El perrito llanero mexicano ha vivido en los pastizales del noreste del país por siglos, cavando túneles, oxigenando la tierra y manteniendo el equilibrio del ecosistema sin que nadie le preste demasiada atención. Es un roedor pequeño, discreto, que juega un papel clave en su entorno. Sin embargo, está en peligro de extinción. Su hogar, que alguna vez se extendía por grandes áreas de Coahuila, Nuevo León y San Luis Potosí, ha quedado reducido a menos de 1,000 kilómetros cuadrados. La culpa no es de la naturaleza, sino de la mano del hombre: la agricultura, la ganadería y la expansión urbana han ido arrasando con su hábitat.
Para muchos, este animal no es más que una plaga. Sus madrigueras han sido vistas durante décadas como un estorbo para la producción agrícola y el ganado. La idea de que pone en riesgo los suelos ha sido repetida tantas veces que se convirtió en verdad absoluta, aunque la realidad sea otra. El perrito llanero no destruye la tierra, la revitaliza. Sus túneles permiten la filtración de agua, evitan la erosión y generan refugios para otras especies. Su presencia mantiene bajo control el crecimiento de la vegetación, evitando que los pastizales se conviertan en tierra árida. Y, como si eso no fuera suficiente, forma parte fundamental de la cadena alimenticia de depredadores como águilas, zorros y serpientes.
El problema no es solo ecológico, sino de percepción. En México, si una especie no es llamativa, si no tiene el misticismo del jaguar o el orgullo nacional del águila real, simplemente se ignora. Nadie se ha preocupado por convertir al perrito llanero en una causa que despierte interés. Su historia no llena titulares ni genera indignación en redes sociales. Mientras no haya presión pública, su extinción será silenciosa y nadie se dará cuenta hasta que el ecosistema empiece a colapsar.
Si desaparece, los efectos no se verán de inmediato, pero serán devastadores. Pasó en Estados Unidos con su primo, el perrito llanero de cola negra. Cuando la cacería masiva lo llevó casi a la extinción, depredadores como el hurón patinegro quedaron sin alimento y también estuvieron al borde de desaparecer. En México estamos a punto de repetir la historia.
Pero no es un caso perdido. Aún hay tiempo para frenar su desaparición y revertir el daño. El gobierno tiene herramientas para decretar áreas protegidas, donde la especie pueda recuperarse sin ser desplazada por la expansión agrícola. Puede implementar incentivos para ganaderos y agricultores, promoviendo prácticas que permitan la convivencia en lugar del exterminio. Las universidades y organizaciones ambientales pueden jugar un papel clave, no solo investigando y restaurando su hábitat, sino cambiando la narrativa: el perrito llanero no es una amenaza, es un regulador natural de los pastizales y su presencia beneficia a todo el ecosistema.
La conservación no es solo responsabilidad de activistas y biólogos, también del sector privado. Empresas con operaciones en la región podrían incluirlo en sus programas de sustentabilidad, destinando recursos a la restauración de su hábitat y promoviendo prácticas ecológicas en sus procesos productivos. En lugar de verlo como un problema, deberían verlo como una oportunidad para hacer algo bien antes de que sea demasiado tarde.
El perrito llanero mexicano es una especie clave en el equilibrio de los pastizales, pero su futuro es incierto. Puede sumarse a la lista de animales extintos por la indiferencia humana o puede ser el caso de éxito de un país que, por una vez, decidió actuar antes de que fuera tarde. La pregunta es la de siempre: ¿vamos a hacer algo ahora o esperaremos a lamentarnos cuando ya no haya vuelta atrás?