El año pasado, durante el apogeo de las restricciones por la pandemia en México, el empleador de Lorena Romero redujo su horario a la mitad, y esta madre soltera de dos hijos sigue luchando por recuperar su vida laboral.
Romero quiere aumentar sus horas de trabajo y ha estudiado varios puestos, incluido el de empleada doméstica a dos horas de su casa. Pero la necesidad de cuidar a sus hijos adolescentes, que aún no han vuelto a la escuela a tiempo completo, hace que sea difícil encontrar oportunidades adecuadas.
“No puedo aceptar ese tipo de trabajo ahora mismo; necesito estar cerca de mis hijos. Ha sido difícil”, afirma esta mujer de 35 años de Ciudad de México.
La situación de Romero es similar a la de decenas de millones de mujeres durante la pandemia. Cuando los sectores de servicios dominados por las mujeres, como el comercio minorista y el cuidado doméstico, se vieron afectados por los cierres, muchas mujeres perdieron sus empleos. Muchas otras dejaron de trabajar o redujeron su horario para hacer frente a las responsabilidades domésticas que recaían desproporcionadamente sobre ellas.
Según la Organización Internacional del Trabajo, la recesión relacionada con el virus Covid destruyó el 4,2% del empleo femenino en todo el mundo, en comparación con el 3% de los hombres, lo que agravó la brecha de género en el mundo, donde el 43% de las mujeres en edad de trabajar están empleadas, frente al 69% de los hombres.
Aunque la “sucesión femenina” prácticamente ha terminado en los países occidentales y en algunas regiones como África, sus efectos persistentes son graves en América Latina.
Allí, las mujeres siguen teniendo 2,6 veces más probabilidades que los hombres de perder sus empleos anteriores a la pandemia y muchas han abandonado por completo el mercado laboral, según un próximo informe del Banco Mundial. Las tasas de participación femenina en el empleo son ahora peores que antes de la pandemia en casi todos los países de la región.
Aunque los casos son actualmente bajos, México ha tenido una de las mayores tasas de mortalidad por pandemia del mundo y la recuperación económica ha sido frágil.
“La recuperación ha sido muy asimétrica, por lo que las brechas se han ampliado de forma generalizada”, afirmó Ximena Del Carpio, que dirige el grupo de prácticas de pobreza y equidad del Banco Mundial. “Las mujeres que han salido peor paradas en la región son las madres con hijos pequeños”.
Fuera de la capital, la campaña de vacunación de México ha sido lenta y sólo el 50% de la población del país está totalmente vacunada.
Uno de los factores que perjudican gravemente a las mujeres en América Latina es que la región ha tenido uno de los periodos de cierre de escuelas más largos del mundo, de acuerdo con la Unesco. Las normas sociales en torno al cuidado de los niños y las tareas domésticas dificultan aún más las cosas.
De media, una mujer mexicana que trabaje 40 horas a la semana hará más del doble de trabajo doméstico que un hombre con el mismo horario, según el organismo de estadísticas INEGI.
La falta de un mercado de confianza y asequible para el cuidado de los niños también hace que las madres mexicanas dependan en gran medida de las abuelas para su cuidado. Pero Covid-19 ha hecho más difícil esa característica de la vida familiar tradicional.
“La mayoría de la gente aquí depende de los abuelos”, afirmó Maribel Hernández, que trabaja pelando langostinos en el norteño estado mexicano de Tamaulipas. Durante la pandemia, su capacidad para trabajar dependía de que sus padres cuidaran de su hijo y de los hijos de su hermano discapacitado.
“Si ellos [mis padres] pueden ayudar, salgo a trabajar, pero si no pueden me tengo que quedar”, afirma, y añade que las guarderías son para madres con trabajos mejor pagados que el suyo.
Un estudio muestra que cuando una abuela mexicana muere en un hogar de tres generaciones, la probabilidad de que la hija trabaje baja 12 puntos porcentuales.
“El tema del sistema de cuidados en México es fundamental”, afirmó Edgar Vielma Orozco, director de estadísticas sociodemográficas del INEGI, sobre la dependencia de las abuelas para el cuidado de los niños. “No deberías depender de tu madre para estar en el mercado laboral, debería haber un sistema de cuidados”.
Argentina ofrece un ejemplo severo. Antes de la pandemia, alrededor de 1,2 millones de mujeres, o el 17% de la mano de obra femenina, estaban empleadas en el trabajo doméstico.
Pero cuando el Covid-19 golpeó, la capital, Buenos Aires, vivió uno de los cierres más largos y estrictos del mundo, paralizando la economía y destruyendo puestos de trabajo ante el temor de las familias a enfermar. Como resultado, 350.000 trabajadoras domésticas seguían sin empleo en este mes de marzo, según datos del Ministerio de Economía recopilados por el Ministerio de la Mujer, los Géneros y la Diversidad.
“Para quienes trabajan en casas particulares, la tasa de recuperación del empleo es la más lenta de todas las industrias”, incluyendo sectores muy afectados como la hostelería, afirmó Mercedes D’Alessandro, economista argentina y directora de género e igualdad del Ministerio de Economía.
Para intentar mejorar la situación, el gobierno ha lanzado un programa de subsidios salariales para las limpiadoras y otras trabajadoras domésticas.
Los críticos afirman que no hace más que afianzar los anticuados roles de género, pero el gobierno argentino espera que proporcione un empleo fundamental a miles de mujeres.
Más allá de las subvenciones, otras políticas útiles para la región podrían ser los programas de recualificación, la mejora del acceso a la financiación para las mujeres empresarias y la creación de guarderías fiables, afirmó Del Carpio.
“Los servicios [de guardería] pueden estar ahí, pero ¿pondrías a tu hijo en un centro que no tiene supervisión? No”, afirmó.
Para las mujeres que pueden trabajar desde casa, el aumento del trabajo flexible durante la pandemia ha sido un punto positivo. Pero para la mayoría de las latinoamericanas eso no es posible dada la relativa escasez de empleos de cuello blanco en la región. En consecuencia, las responsabilidades del cuidado doméstico suelen tener prioridad sobre el trabajo remunerado.
Para gente como Leticia Velázquez, es un enigma. En mayo renunció al trabajo en una fábrica textil mexicana que tuvo durante más de dos décadas en el estado suroccidental de Oaxaca por miedo a que le dieran Covid y se lo dieran a su madre de 84 años, que vive con ella.
“Veíamos morir a los compañeros”, afirmó la mujer de 56 años, y añadió que, aunque lo quisieran, una residencia para su madre no era una opción. “Cuesta mucho dinero que, francamente, no tengo”.