¿Se acuerdan cuando se discutía sobre el calentamiento global causado por las emisiones de gases de efecto invernadero?
En algún momento se tomó la sospechosa decisión de hablar más bien de “cambio climático”, que es un término más abarcador, pero también más etéreo, técnico, inofensivo. En efecto, el clima está cambiando de muchas formas, pero la primera y más tremenda manifestación de ese cambio es el calor, un calor que la especie humana nunca ha experimentado y que, por lo tanto, no está preparada para enfrentar.
Las cifras actuales de fatalidad térmica pueden parecer poco alarmantes comparadas con las de fenómenos como la violencia y la pandemia, pero estas condiciones son un modesto adelanto de lo que nos espera.
Recientemente publicado, The heat will kill you first, de Jeff Goodell, combina reportajes con capítulos de divulgación científica para comunicar lo vulnerables que somos ante los extremos de calor que el cambio climático ya está provocando. Al comienzo de la obra hay una lista de datos contundentes, entre los que rescato uno muy relevante para América Latina: en la actualidad, alrededor de 30 millones de personas viven en zonas de calor extremo (cuya temperatura anual promedio alcanza los 30 grados); en 2070 serán 2.000 millones.
Este cálculo no significa que la población aumentará en esos lugares, sino que las regiones tórridas se extenderán muchísimo, ocupando la mayor parte de la India, el Sudeste asiático, el Sahel y la América tropical. Además del perjuicio a la salud y la calidad de vida de casi una cuarta parte de la población mundial, esto comprometerá la productividad agrícola, lo cual propiciará la migración climática y la crisis sociopolítica.
De acuerdo con un estudio publicado en 2020 sobre el futuro del nicho climático humano, la situación puede ser aún más extrema: la temperatura experimentada por el ser humano cambiará más en las próximas décadas que en los pasados seis mil años, y alrededor de 3.500 millones de personas se enfrentarán a una temperatura anual promedio mayor a 29 grados. Estas condiciones actualmente se experimentan en menos del 1% de la superficie continental, principalmente en el Sahara, pero en 2070 podrían encontrarse en cerca del 20% de la superficie continental del mundo, incluida buena parte de Latinoamérica.
En México, por ejemplo, las zonas más afectadas serán las costas del golfo de México y la península de Yucatán, en la que se ha experimentado una urbanización explosiva en las últimas décadas, motivada sobre todo por el auge turístico de la riviera maya. Hace un milenio, la región centroamericana ya experimentó el colapso civilizatorio de las ciudades mayas asociado con un calentamiento que, desde el punto de vista europeo, es llamado Óptimo Climático Medieval, aunque no tuvo nada de óptimo para los habitantes de Mesoamérica. Este antecedente debería servirnos como advertencia.
Hablando de optimismo eurocéntrico, Bjorn Lomborg, un crítico danés del alarmismo climático, ha declarado recientemente que el aumento de las temperaturas salvará vidas, ya que se reducirán las muertes por el frío. Este enfoque positivo del calentamiento es una tergiversación del fenómeno, ya que sólo es pertinente para países nórdicos y no para las zonas asiáticas, africanas y americanas donde vive la mayor parte de la población mundial.
¿Por qué no estamos preparándonos para el calor extremo por venir? Por un lado están los negacionistas que no creen que haya nada de qué preocuparse y por el otro están los activistas comprometidos con evitarlo. Los sucesos recientes ponen en ridículo la postura despreocupada y son un llamado urgente a organizarnos para frenar el calentamiento y ayudar a quienes ya lo están sufriendo más.