A última hora de la noche del domingo, 12 de los mayores clubes de fútbol del mundo desvelaron un plan para poner en marcha lo que llamaron la Superliga, una competencia cerrada en la que ellos (y sus invitados) se enfrentarían al tiempo que reclamarían para sí mismos aún más de los miles de millones de dólares de ingresos del fútbol.
El anuncio puso en duda no solo la viabilidad de la Liga de Campeones —la competencia de clubes más importante de este deporte— sino también el futuro de las ligas nacionales, que han sido la piedra angular del fútbol durante más de un siglo.
De repente, no está claro hacia dónde se dirige el fútbol, ni qué aspecto tendrá cuando llegue allí. Esto es lo que sabemos hasta ahora.
Primero lo primero: ¿Qué es una Superliga?
El concepto existe desde hace décadas: una competencia continental que incorpora todos los nombres más famosos de las ligas nacionales de Europa cada año en un evento propio. Durante mucho tiempo, ha sido de hecho algo entre una aspiración y una amenaza. Sin embargo, el domingo por la noche fue la primera vez que alguien le dio una forma física.
¿Quién puede participar?
Hasta ahora, hay 12 miembros fundadores. Los equipos que impulsaron el proyecto —Real Madrid, Manchester United, Liverpool y Juventus— han tenido la amabilidad de invitar a otros ocho clubes a unirse a ellos: el Barcelona y el Atlético de Madrid de España, el Inter de Milán y el A. C. de Milán de Italia, y el resto de los autodenominados Seis Grandes de la Liga Premier: Manchester City, Chelsea, Tottenham y Arsenal.
Se espera que pronto se les unan otros tres miembros permanentes, aunque todavía no está claro por qué esos equipos no han revelado su participación. El París Saint-Germain francés y el gigante portugués F. C. Porto se consideraban probables candidatos, pero ambos se han distanciado del proyecto. Los organizadores desean contar con un equipo como el Bayern de Múnich, campeón vigente de Europa y uno de los mayores clubes del mundo, pero el lunes el presidente del Borussia Dortmund dijo que su equipo estaba descartado y que el Bayern estaba de acuerdo con su postura.
Sea cual sea la lista final, esos 15 equipos fundadores formarán la base de la liga. Los 20 clubes de cada temporada se completarán con un reparto rotativo de cinco equipos más, elegidos mediante algún tipo de fórmula que los organizadores aún no han decidido.
Eso suena muy similar a la Liga de Campeones de Europa
Para ser justos, sí. Pero la lista de la Liga de Campeones se establece cada año en función de los resultados de los clubes en sus ligas nacionales. La Superliga tendrá miembros permanentes que no corren el riesgo de perderse ni los partidos ni los beneficios.
¿Cómo funcionará?
Los 20 equipos se dividirán en dos divisiones —10 equipos en cada una— y se enfrentarán entre sí de locales y de visitantes. Al final de la temporada regular, los cuatro mejores clubes de cada división pasarán a una ronda eliminatoria que resultará familiar a los espectadores de la Liga de Campeones. La diferencia es que esas eliminatorias se celebrarán a lo largo de cuatro semanas al final de la temporada.
¿Es por dinero?
Sí. Según sus propios cálculos, cada uno de los miembros fundadores ganará unos 400 millones de dólares solo por establecer “una base financiera segura”, cuatro veces más de lo que ganó el Bayern de Múnich por ganar la Liga de Campeones la temporada pasada.
Pero eso es solo el principio: los clubes creen que la venta de los derechos de emisión de la Superliga, así como los ingresos comerciales, supondrán miles de millones. Y todo irá directo a sus manos, en lugar de ser redistribuido entre los clubes más pequeños y las ligas menores a través del organismo rector del fútbol europeo, la UEFA. Al mismo tiempo, el valor de las ligas nacionales y de sus clubes disminuirá drásticamente, ya que cada año interpretan papeles secundarios.
¿No se pelearán los equipos de la Superliga por todo ese dinero?
Los miembros fundadores han decretado que el gasto en traspasos y salarios tendrá un límite máximo de un determinado porcentaje de los ingresos, lo que —al menos en teoría— da a los propietarios muchas más posibilidades de restringir sus gastos al mismo tiempo que maximizan sus ingresos.
Suena bien para esos clubes. ¿Sus aficionados están contentos?
No tanto, no. La reacción ha sido de rabia por la traición a la tradición. No ayuda el hecho de que, aunque varios de los clubes han emitido declaraciones en las que insisten en que consultarán con los grupos de aficionados a medida que se desarrolle el proyecto, nadie pensó en hacerlo con antelación.
Sin embargo, es difícil saber hasta qué punto es universal el sentimiento de indignación y traición. Hay algunos indicios —aunque no son abrumadores— de una división demográfica en la reacción a la idea, y puede ser que esto sea lo que los clubes están esperando: que los aficionados mayores estén más apegados a la tradición, y que los más jóvenes puedan ser convencidos más fácilmente.
¿Mi club puede unirse?
La verdad es que no. Tal vez pueda rendir lo suficientemente bien en su liga nacional como para ganar una de las cinco plazas de invitado en la Superliga cada temporada, aunque los detalles sobre cómo se reducirán a cinco los 53 equipos que ganan cada año alguno de los campeonatos nacionales de Europa son escasos.
Pero incluso entonces, las probabilidades estarán en su contra: los miembros permanentes tendrán acceso a los ingresos comerciales de la competición, lo que les dará una ventaja financiera sustancial frente a todos los demás.
¿Por qué está pasando esto ahora?
La respuesta fácil es que la pandemia ha costado a todos los clubes europeos —incluida, y hasta cierto punto especialmente, la élite rica— cientos de millones de dólares en ingresos perdidos. La Superliga está diseñada, en cierta medida, para compensar eso.
