En aquel país que fue “el granero del mundo”, dos de cada tres chicos hoy es pobre. Sí, el 66% de los menores de 14 años pasan hambre en la Argentina. La confirmación oficial de semejante drama debería encender todas las alarmas oficiales y provocar una reacción sistémica para revertirla o, al menos, la simulación de una reacción. Pero, ¿qué hizo el presidente Javier Milei? Grabó una entrevista con una diva de televisión, a la que llevó, entre sonrisas y cachondeo, al mítico balcón de la Casa Rosada. Acaso no sea consciente, aún, de que el hilo comienza a tensarse, y rápido.
Los números son claros. Muestran que Milei ha logrado reducir la inflación de manera sustancial, que acotó el gasto público y eliminó el déficit fiscal, que atemperó el azote narco en la tercera ciudad más importante del país y terminó –al menos por ahora- con las protestas que convertían las calles en un martirio. Pero la reactivación económica no aparece y las tasas de pobreza, indigencia, desempleo e inseguridad suben y suben, al igual que las tarifas de servicios públicos, los combustibles y peajes, y los impuestos.
Semejante cóctel ha comenzado a impactar en sus métricas de apoyo social e imagen pública. Por primera vez desde que asumió en diciembre, son más los argentinos que tienen una imagen negativa de su gobierno que aquellos con una visión favorable. Y la mano se pondrá peor antes de mejorar. Porque nadie espera que la economía que cayó seis puntos porcentuales en estos meses vaya a recuperarse en “V”, sino que tendrá con suerte la forma del logo de Nike. Y, encima, los funcionarios ya abrieron el paraguas ante el verano que viene, al confirmar que esperan “cortes programados” de electricidad.
Ese no sería, claro, el mejor de los escenarios para el Presidente que se define como uno de los dos líderes más importantes del mundo, sólo por debajo de Donald Trump. Calor, humedad y colapso energético pueden resultar un cóctel explosivo, más aún cuando las boletas de electricidad son cuatro, siete o más veces más caras que hace unos meses. Y la Casa Rosada podrá explicar que las inversiones en infraestructura llevan tiempo y que la herencia recibida es apabullante –lo que es cierto-, pero la sociedad comienza a exigirle soluciones a Milei, no a los que se fueron hace ya casi diez meses.
Debemos recordar que Mauricio Macri generó 1,5 millón de nuevos pobres durante sus primeros nueve meses de mandato y que Alberto Fernández fue el peor presidente desde el retorno de la democracia, pero Milei hundió a 5,5 millones de personas en la pobreza en solo seis meses. Y lo hizo faltando a su palabra. Porque durante la campaña prometió que el ajuste lo afrontaría “la casta política”, en su discurso inaugural se corrigió a sí mismo y dijo que el grueso del ajuste recaería sobre la casta. En los hechos no fue así: recayó sobre la sociedad, jubilados incluidos, aunque no sobre muchos empresarios prebendarios.
Milei sí se beneficia, sin embargo, de dos activos clave. El primero, que la sociedad asumió con realismo que vivíamos en una fantasía sustentada en los anabólicos de la emisión y el endeudamiento y que eso debe terminar. El segundo, que del otro lado no hay nada. No hay un opositor –kirchnerista, peronista, radical o del PRO- al que la sociedad considere una opción. Entre la nada y el libertario de peinado estrafalario, sigamos con Milei.
Pero la ausencia de opciones de liderazgo no debería llevar al primer presidente libertario en la historia argentina a creer que goza de un cheque en blanco. Es, apenas, un servidor público, mal que le pese y aunque invoque a las “fuerzas del cielo”. Un servidor que poco después de que sus propios funcionarios anunciaron que casi el 53% de los argentinos vive en la pobreza, se paseó por la Rosada con la otrora vedette Susana Giménez. Muy propio de un pura casta.
Tanto al asumir en diciembre, como al inaugurar las sesiones del Congreso en marzo, Milei fue muy claro. Anticipó que se avecinaban tiempos muy duros, propios de un shock inevitable, y que 100 años de decadencia no se revertirían de la noche a la mañana. Pero la paciencia en algún momento, más tarde o más temprano, se agota.