En medio de una crisis energética y de precios global, con una guerra en el corazón de Europa y con la atención internacional alejada de la emergencia climática, los representantes de las casi 200 naciones que han participado en la cumbre de Sharm el Sheij, la COP27, han cerrado en la madrugada de este domingo un acuerdo que puede ser determinante para el futuro de los países más vulnerables al calentamiento global. Tras más de dos semanas de complicadas negociaciones, de esta ciudad egipcia sale el compromiso de crear un fondo destinado a las naciones más expuestas para que puedan hacer frente a las pérdidas y daños que genera y generará el cambio climático. Sin embargo, en la cumbre no ha salido adelante el llamamiento que querían algunos países y organizaciones ecologistas a eliminar progresivamente el uso de todos los combustibles fósiles, principales responsables del calentamiento.
Este encuentro se había planteado por su presidencia —en manos de Egipto—, por los países en desarrollo y por el propio secretario general de la ONU, António Guterres, como la COP de las pérdidas y daños. Bajo esta expresión se incluyen los estragos irreversibles que causa ya la crisis climática y que provocará con más intensidad en el futuro. Por ejemplo, las islas que desaparecerán debido al aumento del nivel del mar. O los impactos que generan en los Estados más pobres los fenómenos meteorológicos, que cada vez son más intensos y frecuentes, como las inundaciones que ha sufrido Pakistán este año y que anegaron un 10% de su territorio y causaron 30.000 millones de dólares (una cantidad equivalente en euros) de pérdidas.
El debate sobre las pérdidas y los daños ha sido siempre el gran tema aplazado en las cumbres del clima que se vienen celebrando desde 1995. Pero el incremento de los eventos extremos —que van más deprisa de lo que se había pronosticado hace años— y la presión de las naciones más vulnerables —que son a la vez las menos responsables del problema— han puesto en el centro de la agenda climática por primera vez estos impactos. Se ha conseguido la creación de un fondo, algo que al inicio de la cumbre parecía imposible por el rechazo de las potencias más ricas, como Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, que temen que con esto se pueda abrir el melón de las compensaciones y las reclamaciones multimillonarias que podrían tener en el futuro.
La mayoría de las naciones se unieron durante la cumbre para exigir “justicia climática” y que los miembros de la OCDE se comprometieran a poner en marcha ese mecanismo. La Unión Europea terminó cediendo y propuso la creación de un fondo, aunque destinado a las naciones especialmente vulnerables y no a todos los países en desarrollo, que es la propuesta que finalmente ha salido adelante. Quién estará o no dentro de esa categoría de muy vulnerable se deberá decidir en las próximas reuniones. También queda por determinar cómo se financiará el fondo.
Las aportaciones a ese mecanismo era otra de las claves de este asunto, porque las naciones desarrolladas no querían ser las únicas financiadoras y pedían que otros Estados con un peso mayúsculo ya en las emisiones, como es el caso de China, también colaboraran. Finalmente, la redacción última del acuerdo de creación del fondo es tan abierta —incluye, por ejemplo, menciones explícitas al Banco Mundial y al FMI y a la búsqueda de otras formas de financiación— que no vincula exclusivamente a ningún bloque, ni a los desarrollados ni al resto. Cómo se conformará ese mecanismo es algo que se tendrá que decidir en los próximos meses. La idea es que pueda entrar en funcionamiento a partir de 2023.
“Se abre una nueva etapa que avanza en términos de solidaridad”, ha resumido la vicepresidenta española para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, que ha mantenido un papel muy activo durante las negociaciones. “Se ha cumplido una misión que lleva 30 años en desarrollo”, ha valorado por su parte el ministro de Medio Ambiente de Antigua y Barbuda, Molwyn Joseph, en nombre de AOSIS, una alianza que representa los intereses de los 39 pequeños Estados insulares y en desarrollo que se ven amenazados por el cambio climático. “Hoy, la comunidad internacional ha restaurado la fe mundial en este proceso crítico que se dedica a garantizar que nadie se quede atrás. Los acuerdos alcanzados en la COP27 son una victoria para todo nuestro mundo”, ha añadido.