Pero esta idea lleva tiempo en el aire, y ha ido cobrando fuerza en los últimos cinco años aproximadamente. Hay una serie de factores detrás de esto, que van desde la primacía financiera de la Liga Premier y la llegada de un grupo de propietarios estadounidenses a ese deporte hasta lo que parece ser una meseta en la venta de derechos de televisión para las ligas nacionales. También existe la creencia creciente de que, puesto que los grandes clubes generan la mayor parte de los ingresos, deberían recibir una parte aún mayor.
¿Alguien puede detenerlo?
Eso está por verse. La UEFA, junto con las distintas ligas y asociaciones nacionales afectadas, ha prometido utilizar cualquier medida disponible para detener la “cínica” fuga. Eso podría significar la expulsión de los clubes de las ligas nacionales y la prohibición de que sus jugadores representen a sus países.
El lunes, el presidente de la UEFA, Aleksander Ceferin, se mostró dispuesto a una pelea a muerte cuando llamó a los clubes desertores “víboras y mentirosos”. Pero también pareció dejar la puerta abierta para que vuelvan si abandonan unos planes que, según él, se basan en “la codicia, el egoísmo y el narcisismo”.
Sin embargo, todas las opciones que tiene a su disposición —y las de las ligas— conllevan un riesgo. Expulsar a los clubes más grandes del fútbol de las ligas nacionales tiene sentido: después de todo, permitirles seguir jugando no solo distorsionaría la competencia desde el punto de vista financiero —ya tienen más dinero; esto les daría muchas más reservas—, sino también desde el punto de vista deportivo. ¿Por qué iban a presentar equipos completos? ¿Significaría algo un campeonato?
Pero eso solo haría más probable una ruptura total, lo que, a su vez, provocaría que las ligas nacionales no contempladas fueran aún menos atractivas. Los derechos de televisión de una Liga Premier sin el Manchester United ni el Liverpool, por ejemplo, ya no valen tanto. Los derechos de la Liga española sin el Real Madrid, el Atlético y el Barcelona son otra cosa.
Es posible que la FIFA intervenga y aplique la máxima sanción a los jugadores que participen en la Superliga: prohibirles representar a sus países en el Mundial. Pero incluso eso puede no ser decisivo, dados los salarios que podrían ganar en la Superliga.
Lo más probable es que intervengan varios gobiernos nacionales, o posiblemente la Unión Europea —aunque no está del todo claro por qué motivos se opondrían—, o que se produzca una agotadora lucha en varios tribunales hasta agotar el último recurso legal.
¿Es esta una situación en la que los únicos ganadores son los abogados?
No del todo. Los grandes clubes creen claramente que la oportunidad vale la pena: consideran que no solo aumentarían sus ingresos sino controlarían sus gastos. Su convicción de que se trata de una posibilidad para dar a los aficionados más de lo que quieren probablemente no debería descartarse por completo. No es irracional creer que los partidos regulares entre algunos de los nombres más famosos del deporte atraerán al público.
Pero hay mucha más gente que pierde, ¿cierto?
Sí. Con bastante diferencia. La UEFA se enfrenta ahora a la perspectiva de que su competencia más importante se devalúe. Las ligas nacionales se volverían en gran medida irrelevantes e incluso las asociaciones nacionales —las que realmente dirigen el fútbol— serían espectadoras indefensas.
Pero otros sufrirán más: los clubes que han sido excluidos, por supuesto, y que ahora verán caer en picada sus valores e ingresos. Pero también se verían privados no solo del atractivo y la audiencia, sino también de la esperanza; las ligas menores de Europa, aún más en las sombras; incluso los jugadores, que podrían ver debilitada su posición negociadora en materia de salarios por la capacidad de los superclubes para limitarlos.
Y, sobre todo, disolvería la idea de que cualquiera puede, en teoría, ascender y descender por sus propios méritos deportivos. Puede que eso ya no sea cierto en un sentido real, y puede que su ausencia no frene a las grandes ligas de Norteamérica, pero es fundamental para la identidad y la mitología del fútbol.
¿Qué ocurrirá ahora?
Tal y como están las cosas, nada está descartado. Una larga y vergonzosa disputa legal parece inevitable. Los clubes separatistas ya han presentado documentos para proteger sus intereses y sus planes.
Entonces, ¿va a pasar?
Es difícil responder con certeza. Todavía hay un conjunto de obstáculos entre aquí y allá. Y, sobre todo, es difícil imaginarse cómo los clubes pueden dar marcha atrás en este momento: no se trata de un acto de riesgo calculado, como fueron las anteriores sugerencias de una posible superliga, para obtener más control o más dinero de la UEFA.
Han invertido demasiado capital en el proyecto, incluso en las últimas 24 horas, como para echarse atrás. Es posible que un par de los clubes fundadores —sobre todo el Barcelona y el Real Madrid, ambos en teoría propiedad de sus socios— tengan todavía luchas de poder internas que ganar, pero sería sorprendente que no se lo hubieran imaginado.
La ausencia de equipos de Francia y Alemania, incluidos el PSG y el Bayern de Múnich, le da a la UEFA alguna esperanza de poder privar a la nueva liga de legitimidad desde el principio. Y es posible que la furiosa reacción haga reflexionar a algunos equipos: por ejemplo, es revelador que ninguno de los principales arquitectos del plan haya salido a defenderlo.
Hay una prueba más, por supuesto: ¿Qué pasa si se lanza y no funciona, o al menos no funciona de la manera que los equipos prevén? ¿Y si la fidelidad de los aficionados tiene límite? Confían que no sea así, por supuesto, pero no los saben con certeza.