El 10 de Argentina, Lionel Messi, recibió todos los honores al ganar la Copa Mundial del fútbol. La 10 de España, Jenni Hermoso, al ganar el mismo trofeo en el mundial de fútbol femenil, recibió un beso, sin su consentimiento, del presidente de la Federación español. Con este ejemplo, los académicos del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), Roberto Vélez y Luis Monroy-Gómez-Franco, ponen el acento en las canchas disparejas a las que las personas se enfrentan día a día por factores que no están bajo su control como su lugar de nacimiento, origen socioeconómico familiar, género, o color de piel.
La desigualdad social no es una novedad en México, más sí el enfoque para intentar atajar este problema. A través del libro Por una cancha pareja. Igualdad de oportunidades para lograr un México más justo (Grano de sal), los autores desgranan por qué la narrativa del esfuerzo individual como promotor de la movilidad social ya no basta y hacen un llamado a reflexionar sobre una política pública integral que permita crear nuevas vías de salida para frenar la injusticia las grandes diferencias sociales y económicas entre su población.
Los autores desvelan, con base en su investigación académica de siete años, que la esfuerzo no basta, por el contrario, las circunstancias de las personas –aquellos factores fuera de su control– influyen mucho en sus logros en la vida “La mitad de nuestra desigualdad de resultados se debe a la desigualdad de oportunidades, un paquete de factores donde más pesan los recursos económicos y educativos de nuestros padres, pero los factores territoriales y personales (como el color de piel) también pesan”, detalla.
México es una de las 20 riquezas del mundo, pero también una de las economías más desiguales. En el mismo territorio, más de 20 millones de mexicanos viven con un salario mínimo, equivalente a 207 pesos diarios, mientras los reflectores reconocen año tras año cómo el emporio de los magnates mexicanos como Carlos Slim, Germán Larrea o Ricardo Salinas sigue en ascenso.
¿Cómo entender estas diferencias tan pronunciadas? A lo largo de 164 páginas, los especialistas desmitifican además términos tan en boga actualmente como el esfuerzo individual y la cultura de la meritocracia. Roberto Vélez Grajales explica que el principio de competencia entre los individuos es válido, sin embargo, no podemos asumir que vivimos en una meritocracia cuando todos los factores externos no pesan. “En el mercado laboral, por ejemplo, las brechas salariales entre hombres y mujeres no se cierran, hay menores oportunidades de contratación para mujeres, hay experimentos que prueban que el tono de piel juega un papel importante y entonces ahí el segundo paquete de acciones para los Gobiernos es la regulación para eliminar estas prácticas discriminatorias. El problema de la desigualdad se resuelve colectivamente”, zanja.
En este cambio de modelo, Vélez refiere que la construcción de una política pública de igualdad de oportunidades debe estar sustentada en un Estado que la promueva. El experto del CEEY matiza que pese a que las ayudas sociales de becas y otros programas sociales son relevantes, solo actúan al margen porque se debe resolver la estructura. “Son instrumentos complementarios que en la medida en que tengan más alcance los esquemas universales entonces serán más efectivos, pero los programas sociales por sí solos son muy limitados y no te van a resolver el problema”, indica.
En esta discusión, advierte Vélez Grajales, tampoco se deben quedar fuera las empresas donde cuestiones tan sutiles como la flexibilidad de horario juegan un papel relevante al nivelar la cancha de oportunidades laborales entre hombres y mujeres. El especialista concluye que en la antesala de las próximas elecciones presidenciales los mexicanos tienen la oportunidad de pedirle a las candidatos una propuesta para abatir esta desigualdad de oportunidad, un fenómeno que si no se atiende puede generar encono social y sociedades menos cohesionadas.