Luiz Inácio Lula da Silva busca por tercera vez la presidencia de Brasil, tras haber ocupado el cargo desde el 2003 hasta 2010. La era de Lula es recordada con nostalgia por una gran parte de brasileños, después de todo, durante su presidencia, el país se benefició del auge de las materias primas. Como país exportador, esto significó recursos disponibles para inversión social, programas de bienestar, infraestructura que creó miles de trabajos y reducción de la pobreza. No fue sorpresa que haya culminado su término con un 80% de aprobación en 2010.
Esta vez busca vencer a Jair Bolsonaro, actual presidente brasileño de ultraderecha con deslices monumentales que le han costado su popularidad inicial en el mandato. El regreso de Lula en contra de un rival malquerido causó expectativas de fácil victoria al inicio del año. La apelación del expresidente a la nostalgia pasada en conjunto con fuertes críticas hacia Bolsonaro parecían garantizar el triunfo en primera vuelta en octubre sin necesidad de una segunda… mientras las semanas pasan, se va quebrando más esta creencia.
Lula ha perdido varios puntos de ventaja en las encuestas contra Bolsonaro, de una diferencia de 20 puntos porcentuales, ahora se acerca más a los 5, mientras se sigue cerrando la brecha. Las razones son variadas, pero la inhabilidad de Lula de difundir un concreto mensaje sobre las políticas que empleará una vez en el cargo y su más que cuestionable reputación a partir de su última presidencia son las consideradas más culpables.
En un panorama económico donde la inflación ha llegado a un récord alto de las últimas décadas, elevando precios de comida, productos básicos y energía, Lula, hasta el día que se publica este artículo no se ha pronunciado sobre sus propuestas para mitigar esta realidad, creando ansiedad e incertidumbre en los votantes que buscan soluciones urgentes.
La respuesta del Banco Central para controlar la inflación conlleva el riesgo de frenar con ella la demanda también, el crecimiento económico ya es prácticamente nulo y la naturaleza regresiva del efecto de la inflación sobre los más necesitados hacen de una política económica inteligente e inclusiva sea la prioridad número uno.
Lula ha preferido explotar solamente el hecho de que él no es Bolsonaro y contrastar su estilo “democrático” sobre el autoritario e impulsivo del actual presidente.
Pero en cuanto a democracia, las credenciales de Lula son más platónicas que reales. Uno de los ataques más destructivos a una república democrática es la corrupción, y Lula fue categóricamente implicado en un caso de corrupción institucionalizada revelada durante el mandato de su sucesora Dilma Rousseff.
Tras la investigación “Lava Jato”, Lula fue encarcelado por sobornos durante dos años hasta su eventual liberación por irregularidades en el procedimiento. No salió por su inocencia en la desvergonzada corrupción durante su administración, sino por una laguna jurídica que le permite perseguir la presidencia (y la inmunidad) en este año.
“Nuestra soberanía y nuestra democracia han sido constantemente atacadas por la política irresponsable y criminal del actual gobierno. Amenazan, desmantelan, ponen en venta nuestras empresas más estratégicas, nuestro petróleo, nuestros bancos públicos, nuestro medio ambiente. Entregan todo este extraordinario patrimonio que no les pertenece, sino al pueblo brasileño” declaró el candidato tratando de poner la soberanía y democracia del país como estandarte en su campaña. Al mismo tiempo, decía lo siguiente acerca de la guerra en Ucrania: “Volodymyr Zelensky (presidente ucraniano), es tan responsable como Putin de la guerra que asola a ese país, porque en la guerra no hay un solo culpable”. La ironía de su discurso prodemocrático y su accionar es risible y lamentable. No se puede olvidar como públicamente ha respaldado también a mandatarios represivos en Cuba y Venezuela.
Por el otro lado, casi cualquier candidato luce atractivo en comparación con Jair Bolsonaro. Quien en poco tiempo ha acumulado crímenes contra la humanidad durante su paupérrimo manejo de la pandemia, que imponía los intereses económicos y financieros por encima de las vidas de los brasileños. La deforestación del Amazonas y los constantes ataques en contra de las instituciones han sido también insignias del actual gobierno.
A pesar de esto, y desafiando cualquier lógica, Bolsonaro está siendo capaz de aumentar su atractivo para la reelección explotando los deslices de Lula. El continuo sistema de entrega de dinero a los ciudadanos lo está ayudando en esto.
Lastimosamente, es un escenario de quién es el menos malo… Y entendiendo este contexto, los candidatos se apresuran en denigrar al otro para aumentar su viabilidad. Actualmente esta dinámica la emplean para atraer el apoyo del sector financiero y empresarial, cuyo respaldo históricamente ha decidido carreras apretadas y agendas legislativas. A los empresarios les preocupa la intención de Lula de eliminar el límite constitucional para el gasto público, pues significaría abrir las puertas a la irresponsabilidad fiscal. Lula defiende su propuesta ante la necesidad latente de reactivar la economía bajo cualquier medio. Cuando por primera vez ganó la presidencia, fue crucial atraer el voto moderado a sus filas de simpatizantes izquierdistas, para esto, Lula ha escogido como su compañero de fórmula a Geraldo Alckmin, exgobernador de tinte derechista y pro-negocios.
En el 2006, Lula y Alckmin se enfrentaron en la segunda vuelta de la campaña presidencial de ese entonces, campaña llena de improperios y acusaciones de corrupción entre ellos. Ahora, Alckmin declara sin vergüenza alguna que en ninguna circunstancia dejará de apoyar a Lula para que llegue a la presidencia. Después de todo, el beneficio propio que en su tiempo le representaba denunciar la corrupción de Lula se ha extinto, y por el contrario tiene mucho que ganar si aquella corrupción se queda escondida.
En adición a Alckmin, los delegados de Lula han mantenido conversaciones con grupos empresariales para reafirmarles que mantendrán una responsabilidad fiscal, y respetarán la independencia del Banco Central; está por verse si esto es suficiente para convencer a los empresarios que por el momento parecen inclinarse por Bolsonaro.
Lo que deparen las próximas elecciones es demasiado incierto para predecir, el pueblo brasileño tendrá que escoger entre opciones pobres de candidatos que buscan poner sus intereses por encima del bienestar general. Queda esperar como se consolidan las propuestas en los meses siguientes y quien cementa su posición en la carrera como el menos peor.