigios de la vida próspera e interconectada que se solía extender a lo largo de la frontera son los estudiantes mexicanos que todavía cruzan a diario a Estados Unidos para asistir a escuelas privadas, con la lonchera en la mano, exentos de las restricciones.
Mientras que los mexicanos no pueden entrar en Estados Unidos para viajes no esenciales, los ciudadanos estadounidenses sí pueden viajar a México, donde muchos van para someterse a tratamientos dentales menos costosos o porque es más barato vivir en Tijuana y viajar 30 minutos en carro hasta San Diego.
Un día reciente, en el lado de San Diego del paso fronterizo, una mujer llevó a México un carro repleto de cajas de Hot Pockets. Un veterano estadounidense de edad avanzada caminó desde el condado de San Diego hasta su apartamento en Tijuana, mientras se quejaba de los inmigrantes ilegales y del elevado costo de vida en California.
En el lado de Tijuana, José Alejandro Aguilar Cervantes subió a un autobús en la fábrica Poly, listo para ir a San Diego con otras 400 personas para vacunarse. Tras años de solicitar sin éxito una visa para Estados Unidos, dijo, por fin se le permitía la entrada, aunque de manera fugaz.
“A veces miro al otro lado de la frontera y me imagino cómo es la vida allí”, dijo Cervantes. “La vacuna me hará sentir que somos un poco como ellos”.