Poca ambición
Como contrapartida a la creación del fondo, la UE había puesto sobre la mesa su exigencia de arrancar un mayor compromiso en los recortes de las emisiones de gases de efecto invernadero, con la vista puesta de nuevo en China, que actualmente es el primer emisor mundial, con casi el 30% del total planetario. Este asunto ha sido, finalmente, el que más ha retrasado el cierre de la cumbre, que oficialmente debería haber concluido el viernes, pero que se ha prolongado hasta primera hora de la mañana del domingo. La UE no ha conseguido que se acepten sus demandas, que buscaban más ambición en la mitigación, es decir, en los recortes de las emisiones. Como “manifiestamente mejorable” ha definido el resultado en este apartado Ribera.
El temor de los países europeos y de otras naciones, como el Reino Unido, era que la declaración final supusiera dar por muerto el objetivo de que el calentamiento global no supere los 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales. En estos momentos estamos en los 1,1 grados, y los planes de recorte que tienen sobre la mesa todos los firmantes del Acuerdo de París llevarían a un calentamiento de unos 2,5 grados, en el mejor de los casos. Por eso hace falta que se endurezcan los planes nacionales. En la cumbre del año pasado, celebrada en Glasgow, se hizo un llamamiento para que las naciones reforzaran esas hojas de ruta en cualquier momento, cada año si fuera necesario.
La declaración final de la cumbre de Sharm el Sheij no retrocede respecto a Glasgow, pero no da los pasos hacia adelante que reclamaba el club comunitario y un importante bloque de países que siempre empujan para que los resultados sean más robustos en estas citas. La presión de los países petroleros y productores de gas ha pesado mucho.
El año pasado, en Glasgow, la declaración final abogaba por reducir gradualmente el uso del carbón para generar energía y también por eliminar paulatinamente las ayudas públicas a los combustibles fósiles. En esta COP27 se pretendía ir un paso más allá y que también se incluyera una referencia a la reducción del gas y del petróleo, pero no ha sido posible encontrar un consenso para ello. Las decisiones en estas cumbres se toman por unanimidad, con lo que uno solo de los casi 200 países que participan en estas conversaciones pueden bloquear un tema. Y en este asunto hay bastantes países que se verían afectados, como las naciones petroleras del golfo Pérsico o Rusia. En el otro lado, a favor de esta mención a todos los combustibles fósiles, estaban “más de 80 países”, ha recordado la ministra española para la Transición Ecológica.
En la fase final de las negociaciones, la UE ha llegado incluso a amenazar con marcharse de la COP27, porque entendía que los borradores que estaba distribuyendo la presidencia de la cumbre suponían retroceder respecto a lo acordado en Glasgow y ponían en peligro la meta de los 1,5 grados.
La ciencia establece que, para lograr el objetivo del 1,5, hacen falta varias cosas. Por ejemplo, que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, que siguen creciendo año a año, alcancen su techo en 2025 para luego caer drásticamente. En 2030, deberían haberse reducido un 45% respecto a las de 2010. Pero los planes actuales llevan ahora a un descenso de entre el 5% y el 10%.
Por eso se necesita acelerar los recortes y que los países se comprometan más. Tanto EE UU como la UE defienden que sus programas nacionales sí están alineados con ese recorte del 45%. Por eso, cuando se habla de aumentar la ambición se mira habitualmente a China, que ahora es la nación que más gases expulsa en el mundo. Este país tiene como objetivo alcanzar el pico de sus emisiones de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero, antes de 2030 y a partir de ahí reducirlas, algo bastante menos ambicioso que lo que prevén los estadounidenses y los miembros del club comunitario.
Aunque en la declaración final de la COP27 se aboga en general por proseguir con el aumento de los planes de recorte, ese llamamiento es menos contundente de lo que pretendía la UE. Además, varios países aspiraban a que en ese texto se estableciera que en 2025 se debe alcanzar el techo de las emisiones mundiales para luego bajar de forma drástica, pero esta reclamación tampoco ha cosechado el apoyo suficiente en la cumbre, que deja un sabor agridulce.